Actualizado el 15 febrero, 2023
No sé si te pasa lo que a mí algunas veces. Cuando la gente te dice “no merece la pena ir a ese sitio, no tiene mucho interés”, como que me pica la curiosidad. ¿Realmente es para tanto? ¿Merece la pena? Total, que fui a visitar Viña del Mar y Valparaíso, y aquí te cuento mi experiencia además de darte consejos 😊
Viña del Mar y Valparaíso, dos ciudades con opiniones casi opuestas
Las ganas de darle la vuelta a ese tópico. Asumir el reto de encontrar su belleza o el riesgo de no encontrarla. Algo así me pasaba con Viña del Mar.
En cambio de Valparaíso todo el mundo me decía “tienes que ir, te va a gustar, es muy bonito”. Y yo andaba con la mosca detrás de la oreja.
Viña del Mar, el destino playero de los santiaguinos
Reconozco que fui a Viña del Mar porque allí vive la madre de un amigo y me iba a alojar una noche en su casa. Podía haber ido sólo a dormir, pero como he dicho me picaba la curiosidad.
Además quedé con una amiga a la que hacía años que no veía y que vive por allí cerca, aunque eso sería a última hora de la tarde.
Leí, también me dijeron, que Viña no es bonita. Que tiene muchos edificios altos de apartamentos, un poco al estilo Benidorm. Mucho rollo playero. Y eso me contaron allí. Que los de Santiago la tienen tomada como “su playa” en verano. Pero no en invierno. El invierno es suyo.
En temporada baja Viña es una ciudad chilena más. Tranquila, relajada. De hecho eso es lo que recuerdo más de aquél día, que disfruté mucho con su calma. Quizá porque venía de Santiago, dejando atrás el inevitable estrés que todas las grandes ciudades producen.
Mis andares por Viña del Mar
Bajo del autobús en la estación Rodoviario de Viña del Mar y echo a andar por la calle Valparaíso. A pocos pasos ya me gusta.
Comercios, puestos callejeros de frutas y pescado, gente en sus quehaceres. Más sonrisas por metro cuadrado que en Santiago. Edificios de un par de plantas con sabor añejo, casi colonial. Quizá lo sean. Color, a pesar del día nublado.
En pocos minutos me planto en la Plaza Vergara, cuyo protagonista es un jardín urbano con su fuente y todo. Allí tengo que tomar la Avenida Libertad para ir al Museo Fonck. Tenía interés en conocer este museo arqueológico y de Historia Natural que ocupa una casa de principios del siglo XX.
Uno de los auténticos moais de Isla de Pascua que fueron sacados de la isla hace ya unos lustros, me da la bienvenida. Los rapa nui han pedido que se lo devuelvan.
Dentro hay una de las colecciones más extensas de objetos de la Isla de Pascua del mundo. Más de 1.400 objetos. Este era mi principal interés, un aperitivo de mi siguiente destino. Aprendí cosas como que los antiguos habitantes de la Isla de Pascua tenían una escritura aún no descifrada.
No sólo hay esto en el museo. También hay colecciones de objetos de los Acatameños, Mapuches y Diaguitas, entre otras etnias chilenas. Cerámicas de Perú, y un gabinete con fósiles como el de una ballena de hace 25 millones de años, además de ejemplares de aves, peces, insectos y mamíferos del país.
Francisco Fonck, alemán, fue un médico, explorador y político que destacó en la exploración del sur chileno.
Al salir me pongo a hacer unas fotos de la casa de al lado. Un hombre me comenta que las grietas que luce fueron producidas por el último terremoto grande, el del año 2010. Me pregunta de dónde soy y al saber que española, me pregunta por la cuestión catalana. Pregunta inevitable en 2018. Acabamos charlando un buen rato más de historia, guerras, dictaduras… mientras volvemos a la plaza. Sonrío mientras sigo mi camino.
Pelícanos inesperados
Después de comer el plato del día en un lugar cercano, me voy hacia la costa buscando el castillo de Wulff, otro de los “puntos de interés” de Viña.
Por el camino me dejo llevar por la vista de casas de madera de estilo europeo, a todas luces antiguas, pintadas de colores y encaramadas en las rocas que hay antes del mar.
