Mi objetivo era pisar el Salar de Uyuni. Pero no sabía nada de cómo es el camino hasta el mismo, desde Chile. Reservé mi plaza en un tour de cuatro días con el que ir y venir desde San Pedro de Atacama, e iba dispuesta a cumplir mi sueño. Sin más. No pensaba que el camino hasta Uyuni sería uno de los lugares más bellos que he pisado en toda mi vida. La Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa es una caja de sorpresas que van desde lagos y montañas de colores, hasta desiertos poblados de rocas. Escenarios de película que encima están animados con la vida de la fauna salvaje propia de la región.
Podemos empezar presentando a Eduardo Avaroa, ya que si han puesto su nombre a una reserva de fauna es por algo ¿no?
Eduardo Avaroa es considerado un héroe de guerra en Bolivia. Nació en San Pedro de Atacama y murió en Calama. Eso está ahora en Chile, pero entonces ambas localidades eran parte de Bolivia.
Estamos en la segunda mitad del siglo XIX, y este hombre que fue comerciante y empresario acudió como voluntario a la Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre, cuando Chile, Bolivia y Perú se enfrentaron. Atravesando más de 200 kilómetros de desierto junto con las tropas de su país. Dispuestos a contener al ejército de Chile, que buscaba expandir sus dominios (y lo consiguió).
En principio Eduardo Avaroa sirvió de apoyo a los preparativos logísticos de la batalla, pero cuando estos terminaron y el coronel al que servía le dijo que volviera con su familia, él dijo algo así como “soy Boliviano, esto es Bolivia, aquí me quedo”. Murió en combate, y este gesto heroico-patriótico es el que le valió el título póstumo de coronel, sin haber llegado a ser militar. Todo muy bizarro.
De camino a la frontera Chile-Bolivia
Madrugando en San Pedro de Atacama, espero a que vengan a recogerme. He preparado una mochila lo más ligera posible para los siguientes cuatro días, y dejo el resto de mi equipaje en el hostal de San Pedro.
Básicamente llevo ropa de abrigo, casi toda puesta pues vamos a estar los cuatro días a una altitud muy respetable. Algo de comida, tres litros de agua y papel higiénico, siguiendo los consejos de Denomades, la agencia con la que contraté el tour. Por supuesto incluyo mi equipo fotográfico y un pequeño botiquín, además de una bolsa de hojas de coca. El saco de dormir, imprescindible para los próximos días, me lo proporciona la agencia con la que viajo.
En el bus me encuentro con mis compañeros de viaje. Somnolientos, como yo. Somos un grupo de brasileños, italianos, una pareja de chilenos, una chica inglesa y cuatro españoles, si no recuerdo mal. Con alguno he coincidido en los tours de los días anteriores en el Desierto de Atacama, y al resto no les conozco de nada.

De momento no me preocupo, aunque más adelante nos tendremos que repartir en los coches 4×4. Me acomodo y dormito, aunque con los ojos entrecrrados porque no quiero perderme el precioso paisaje que se va desvelando con las primeras luces.
El puesto fronterizo Hito Cajón a ritmo de música heavy rock
A unos 45 kilómetros llegamos al puesto de control de la frontera, llamado Hito Cajón. Ya estamos a 4.500 metros de altura. En los próximos días subiremos y bajaremos en torno a los 4.000 metros.
Bajamos del bus. Hemos llegado los primeros y los policías están empezando la jornada. La frontera tiene un horario laboral, como la mayoría de fronteras terrestres del mundo. De 8 h. a 18 h. en invierno para salir de Chile. Hasta las 20 h para entrar. Si madrugas, te librarás de la cola de vehículos que esperan el paso.
Todos los viajeros han de entrar en la oficina, donde por cierto hay baño, para presentar el pasaporte y el papel de aduanas que te entregaron al entrar en Chile (si eres extranjero).
Suena música heavy y a mi me hace mucha gracia este detalle porque me gusta mucho el rock del bueno, aunque no recuerdo bien si era Metallica o AC/DC, sí sé que escuché algunos acordes de Pearl Jam (que no es heavy, pero me encanta más aún). Y ya sólo por esto me caen bien los policías de la aduana. Cuando volvemos unos días después, igual :)
Superados los trámites entramos en tierra de nadie. Tres o cuatro kilómetros más adelante alcanzamos el puesto fronterizo de Bolivia, bastante más modesto que el chileno. Bolivia es un país mucho más pobre que Chile, económicamente hablando, y ya se empieza a notar aquí. Hacemos cola. Hay más gente porque confluyen los viajeros que entran y los que salen del país.
Hace mucho, mucho frío. Todavía es temprano y la altitud se nota. Revisan los pasaportes y los sellan.

