Tras el amanecer en medio del Salar, comenzamos a visitar este lugar único en la tierra. Aunque llegamos tempranísimo, siento que este es un segundo principio de la visita al Salar de Uyuni. De nuevo me emociona la perspectiva de recorrerlo, aunque estoy más tranquila que un par de horas antes. Es hora de cruzarlo, haciendo un total de 120-140 kilómetros. Vamos allá :)
La primera parada en la visita al Salar de Uyuni es la isla Incahuasi
Yo sabía que en el Salar de Uyuni hay una “isla” llena de cactus. Había visto fotos, aunque he de decir que la mayoría poco afortunadas. Por eso no esperaba mucho de este lugar. Casi me alegro de que fuera así, porque me sorprendió (para bien) muchísimo.
Primero desayunamos allí mismo, junto a los coches y la entrada a la isla. Hay que pagar un ticket de 30 bolivianos por persona (precio de agosto 2018) y dado que es un sitio protegido, dentro no se puede comer ni hacer nada que degrade el lugar. Fuera tampoco se debe, como ya en ningún lugar del planeta, así que recogemos cuidadosamente nuestras cosas en cuanto terminamos.
La isla Incahuasi, la «casa del inca», es un peñasco volcánico en mitad de la llanura blanca del Salar de Uyuni. Parece pequeña, pero no lo es. Una vez te te pones a recorrerla te das cuenta de que es grande. Y de que los cactus son inmensos. De hecho llegan a alcanzar entre 7 y 9 metros de altura, creciendo un centímetro por año.
Entre ellos van y vienen pequeños pajaritos de color verde y amarillo. Son como gorriones y aportan algo de vida a la quietud del lugar.
Me adelanto a mis compañeros y amigos. Enseguida me encuentro sola. Un lujazo. Subo lentamente, sin dejar de hacer fotos, hasta la cumbre. Allí arriba hay un altar inca en el que los aymara siguen haciendo ofrendas a la Pachamama, la Madre Tierra. En sus rocas hay restos de conchas marinas y coral.
Admiro las vistas del salar y el mar de cactus que se extiende ante mi. Las nubes crean sombras y los rayos del sol hacen fogonazos de luz cuando se estrellan contra el suelo de sal. Estoy impresionada.
Dicen que este lugar fue refugio de los incas, cuando eran perseguidos por los españoles. Pudieron llegar hasta aquí a lomos de sus llamas, mientras que los caballos de las huestes castellanas morían en el intento.
La segunda parada es para la sesión de «fotos con perspectiva». Otra actividad obligada en la visita al Salar de Uyuni
Después de la isla llega el momento de ir a hacerse las famosas fotos con perspectiva que seguro que verás en cuanto hagas una búsqueda sobre este lugar.
La superficie plana y blanca con un horizonte amplísimo es lo que permite hacer este tipo de fotos. Poner a tus compañeros en la palma de la mano, subirte a tu pasaporte, estar a punto de ser comido por un dinosaurio… Nos vamos, pues, a un punto indeterminado en mitad del salar, con el sol bien arriba.
Los chóferes traen algo de atrezzo, unos dinosaurios de plástico. Nosotros aportamos otras ideas, pero ellos nos ayudan mucho a conseguir hacer este tipo de fotos más o menos bien.
Porque como todo, esto también tiene su arte. Yo propongo jugar con nuestros pasaportes, copiando fotos de otros que circulan por ahí. Leo aporta la idea de las botas y la de hacer un pequeño vídeo…
Ah, resulta que es mejor hacer estas fotos con el móvil y no con la cámara de fotos. Supongo que tiene que ver con el enfoque. Tenlo en cuenta y llévalo bien cargado.
Entre unas cosas y otras nos tiramos algo más de una hora haciendo el tonto.
Un poco de información sobre el Salar de Uyuni
Adolfo, nuestro chófer, nos cuenta que el Salar de Uyuni formaba parte del Océano Pacífico, pero cuando se juntaron las placas tectónicas y se formaron los Andes, quedó aislado. Tras varios siglos se secó, quedando toda la sal contenida de esta curiosa forma.
Lo que he leído después en diversas fuentes, incluyendo la wikipedia, es que aquí había un gran lago prehistórico que existió mientras hubo lluvias. Después, un cambio climático marcado por la ausencia de las mismas y la subida de las temperaturas provocó que sus aguas se evaporasen. Otra consecuencia de un gran cambio climático, como el del desierto del Sahara.
Este es uno de los salares más grandes de la Tierra, y el más alto (3.650 metros de altura). Hay un montón de capas de sal, y sigue creciendo en altura (de sal).
Allí me dijeron que ahora ronda los 12.000 kilómetros cuadrados, pero he leído distintas cifras, la mayoría entre 10.000 y 11.000 kilómetros cuadrados. Bueno, mil kilómetros cuadrados arriba o abajo, je, je.