Subo hacia ellas y paseo por un barrio muy tranquilo. Todas las casas tienen valla y jardín. Al fin me asomo al Océano Pacífico. Uno de esos momentos no planeados en un viaje.
Cuando te das cuenta de dónde estás, de lo lejos que estás. Cuando sientes que qué maravilla, que hace un par de días sobrevolabas el Atlántico y ahora te asomas al Pacífico.
Sin embargo, me encuentro con que el castillo Wulff está cerrado por el montaje de una exposición. Mi gozo en un pozo. Suspendido en el mar, fue construido por un importante empresario alemán de Valparaíso a principios del siglo XX.
Decido recorrer el paseo marítimo y de repente, alrededor de un restaurante con forma de barco, ahí están. Pelícanos enormes. Encaramados a las rocas y también al tejado del establecimiento. Son preciosos, y no me imaginaba ni por asomo que podría contemplarles así. Estando ahí mismo.
Me acuerdo de las Islas Ballestas en el vecino Perú. No es éste el único momento en que recuerdo ese otro viaje estando en Chile. Las conexiones son fuertes.
Continúo andando hasta la playa pública. Sale un poco el sol y decido hacer lo que me apetece más en ese momento: sentarme a leer en la arena, con la espalda apoyada en el murete que la delimita. Estoy acabando Putas asesinas de Roberto Bolaño, escritor chileno de culto.
A mi alrededor hay palomas y gaviotas picoteando no sé qué. Turistas locales haciéndose fotos, selfies. Suena música cubana que viene de un puesto de mojitos ubicado más arriba. También hay otro que anuncia churros y palmeras.
En el horizonte se recortan algunos barcos cargueros que, supongo, están esperando para entrar en el vecino puerto de Valparaíso.
En ese ratito me siento realmente de vacaciones, relajada de verdad. Sin pensar en dónde ir, qué ver, dónde comer, si es un sitio seguro o no. Me siento libre y ya sólo por esto me gusta haber venido a Viña Y por los pelícanos, el moai, y la Avenida Valparaíso con su vidilla.
El Reloj de Flores
Después me encamino al Reloj de Flores, que es toda una atracción de Viña del Mar desde 1962, aunque le ha pasado un poco de todo al pobre.
El caso es que por aquí pasa cualquier visitante de Viña que se precie a hacerse el selfie de turno. Es un buen lugar para quedar con alguien, como el Oso y el Madroño en Madrid.
Me quedo fría esperando a Ana pero luego lo compensamos con el encuentro, la conversación y un delicioso chocolate caliente en el café de un amigo.
Cómo ir de Santiago de Chile a Viña del Mar en transporte público
Puedes ir en autobús desde la Estación Pajaritos de Santiago, a la que se llega cómodamente en metro. Me sorprende para bien esta estación. Muy amplia, limpia y clara en cuanto a indicaciones.
Allí mismo compras el billete para el primer bus que salga a Viña del Mar. Puedes pagar al conductor directamente. Me costó 3.000 CLPs (agosto 2018) y el bus estaba francamente bien. El trayecto es de 90 minutos aproximadamente.
Puedes visitar Viña del Mar por tu cuenta o contratando un tour, por ejemplo en la página Civitatis.
👉 Y aquí puedes reservar alojamiento en Viña del Mar.
Valparaíso, la promesa que no defrauda
Al día siguiente tomo un colectivo (microbus) para ir a Valparaíso. Son 500 pesos. En media hora o menos estoy ya en la Plaza Sotomayor, frente al Monumento a los Héroes de Iquique.
Llego pronto. Me toca esperar a Álex, un cubano que lleva unos años viviendo en Valpo y se dedica, entre otras cosas, a guiar free tours.
Hacer un freetour en Valparaíso es muy buena opción. Te ayudará a entender un poco de su historia, que tiene mucha, y a caminar seguro por las rutas de streetart entre otras opciones. Yo lo reservé en la página web de Guruwalk, especialistas en este tipo de tours.
De las explicaciones que yo recibí ese día, recuerdo que:
🌎 Valparaíso fue declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2003.
⛵ Desde la llegada de los españoles, esta fue la parada y fonda necesaria para aproximarse a Santiago de Chile desde el mar. Valparaíso era la primera escala importante de los barcos que lograban pasar el Cabo de Hornos.
