Gilgit es una de las ciudades en las que pasar la noche antes o después de visitar el Valle de Hunza, en la mayoría de recorridos por el norte de Pakistán. Aquí tienes una pequeña guía de lo que hay que ver en Gilgit, y su historia.
El camino hacia Gilgit: Cañón de Rondu
Salimos de Skardu rumbo a Gilgit y el camino es tan espectacular que nos deja sin habla. Me refiero al Cañón de Rondu, una garganta profunda de pura roca por la que el río Indo corre desbocado junto a la carretera. Y eso que es verano.
La poderosa corriente se estrella contra las rocas una y otra vez, y en muchos puntos las gigantescas rocas que han caído de las montañas hacen que se formen enormes remolinos. Todo aquí es superlativo. Su visión estremece e hipnotiza. Hay un tramo bautizado por los de Al Filo de lo Imposible, el mítico programa de TVE, como “la batidora”. Ahí lo dejo.


Pero hay una “curiosidad” en la otra orilla que, si no te la cuentan, no la ves. En las laderas de la montaña, casi verticales, se ven unas líneas horizontales que recorren la montaña. Parecen naturales porque son muy irregulares, pero no es así. Se trata de galerías abiertas por los hombres que dan paso a un laberinto en el interior de la montaña, también excavado por sus manos. De allí extraen turmalinas y otras piedras semipreciosas que se utilizan en la joyería que mucha gente del mundo consume.

Ellos viven ahí, al menos durante los meses en que trabajan, que no sé si es todo el año. Se mueven por el interior de la montaña, por esa especie de hormiguero y, cuando tienen suficiente material, lo cargan en unas vagonetas de hierro oxidado para cruzar el río y dejarlas en la carretera, donde los camiones van a llevárselas. Las vagonetas parecen volar, colgadas de cables, sobre esas aguas y remolinos imposibles.

Justo en el saliente donde paramos para observar “el otro lado”, hay algunos sacos medio vacíos que contienen algunas de estas turmalinas.
La turmalina es un mineral complejo que se presenta en distintos colores, siendo la más conocida la de color negro por su alto contenido en hierro. Suele tener formas prismáticas, alargadas, hexagonales y triangulares. Es muy apreciada para la joyería, aunque también tiene usos industriales. Su nombre podría venir de Sri Lanka, porque los cingaleses llamaban touramalli a unos minerales cuya principal característica eran sus distintos colores.

Llegamos a divisar algunas de las pertenencias de los mineros en la parte exterior de las galerías, pero no vimos a ningún hombre en ese momento. Sólo de pensar en la vida que llevan entre el abismo y el riesgo de desprendimientos de roca en el interior de la montaña, el estómago se encoge.

Saliendo del Cañón de Rondu llegamos a una especie de altiplano desde donde vemos, por última vez, la gran mole del Nanga Parbat. En este punto se cruzan las tres grandes cordilleras de la Tierra: el Himalaya, el Karakórum y el Hindu Kush.
Una vez más, con el cielo casi despejado, sentimos que la Naturaleza nos está dando un gran regalo ¿Sería esta la última gran montaña que veríamos? Pues no, aunque sí el primer y único ochomil.

Te he hablado del Nanga Parbat y su historia en estos posts:
Llegando a Gilgit
Acercándonos a la ciudad de Gilgit, nos desviamos y dejamos atrás el río Indo para retomar la Karakorum Highway, esta vez junto al río Gilgit, homónimo de la ciudad y región.
Este otro río, siendo también muy caudaloso, ha horadado el valle creando una especie de acantilados. En la parte superior, los campos de labor y bosquecillos trabajados por los campesinos intentan ganar la batalla a la montaña. Supongo que allí se cultivan gran parte de las sandías, tomates y muchas otras frutas y verduras que veremos en los bazares de Gilgit.
Aunque su aspecto de oasis sea de lo más bucólico, lo cierto es que muchas de estas aldeas están amenazadas por el Cambio Climático. En las últimas décadas no han sido pocas las veces en que las riadas y los desprendimientos han arrasado pueblos y gentes. Pakistán es uno de los países que más sufren y van a sufrir el calentamiento global, mientras que produce sólo un 1% o menos de los «gases invernadero» ¿Qué estamos haciendo? me pregunto una y otra vez.