El Salar de Uyuni es también el mayor yacimiento de litio del mundo. Seguro que te suena el litio. Es el mineral con el que se hacen las baterías de todos los dispositivos tecnológicos que rigen nuestras vidas. De hecho, esta puede ser una de las grandes amenazas de este lugar prehistórico.
Las formas geométricas que luce el suelo de sal en muchas partes del Salar son el resultado de la presencia de este mineral porque ahí el bicarbonato de litio se aísla de la sal.
El Museo de Sal
Tras la sesión de fotos nos vamos a los límites del salar. En realidad ya estamos en el camino de salida. Sólo son las diez de la mañana.
El Museo de Sal es el hotel que acabaron cerrando. El único que llegó a construirse dentro de este paraje.
Nos damos una vuelta por sus dependencias, que son visitables. Dentro hay una cafetería para tomar algo y se venden algunos souvenirs. No me interesa demasiado así que salgo enseguida.
Justo al lado vemos a un grupo musical con una cantante. Resulta que están grabando un videoclip con dron, así que nos quedamos a observar el espectáculo. Preguntamos a Adolfo si son bolivianos y si son famosos, y nos dice que no le suenan de nada y que tienen pinta de peruanos.
Un poco más allá está la gran estatua de sal con el logotipo del rally París-Dakar. Es el busto de un tuareg. Por aquí pasó esa carrera que me gusta tan poco, y todo el mundo posa para la foto. Al final yo también lo hago.
Los ojos del salar
Muy cerca del museo de sal hay una zona donde el agua aflora de manera intermitente. Son los restos del lago Tauca. El agua asoma allí donde las capas de sal son más débiles. Parece que hierve porque hay burbujas, pero está fría. Simplemente libera el aire que queda atrapado en los ríos subterráneos.
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La ciudad de Uyuni y el inicio de la despedida
Salimos del Salar. Una estancia que se me hizo corta, aunque fuera un día larguísimo. Aún nos quedaba el camino hasta el último lugar donde pernoctar, cerca de la frontera con Chile.
A las afueras de Uyuni nos pasamos por el cementerio de trenes. Este es otro de esos lugares que yo quería fotografiar y que, quizá por ser pleno mediodía, no me pareció tan sugerente como esperaba.
Comemos en un hotel a las afueras de Uyuni. Hay wifi y de repente todos nos concentramos en nuestros móviles. Llevamos tres días sin conexión de ningún tipo y la locura de notificaciones me agota, pero también me permite poner un email al hostal de San Pedro para avisar de que creo que voy a llegar mucho antes de lo que esperaba.
Después nos damos una vuelta por el centro. Uyuni me parece bastante fea, así de primeras, pero una vez que llevamos un rato voy encontrándole su punto. Las mujeres con sus sombreros hongo y largas trenzas a la espalda. Algunos edificios coloniales. El mercado al que vamos para ver si encontramos carne de llama seca (no lo conseguimos).
Y nos pasamos la tarde circulando a toda pastilla con un nuevo chófer, Epi, que es el que se encarga de llevarnos en este último tramo hasta la frontera chilena. El tipo no me cae nada bien, la verdad, y además conduce de una manera temeraria.
Sólo hacemos una parada técnica que nos da para darnos una minivuelta en el pueblo de San Cristóbal. Se ve muy cuidado, con infraestructuras incluso superiores a las de Uyuni y casas grandes y bien construidas. Y es que allí cerca hay una mina donde trabajan los del pueblo y que, de momento, les ha traído mucha prosperidad económica.
Siento que estoy mirando a Bolivia a través de una ventana. Dedicándole un ratito antes de volver a Chile. Envidio a los compañeros que quedaron en Uyuni para seguir viaje. Porque esto también lo puedes hacer… ir y volver a Chile, o sólo ir y desviarte después del salar a donde tú quieras.
Dormimos en el hotelillo de un pueblo que ni anoté. El último tramo hasta llegar allí, con la puesta de sol, de nuevo fue precioso. Pero Epi no estaba dispuesto a parar ni un segundo para que pudiéramos hacer fotos. Para entrar en el pueblo cobran una entrada, una tasa. Dos ancianos de más de 80 años estaban al cargo de cobrarla y levantar la barrera que da paso a la calle principal.
Era noche cerrada así que nos fuimos derechos a la ducha, cena y cama. De nuevo estamos cerca de los 4.000 metros de altura, y parte de la mañana del día siguiente seguiríamos así, volviendo a cruzar por los paisajes de la Reserva de Fauna Andina Eduardo Avaroa que tanto me gustaron. Esta vez a toda velocidad. Sentí mucha pena, melancolía y hasta añoranza por los tres días vividos. Volver de un viaje, si ha sido tan intenso aunque fuera corto, me pone así.
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