Desayunamos junto a la furgoneta (la agencia se encarga de ello) mientras esperamos a que los coches 4×4 vengan a por nosotros. Observamos las evoluciones de las gaviotas andinas que andan sobrevolando la pequeña explanada en busca de las migas que dejamos. También ellas desayunan, armando un gran alboroto.
Formando la expedición
Una vez llegan nuestros coches, con pasajeros que vienen de hacer el viaje que nosotros vamos a empezar, se hace el cambio de equipajes. Nos repartimos espontáneamente, mirándonos unos a otros, dubitativos. ¡Organícense, y rapidito, que tenemos que salir ya! Nos apremia uno de los conductores.
Me invitan los chicos brasileños: Leo, Vander y su hermana. Somos el único coche con cuatro pasajeros además del conductor. Los demás llevan cinco y al principio nos miran un poco mal, pero nosotros llevamos todo el equipaje dentro del coche, en vez de en la baca, así que no vamos más anchos.

Los brasileños terminan siendo unos compañeros de viaje muy buenos, además de adorables. En un viaje así compartes muchas horas de coche, mesa y cama, así que es importante que te lleves bien con los demás. En este caso fue muy fácil :) ¡Os quiero chicos!
Nuestro chófer se llama Adolfo y es un joven boliviano de carácter tranquilo y buena conducción. Responde paciente a nuestras preguntas, y nos va contando cosas de los lugares que visitamos.
Somos tres coches circulando juntos, pero no mezclados. Es decir, que muchas veces nos distanciamos, unos llegan antes y otros después a los puntos de parada, y en general siento que vamos de una forma bastante independiente. Esto es genial, porque en muchos sitios estamos los cuatro solos con Adolfo, disfrutando de aquellos parajes.
Ya sólo nos queda pasar por otra caseta donde hay que pagar la entrada a la Reserva, que empieza ahí mismo. Un papel que cuesta 150 bolivianos y que debemos llevar siempre con nosotros y a mano, porque hay que pasar por varios controles durante el viaje.

La visita a la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa sólo se puede hacer con una agencia de turismo acreditada.
Laguna Blanca, el comienzo de dos días alucinantes
A unos cientos de metros, máximo un kilómetro, de las cuatro casas que componen la entrada al parque, hay una laguna maravillosa.
Es la primera gran sorpresa de los próximos días. Mis pensamientos hasta ese punto estaban constantemente dominados por el deseo de llegar al Salar de Uyuni, pero a partir de aquí y hasta que no estuvimos a sus puertas, me olvidé de él.
La Laguna Blanca, pues este es su nombre, es un lugar maravilloso. Brilla el sol y con él la nieve en los volcanes que la rodean, el cielo azul intenso, y el color del agua entre azul y gris. Es un escenario perfecto, y sólo es el principio.

En un par de minutos nos plantamos en la orilla y damos un pequeño paseo. Yo creía que no íbamos a parar, y pensaba que iba a sufrir mucho si el camino iba a ser así de bonito y sin paradas. Pero no, buena parte del tour consiste en esto. ¡Hurra!

La Laguna Blanca tiene sólo 40 centímetros de profundidad y en sus aguas hay sal y borato.
Esa mañana de invierno está parcialmente congelada y observo cómo unos patos se deslizan por su superficie hasta llegar al agua.

La calma es total. Empieza a hacer menos frío a medida que el sol sube. A lo lejos un par de coches pasan a gran velocidad levantando una estela de polvo a su paso. Es una imagen tan poética como agresiva para el entorno. Nosotros haremos lo mismo, y no hay forma de escapar. Así se hacen allí las cosas, ya que casi todo son pistas, no asfalto.