🏴☠️ Luego llegaron los piratas, de entre los cuales destacaríamos a Francis Drake, que asaltó la ciudad varias veces.
🧐 Otro de los ilustres visitantes fue Charles Darwin, que en su viaje en el Beagle estuvo por aquí un tiempo.
La apertura del Canal de Panamá, una gran competencia sin duda, acabó con sus mejores días.
Las calles más cercanas al mar, antes de subir a los cerros, tienen un aire decrépito. De esos que me gustan a mí. Tipo Lisboa.
Antiguos edificios que fueron bancos cuando la ciudad era tan, pero que tan próspera; factorías de pescado y mercancías. Aún hay prostíbulos, que ahora se llaman clubs, una presencia tan común en las ciudades portuarias, y botillerías o tiendas donde se vende alcohol.
Álex me mostró fotos del pasado en el mismo lugar donde estábamos y me envió algunas por email. ¡Gracias desde aquí!
Tomamos el trolebus por 270 pesos, apenas unos céntimos de euro. Este es el bus más longevo de la ciudad. El otro transporte, el más afamado, son los ascensores. Había treinta pero sólo quedan diez en funcionamiento. De hecho después del trolebús nos subimos en el ascensor Reina Victoria.
Lo bueno empieza cuando subimos a los cerros
Ahí es cuando entiendo que no puedo guardar la cámara ni un segundo. Valpo o Valparaíso es un espectáculo de color y más en un día soleado como el que toca. ¡Bien! Ahora sí puedo desvelar el misterio: Valpo hace honor a su fama. No decepciona.
Andamos por el Cerro Concepción y el Cerro Alegre, por el Paseo Atkinson, el Gervasoni, la iglesia Luterana Alemana de la Santa Cruz y la Catedral Anglicana de San Pablo o Saint Paul. Admiramos las vistas de la bahía, el puerto y los cerros entre verde y mil colores más.
Los grafittis y murales están por todas partes y muchos son espectaculares. En Valpo hay mucho arte suelto. Galerías de arte y fotografía, artesanos, músicos. Como dicen por ahí, tiene mucho de bohemia esta ciudad.
Además está vivo y se nota. Si vuelvo dentro de un tiempo, me encontraré con murales distintos. Los hay que son restaurados cada cierto tiempo, repasando su pintura, salvándolos de la quema, pero otros son reemplazados.
Me fijo también en sus firmas. Hay grupos de artistas afamados y muchos tienen la cuenta de su Instagram o Twitter para que, si lo vas a compartir, les menciones o les sigas en esa red social. Seguro que hay muchas historias que contar sobre todos ellos.
Me encantan las casas de paredes de chapa, el material que se ha impuesto por su flexibilidad. Ideal para hacer frente a los movimientos sísmicos tan comunes aquí. Pintadas de vivos colores, muchas son de diseño alemán e inglés, de finales del siglo XIX y principios del XX. Un no parar de clicks.
Valparaíso, qué disparate eres… qué cabeza con cerros, desgreñada, no acabas de peinarte, nunca tuviste tiempo de vestirte, siempre te sorprendió la vida. Pablo Neruda.
Me voy cansada, pero con la sensación de que sólo veo una pequeña parte. No visito La Sebastiana, una de las casas de Pablo Neruda, ni el Museo de Historia Natural que me han dicho que es magnífico. Tenía que volver a Santiago y no quería llegar de noche porque el metro cierra a las 22 horas en Pajaritos.
Me hubiera gustado subir al cementerio, y también entretenerme más en el gran mercado de alimentos que hay cerca del Rodoviario. Tendré que volver, como siempre digo en estos casos 😊
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Consejos para la visita a Valparaíso
Todo el mundo te advierte de que vayas con cuidado porque la seguridad ciudadana no es su fuerte.
No obstante, si vas un sábado o domingo por la mañana te la encontrarás muy tranquila. Los maleantes duermen la mona, como decimos por aquí. De todas formas anda con ojo con la cámara y evita los callejones sin salida o con poca visibilidad (hay unos cuantos en los cerros).
Para ir de Valparaíso a Santiago de Chile en transporte público sólo tienes que dirigirte a la estación de Turbus y coger el primero que salga. Hay buena frecuencia. El billete son unos 3.400 CLPs y te puedes bajar en la Estación Pajaritos para tomar allí el metro e ir al centro.
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