Por encima de esos “oasis” asoman varios picos de más de siete mil metros de altura, como el Diran, con sus 7.266 m.s.n.m., que es considerada una de las montañas más peligrosas de Pakistán por sus avalanchas de nieve, o el pico Pilchar Dobani de una altura similar.

Tras parar en una gasolinera antes de llegar a la ciudad, admirar el paisaje con el sol acercándose al horizonte, y fotografiarnos con un camión abarrotado de decoración (¡me encantan!), por fin llegamos a Gilgit, casi de noche.
Nos alojamos en el Park Hotel de Gilgit, a unos 2,5 kilómetros del centro de la ciudad, aunque como está rodeado de calles llenas de tiendas de todo tipo, parece que estás en el centro. El sitio no está nada mal, aunque las habitaciones pueden defraudar un poco. El jardín y el restaurante están bastante bien y ofrecen un buen refugio del jaleo de la calle. También ofrece un parking seguro, por si quieres tomar nota.
La historia de Gilgit
Gilgit es una de las ciudades más importantes de esta región del norte de Pakistán. De hecho, su nombre está en el de la región o departamento: Gilgit-Baltistán.
Gilgit fue un importante centro en la época de la Ruta de la Seda, la red de rutas comerciales que conectaba Oriente y Occidente desde alrededor del siglo II. Te recomiendo que leas este breve post de Funci.org que reseña un libro fotográfico de la Ruta de la Seda, pero con datos muy interesantes sobre el pasado, presente y lo que China está preparando para el futuro.

Desde el siglo II hasta el XI, Gilgit fue un importante centro del budismo “temprano”, y por su ubicación estratégica siempre fue objeto de deseo de los imperios y reinos de este lado del mundo o venidos de muy lejos. Desde el Imperio tibetano, hasta los califatos omeya y abasí, pasando por la cercana Cachemira.
En este periodo, Gilgit servía de paso a los monjes chinos que viajaban a Cachemira para aprender y predicar el budismo. Entre ellos destacan los peregrinos chinos Faxian y Xuanzang.
En 1931 se descubrieron los “Manuscritos de Gilgit”, una colección de textos budistas escritos en sánscrito sobre corteza de abedul. Dichos manuscritos contienen textos que hablan de filosofía, medicina y leyendas locales, y se han datado entre los siglos V y VI. Son, por tanto, algunos de los más antiguos del mundo y forman parte de la Memoria del Mundo de la UNESCO.
Gilgit en la actualidad
Gilgit es, hoy en día, uno de esos lugares donde el conflicto entre las comunidades chiíta y sunita sigue acechando. No es el único y en otros sitios está más “despierto”, pero aquí también está presente. De hecho, la ciudad está casi dividida entre ambas, y de vez en cuando chocan entre sí, por decirlo de una manera suave.
Por ejemplo, en 1988 se extendió el rumor de una masacre que los chiítas habían cometido contra los sunitas. En respuesta, miles de hombres armados venidos del sur atacaron la región, quemaron varias aldeas y mataron a unas 400 personas chiítas.
Más recientemente, en septiembre de 2023, hubo una serie de protestas que reavivaron estos conflictos, afectando a la estabilidad y cohesión social.

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Qué ver en Gilgit
Las opciones sobre qué ver en Gilgit no son muy amplias, aunque no por eso tiene menos interés. Principalmente:
Bazares de Gilgit
Todo el centro de Gilgit y sus barrios aledaños, como el de nuestro hotel, son un gran bazar que en realidad se divide en distintos bazares o mercados. Te aseguro que es un planazo darse un buen paseo por allí.
Cada calle está llena de tiendas, puestos ambulantes y actividades que comienzan muy temprano y terminan muy tarde. En la zona de las fruterías hay almacenes enormes y muy viejos, donde se amontonan las sandías y otras frutas de temporada.
Si entras a curiosear, te parecerá que te has transportado a los tiempos de la Edad Media, aunque los elementos del siglo XXI también estén presentes. No sé si es por los desconchones de las paredes, los altísimos techos, o los haces de luz que atraviesan la penumbra, pero esa sensación de traspasar una puerta del tiempo está ahí.