A medida que nos adentramos en la Reserva, la sucesión de paisajes y color es increíble. Vamos haciendo paradas cada muy poco tiempo, en escenarios distintos. Estamos en cada lugar un mínimo de 20 minutos, lo que suele ser suficiente porque no te puedes alejar mucho. Esto es un desierto y te mueves a más de 4000 metros de altura.
Muchas veces me acuerdo del altiplano de Perú. Los colores, los racimos de ichu de color amarillo, el perfil de los Andes, la luz, las vicuñas. Pero al mismo tiempo todo es nuevo y se me antoja más espectacular.
La Laguna Verde
A sólo quince minutos en coche desde la Laguna Blanca, la Verde es también maravillosa, pero de color esmeralda.

El verde viene de la mano del alto contenido en arsénico y cobre del fondo. Sólo los flamencos son capaces de beber y comer ahí. Es impresionante.
Desierto de Dalí
Después circulamos por una pista recta en medio de un valle amplio. A nuestra derecha una sucesión de picos con pequeñas manchas de nieve nos hipnotizan. Sus laderas son de arena y roca, y lucen una variedad de colores entre el ocre y el beige que parecen pintados.

Al otro lado de la pista un gran arenal se ve salpicado de rocas negras. Están lejos y no podemos acercarnos, pues está prohibido. Es el llamado Desierto de Dalí. Son espumas volcánicas que salieron a la superficie y se secaron en formas fantásticas que recuerdan a las obras del pintor.

Laguna Quetenas
La siguiente laguna es enorme. Hay unas casas junto a la carretera donde todos los coches paran a comer. También te puedes bañar en la piscina de aguas termales que hay junto al lago.

En la laguna hay flamencos, aunque están lejos. A cambio, me acerco a observar a un grupo de vicuñas que está en la ladera de la parte trasera de las casas. ¡Tan bonitas! Su mirada es dulce, como de niña, y su andar elegante.

La población, escasa pero existente, se dedica al turismo y el ganado. Antes cogían los huevos de los flamencos (ponen uno al año!), y los llevaban cargados en sus llamas hasta Chile y Argentina para hacer trueque con ellos y así comprar fruta, cereales, etc. Adolfo sentencia: aquí no se puede cultivar nada.
Pero una vez el Gobierno decidió declarar estos parajes como reserva natural, y cuando los flamencos ya habían llegado al punto de estar en peligro de extinción, tuvieron que reconvertir su modo de vida. Menos mal que queda el turismo.
Geysers del Sol de la Mañana
Volvemos a subir. Esta vez alcanzamos los 4.900 metros de altura, el punto más alto del tour. En este lugar de precioso nombre, el terreno tiene unos colores increíbles cuando se despejan las nubes de vapor tóxico que emergen del subsuelo rítmicamente.


Sin darme cuenta aspiro ese vapor y me pica la garganta, los ojos… La nariz vuelve a sangrarme un poco cuando me sueno los mocos.

Al cabo de un rato descendemos. Esta noche dormiremos a 4.300 metros de altura.
Laguna Colorada
Llegamos a nuestro alojamiento junto a la Laguna Colorada, que se ve a lo lejos. Es una casa local habilitada como hostal con muchas habitaciones y algunos baños compartidos. Comemos allí.

Me hago amiga de la niña de la casa. Abi, me dice que se llama. Nada más llegar me coge de la mano y tira de mí en dirección a unas cuantas llamas que están junto a un muro en el patio delantero. Casi no habla castellano pero insiste en que vaya a tocarlas, y a mi me da miedo que me muerdan, ji, ji. Tras una pequeña siesta volvemos a montar en los coches para acercarnos a la laguna.
Es un lugar increíblemente bello. Aunque veníamos de un día increíble, este lugar es el colmo. No sé si viajar con la mente “virgen” de referencias es lo que produjo la impresión que me llevé de la Laguna Colorada, o es que es imposible no conmoverse ante algo tan tan tan bonito.

Sopla mucho viento y hace un frío intenso, pero estas son precisamente las mejores condiciones para ver la Laguna Colorada en todo su esplendor.
El viento que levanta olas, generalmente por la tarde, es lo que activa las algas del fondo, y estas a su vez «tiñen» el agua del color entre rojo y rosa que da nombre a este lugar.
Las orillas e islas dentro de la laguna están blanqueadas por la sal y el borax, lo que aporta un mayor contraste al color del agua. Grupos de flamencos, centenares de ellos, van y vienen volando, o están comiendo en el agua.


