El Valle de la Luna en el desierto de Atacama es uno de los iconos paisajísticos de este lugar del mundo. Lleno de formas fantásticas hechas de sal, arena y roca, no es de extrañar que la NASA pidiera permiso al gobierno de Chile para probar allí la tecnología con la que irían a la Luna. De ahí su nombre, aunque es cierto que no es el único “valle de la luna” de la Tierra. ¿Te vienes a conocerlo? :)
Visitar el Valle de la Luna es un “must” en tu estancia en San Pedro
Sólo 15 kilómetros separan el Valle de la Luna de San Pedro de Atacama, una pequeña parte de la Cordillera de la Sal.
Está administrado por la Asociación Indígena del Valle de la Luna, integrada por seis comunidades.
Aquí se viene a ver la puesta de sol después de haber recorrido una pequeña parte de su extensión. Bueno, puedes venir también por la mañana, pero la tarde es el momento de más éxito.
Como en todos los lugares de interés en el desierto de Atacama, has de pagar una entrada: 3.000 CLP por persona (agosto-septiembre 2018).
Puedes visitar el Valle de la Luna por tu cuenta, llevando tu coche, o bien en un tour que suele tener una duración de 5 horas desde que sales hasta que vuelves a San Pedro. Yo lo reservé con Denomades, y la agencia que lo llevaba a cabo era Turismo Layana.
También puedes contratar la excursión a través de GetYourGuide. Si lo haces desde aquí, me llevaré una pequeña comisión que servirá para mantener este blog.
Este es un sitio protegido, y por tanto tiene unas normas:
No te salgas de los caminos trazados, ni con el coche ni a pie, o te echarán del Valle (literal). La velocidad, si conduces tú misma, no puede superar los 40 km/h. No tirar ningún tipo de basura. No fumar. Respetar las indicaciones del guía local. Y no llevarse ningún souvenir en forma de roca, sales o cosas parecidas.
Siendo este un desierto de sequedad extrema, no hay que olvidarse llevar protección para el sol, agua, algún snack. Tampoco te olvides de la cámara, ni te protegerla del polvo y la arena. Vas a disfrutar :)
El desierto de Atacama en todo su esplendor
El Valle de la Luna es uno de los sitios más singulares de Atacama. Forma parte de la Cordillera de la Sal, y en su día de un mar interior.
Es un espacio sagrado para los atacameños y un tesoro natural frágil. Hay que cuidarlo.
Las rocas de formas fantásticas son las dueñas del paisaje. Por todas partes verás que el suelo y las paredes de arenisca brillan en cuanto les da el sol. Son cristales de sal gema y cuarzo, y están por todas partes, aunque hay dos lugares en los que se ven mucho: la Cueva de Sal y las Tres Marías. Pero no nos adelantemos.
Nuestro recorrido empieza en el Mirador del Coyote
Un nombre muy de “western”, de película del oeste. El mirador es una enorme terraza desde la que contemplar el mar de piedra.
Pináculos, crestas, pequeños valles, se suceden alineados. Parece un diseño casi artificial, y a la vez poderosamente natural. Un mar de piedra con olas erizadas avanzando amenazadoramente hacia la costa. El sol está empezando a bajar y ya comienza el contraste característico de la luz rasa en el horizonte. Me hubiera gustado ver el atardecer desde aquí, pero al ser este el lugar más popular, nuestro guía quiso llevarnos a la gran duna.
Una vez dentro del Valle de la Luna, nos vamos a la Cueva de Sal.
Junto a la carretera se alza una mole de formas puntiagudas y redondeadas que brilla en algunos sitios. Cuando nos queremos dar cuenta estamos dentro de un tortuoso laberinto.
Las paredes de la Cueva de Sal, en realidad toda la montaña, están hechas de cristales de sal gema. Estos se formaron por la cristalización a alta presión y el ambiente extremadamente seco. Aunque están muy cubiertas de arena y polvo, en muchos lugares se puede apreciar el cristal.
Nos advirtieron mucho sobre llevar cuidado, equiparte con una linterna, y tal. Es cierto que la mayor parte del recorrido son pasajes ante los que tienes que agacharte y en algunos arrastrarte un poquito, pero poco más. No me pareció que fuera “tan”. Quizá porque la cantidad de gente hace que la sensación de aventura se pierda.
En cualquier caso, el sitio es muy, muy bonito. Y sí, nos pusimos perdidos de polvo y arena.
Después, cruzando la carretera puedes subir por un camino señalizado hasta una antigua mina. Así lo hacemos, y aunque casi no queda nada de las instalaciones en las que se extraía la sal, apenas alguna maquinaria oxidada y los restos de una antigua casita, andar por el terreno mola.
Volvemos a bajar y nos dirigimos a las Tres Marías. Tres rocas en medio de una llanura con formas que podrían recordar a mujeres en distinta posición.
Bueno, una de ellas se rompió bajo el peso de un turista que se subió a hacerse una foto y ya no se aprecia forma alguna. Desde entonces está prohibido tocarlas. Obvio.
Lo dramático de este asunto es que estas rocas datan de aproximadamente un millón de años de antigüedad.
La Gran Duna y el atardecer
Se acerca el momento. Subimos por un camino que rodea la Gran Duna, que es eso, una enorme duna que está prohibido pisar.
Es totalmente lógico porque son cientos de personas los que pasan por allí cada día, pero se me hace muy raro. Después de haber visitado unos cuantos desiertos en mi vida, encontrarme en un lugar como este con tantas limitaciones es como estar visitando un museo lleno de preciosos objetos intocables. Se me hace raro, no lo critico porque lo entiendo perfectamente, pero se me hace extraño.
En la parte superior el espacio es estrecho y lleno de irregularidades que te obligan a poner atención a dónde pisas. El abismo está justo al lado, las pendientes son muy pronunciadas.
¿Y el paisaje? Es espectacular, aunque no termino de encontrar el ángulo que más me gusta. De nuevo tengo una sensación extraña.
Es como si vas a ver el atardecer a la montaña y piensas que no estás en el sitio adecuado, que seguramente un poco más allá el panorama sea mejor, “perfecto”.
Me voy andando a otro mirador que hay en el extremo más lejano. Se llama Mirador Achaches. Son otros veinte minutos andando, en su mayoría por una cresta muy estrecha. Tengo un poquito de vértigo, y cruzarme con gente constantemente no ayuda. Al final lo consigo y disfruto de las últimas luces del día lo mejor que puedo. Sinceramente, echo de menos un desierto vacío, aunque suene egoísta.
Como el atardecer improvisado del día anterior junto a San Pedro de Atacama, la luz anaranjada es muy breve, dando paso enseguida a colores malvas y azules espectaculares. A pesar de todo, pues, el lugar merece una ovación y que una se ponga poeta…
Es tiempo de sentir el viento y mirar al horizonte abierto.
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