Un poco más adelante, el aroma de masa frita inunda tu nariz. En un pequeño mostrador hay dispuestas muchas teteras de colores esperando a que los clientes paren para tomar un chai recién hecho con su torta frita. Casi me arrepiento de haber desayunado en el hotel. Compramos algunas, por un precio irrisorio, y están riquísimas. Se parecen a las porras madrileñas.

Y unos metros más allá, un tipo simpático está preparando filetes de carne picada y especiada en una plancha grande, como ya vimos en Skardu. Cuando pone la carne en la plancha y la aplasta, te aseguro que mete los dedos en el aceite hirviendo. Increíble. De vez en cuando grita su mercancía a los que pasan por delante y toca una campanilla ¡Un festival para los sentidos!

Mientras, los trabajadores vienen y van. De todas las edades, cargando con grandes sacos y carros llenos de fruta o cualquier otra mercancía.


En otra calle, ya cerca del río, están las carnicerías. Hay una muy especial, ya que tiene un árbol enorme detrás del mostrador, pintado de rojo. Está claro que construyeron el local respetando el árbol. Me queda la duda de si lo pintaron de rojo (igual que el mostrador y parte de la pared), porque es una forma de “señalizar” que ahí hay una carnicería. Probablemente sí. El dueño, por cierto, es tan simpático y amable como la mayoría.

Cuando te quieres dar cuenta, ya estás en la zona de la ropa, calzado y complementos. O puedes ver a un señor de toda la vida, arreglando radios de toda la vida.

Más cerca del río nos encontramos con varios talleres donde están fabricando las gorras o boinas gilgitis. Son de lana y muchos hombres las llevan puestas incluso en verano. Dicen que la lana es un buen aislante, por cierto.

Puentes sobre el río Gilgit
En el centro de Gilgit hay al menos dos puentes colgantes, modernos y quiero pensar que robustos, que cruzan el río. Con ellos, también cruzas del lado sunnita al chiíta y viceversa.
Nosotros apenas notamos el cambio, salvo que en el lado chiíta hay banderas negras con aleyas en color blanco. Y, por otro lado, hay menos vidilla, ya que los bazares están en el lado sunnita, donde está la mayor parte de la ciudad. O así lo entendí yo.

De todas formas, a nivel de gente y amabilidad ambos lados son iguales desde nuestro punto de vista. Los hombres nos piden que les hagamos una foto con sus nietos mientras nos preguntan de dónde somos. Otros se limitan a mirarnos fijamente y sonríen cuando les saludamos. La sensación de amabilidad es tan potente como en Skardu o Karimabad, si bien es cierto que aquí hay muchas menos mujeres en la calle. De hecho, no llegamos a ver ni una docena de ellas en las dos horas que dedicamos a los bazares de Gilgit.

Buda de Kharga o Kargah
A las afueras de Gilgit, a unos 9 kilómetros, está el Buda de Kharga, testigo del pasado budista de la región. Excavado en medio de una pared de roca muy alta, fue tallado en el s. VII d.C. y los europeos lo descubrieron a finales de la década de 1930. El relieve mide unos 15 metros de altura.
Cerca de esta figura, a menos de un kilómetro, fue donde se encontraron los restos del monasterio y las estupas con los famosos Manuscritos de Gilgit.
Volviendo al Buda, un dato curioso son los agujeros y la línea que lo rodean como si fuera la silueta de una casa con tejado a dos aguas. Se cree que es donde estaba la estructura de madera que lo protegía de las inclemencias del tiempo.

Para verlo un poco de cerca hay que subir unas escaleras empinadas hasta llegar a un balconcillo o mirador, pero se ve mejor con un poco de distancia, desde más abajo.

Espero que esta breve mirada te ayude a hacerte una idea de qué ver en Gilgit, y a disfrutarla cuando estés allí.
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