Poco a poco y no sin dificultad por la altitud, nos acercamos andando hasta la orilla. Hay un grupo de llamas, el ganado de la población local. Con sus lanitas de colores colgando de las orejas para diferenciar quién es su dueño, braman amenazadoras si te acercas demasiado. ¡Que corra el aire! Parecen decirnos…
Luego subo al mirador que hay en la loma de una pequeña península. Desde allí arriba hay una vista casi aérea. Permanezco todo el tiempo que puedo, pero el viento helado penetra de manera implacable en todas mis capas de ropa y hace insoportable estar parado mucho rato.


Es lo último que recuerdo. Bajar con dificultad hacia el coche, sintiéndome congelada, apretando el gorro de lana con forro polar contra las orejas, los ojos lagrimeando, sin sentir las manos a pesar de llevar dos pares de guantes y con lo pies helados a pesar de los dos pares de calcetines. Incluso me parecía oír crujir mi cabeza por dentro!!!
Al llegar al parking tenía un dolor de cabeza importante. Fue el peor momento de todo el viaje, en uno de los lugares más bellos del mismo.
Menos mal que en el hostal hay una estufa y nos espera una merienda de galletas y mate de coca, té o café, seguida de una riquísima cena a base de puré de patatas, carne de llama y ensalada de aguacate o palta.

Noche estrellada
Cuando ya es noche cerrada, salgo con el trípode a fotografiar el cielo. La vía Láctea luce intensamente sobre el perfil de los volcanes que nos rodean, antes de que salga la luna por el horizonte. Me quedo un buen rato, ya no sopla tanto viento y la temperatura rondará los 0ºC, ni frío ni calor.

Mientras hago fotos probando encuadres y composiciones, pienso en que la noche en el Salar de Uyuni va a ser maravillosa. Tonta de mí, el Salar no se puede visitar durante la noche (bueno, sí, pero en tour aparte y pagando una pasta y yo tampoco sabía esto). Se duerme a unos kilómetros del mismo, de hecho.

El resto de la noche la pasamos casi en vela, mis compañeros y yo misma. Se hizo larga. La altitud y el frío no perdonan, y además nos acostamos pronto y no madrugamos mucho. Es decir, estuvimos muchas horas en nuestra habitación.
Segundo día de travesía por la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa
Otro día increíble. ¡Vaya paisajes! anoto en mi diario. Desierto, montañas de colores, cielo limpísimo, y encuentros con la fauna salvaje animaron este segundo día de viaje…
Desierto de Siloli
Creo que esta fue la primera parada del día. Es algo similar al Desierto de Dalí, pero esta vez sí paseamos entre las rocas, ya que se sitúan junto a la carretera. Son formas extrañas y fantásticas entre las que destaca “el árbol de piedra”, esculpidas por el viento, la nieve, el hielo…

Siendo un clima y altitud tan diferentes, es sorprendente lo que se parecen estas rocas a las del Sahara argelino, en la región del Tadrart.

Fauna andina entre lagunas
Seguimos de laguna altiplánica en laguna altiplánica. Ahora vienen cuatro seguidas: la Laguna Honda, la Charcota, la Hedionda y la Cañapa.
Todas preciosas, de colores azules y blancos, con muchos flamencos.
Laguna Honda Laguna Cañapa
Precisamente cuando llegábamos a las estribaciones de la Laguna Honda vimos al primero de los cuatro zorros andinos que avistamos en ese día.

