Etiopía es un país que te atrapa, te desafía y te conmueve a partes iguales. Y en el sur del país esa intensidad se siente mucho más. En el recorrido que hice, visitamos un poblado de la tribu Dasanech, y fue uno de esos días en que Etiopía me impactó más.
Un vistazo íntimo a la realidad Dasanech: Más allá de lo aparente
A orillas del majestuoso río Omo, muy cerca de Omorate, la última población antes de cruzar a Kenia, tuve el privilegio de visitar a la tribu Dasanech y asomarme a su realidad.
El trayecto hasta su poblado es ya una declaración de intenciones: un paso fronterizo militar donde los pasaportes se muestran y hay que rellenar un formulario, pero no se sellan, marcando la entrada a un mundo aparte. Parece que sales de Etiopía, y no entras en Kenia.
Un Paisaje de Polvo, Viento y Resiliencia
El entorno que acoge a los Dasanech es un lienzo de contrastes.
Un paraje árido, barrido sin tregua por el viento que levanta pequeños torbellinos de polvo, donde apenas unos camellos esqueléticos (regalo gubernamental, no autóctonos) deambulan.

Sus chozas, redondas y precarias, son un testamento a la ingeniosidad y la supervivencia, construidas con chapas, plásticos y materiales «reciclados» traídos de Omorate. Entre ellas, cabras flacas se mueven con la misma lentitud que el tiempo. Mientras, los niños con sus vientres hinchados y cubiertos de polvo, te observan con una mezcla de curiosidad y la dureza de una vida que apenas empieza.

Los Dasanech son, por esencia, un pueblo pastor. Sus raíces se hunden en el Lago Turkana, en la vecina Kenia, de donde migraron en busca de una promesa de prosperidad que el río Omo parecía ofrecer.
Sin embargo, esta búsqueda de un futuro mejor los ha colocado en una posición de marginalidad, incluso de desprecio, por parte del gobierno etíope. «Vagos», «atrasados», «insolentes por no querer cultivar»… son algunas de las etiquetas que les cuelgan.
Pero, ¿es vagancia o es resistencia a un modelo que les es ajeno? Es una cuestión que me hizo reflexionar. Su negativa a ser asimilados, a abandonar sus costumbres nómadas por la agricultura impuesta, es una forma de defender su identidad. Un acto de rebelión silenciosa.




El Omo: Vida, Muerte y la Sombra de la Incomprensión
Nos sorprendía ver sus poblados a unos 200 metros del río, bajo el calor abrasador y el polvo incesante, cuando la orilla ofrecía un relativo frescor y, por supuesto, acceso directo al agua.
La respuesta a nuestra incógnita llegó como un jarro de agua fría: hace apenas dos años, una crecida brutal del Omo arrasó la aldea, llevándose consigo unas 50 vidas de una comunidad de poco más de 150 personas. Una cifra demoledora que explica por qué eligen la distancia, por qué la seguridad prima sobre la comodidad.

Bajo la sombra protectora de un gran árbol a orillas del río, los Dasanech compartieron, a su manera, retazos de su existencia. Sus rostros, sus gestos, sus silencios, hablaban más que cualquier palabra.
Al otro lado del Omo, una mancha de verde intenso revelaba los proyectos de regadío del gobierno. ¿Por qué ellos no estaban incluidos en esos programas? «Por ser vagos», «por no querer adaptarse», explicaba nuestro guía etíope. Su tono, ligeramente despectivo, me generó un profundo malestar.
En ese momento, decidí que no iba a escuchar al que estaba del lado de los poderosos; mi misión era observar, escuchar y sentir, sin filtros ni juicios.

Cansada por el camino y la intensidad del momento, me senté en cuclillas. Fue entonces cuando la barrera invisible se desvaneció.
Los niños, y algunos adultos, me rodearon. Sus risas, sus manos tímidas tocando mi pelo —tan diferente para ellos—, se transformaron en un juego espontáneo. Decidieron hacerme trenzas. Tiraban fuerte, muy fuerte, como si quisieran probar la resistencia de mi melena, pero cada tirón era una conexión, un instante de alegría y una demostración de que, más allá de las diferencias, la humanidad nos une.
Fue un momento inolvidable, de esos que te marcan y te recuerdan la belleza de los encuentros inesperados.

Justo al lado del río hay un gran árbol. Al amparo de su sombra, los dasanech nos hablaron un poco sobre su vida.

Los Dasanech se han quedado en mi memoria para siempre. Aunque pasen los años, sigo recordando aquél calor, polvo y gentes, hombres y mujeres que nos permitieron asomarnos a su realidad por un ratito.
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