Paramos el coche para hacerle unas fotos, sin bajarnos para no ahuyentarle, ni para entretenernos demasiado. El caso es que sigue andando, directo hacia nosotros, y se planta a escasos metros del coche. Le miramos fascinados y nos sorprende muchísimo que no se vaya corriendo en dirección contraria.
Sigue mirándonos insistentemente y por fin Adolfo comprende. Nos dice que probablemente esté esperando a que le echemos algo de comer (no nos invita a ello eh?). Debe de haberse acostumbrado porque otros turistas lo han hecho antes. Mala señal, muy mala. El turismo no debe alterar el entorno.
¿Cuántas veces hará falta decirlo? Si la fauna salvaje se acostumbra a recibir comida de la mano del hombre, dejará de molestarse en cazar. Su comportamiento cambiará y no le permitirá sobrevivir en caso de que el turista desaparezca. Además, en el caso de encontrarse con negativas, puede que decida exigirlo por la fuerza, por lo que se convertirá en una amenaza. Las consecuencias de tirar un trozo de carne, galleta, o lo que se te ocurra, para ver cómo se lo come y hacerle fotos, o pensar “qué gracioso”, o sentirte mejor porque le has alimentado, son estas. Es tan sencillo y complicado como esto.
Un poco más adelante entramos en una zona dominada por el arbusto andino tan típico de esta cordillera, el ichu, que ya conocí en Perú y que es un buen pasto para vicuñas y alpacas.
También lo es para las vizcachas, un marsupial que es como un conejo gigante, gordito, y que tiene una cola larga. Se desplaza a saltos, así que recuerda también a los canguros.
Precisamente una vizcacha asoma a un lado del camino. Nos mira muy quieta, se mueve cautelosamente, y sigue mirándonos. Su pelaje brilla al sol. No nos bajamos del coche y guardamos silencio. Sólo se oyen los clicks de nuestras cámaras. Un poco más allá corretea otro ejemplar.

También encontramos vicuñas en la estepa, y perdices andinas.
Es emocionante ver a la fauna salvaje en su hábitat. Ser testigo de la vida que se abre de manera paralela a nuestra existencia. Recordé los safaris en África y sentí que la emoción de esos días volvía. A pesar de la gran diferencia en cantidad y tipo de fauna, la emoción es similar.

Comemos en la Laguna Hedionda. Mientras esperamos a que esté la mesa lista, me acerco a la orilla. Aquí es donde más de cerca veo a los flamencos. Es como la culminación de todos estos días observándoles a cierta distancia.

Hago fotos, me dedico a mirar, dejo mi mente en blanco, disfruto de mi silencio, me aíslo de todos y de todo, y soy feliz.



Por la tarde paramos a contemplar el volcán Collagua. Tiene una fumarola permanente. Es un volcán proactivo, es decir, que aún no ha erupcionado. Nadie sabe cómo será el día en que lo haga.

Y terminamos en el Salar de Chiguana
Una superficie salada de 9.000 kilómetros cuadrados, aunque en parte cubierta de tierra y arena. El anticipo del ya cercano Uyuni.

Una vía de tren atraviesa recta esta llanura blanquecina y es el lugar ideal para hacerse las fotos de rigor. Sentado en las vías en medio de la inmensidad, andando sobre ellas con los brazos extendidos… quién no se rinde ante esta oportunidad :)

Estamos a 3.650 metros de altura y nos sentimos un poco menos «en la luna». Es decir, andamos algo más ligeros, respiramos un poco mejor. Por eso también fue posible que el tren atravesara estos parajes. Un tren minero que aún hace su servicio un par de días a la semana cargando sal y minerales entre las ciudades de Uyuni y la Estación Avaroa, en el límite con Chile. No lleva pasajeros.
En estos momentos los nervios crecen. Todos hacemos este tour con la ilusión puesta en el Salar de Uyuni y ahora sabemos que está a la vuelta de la esquina. La Reserva de Fauna Andina Eduardo Avaroa ha sido una sorpresa difícilmente superable, pero los sueños fraguados desde hace tiempo vuelven a hacer acto de presencia. Y son poderosos. Estamos impacientes por llegar, aunque llenos de recuerdos imborrables.
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Muy lindo trabajo es muy enacantador y gratificante su pasión por el turismo de Bolivia agradecerle por tan maravilloso tours realizado…
Muchas gracias por su comentario, este rincón de Bolivia es maravilloso y espero visitar el resto del país algún día :)
Hola!! buscando información sobre esta reserva, encontré tu blog. Estoy muy interesado en visitar esta reserva y tengo entendido que te sellan el pasaporte con el sello de la Reserva; podrías indicarme dónde poder hacerlo si lo sabes? Muchas Gracias.
Hola Mario, pues no lo sé, en mi caso fue entrada al país y pusieron el sello correspondiente. Lo mejor es que preguntes allí porque tienes que pasar por el control de la reserva y mostrar tu pasaporte (aparte de la frontera)