Dingli es una pequeña localidad del centro de Malta y se sitúa junto a los acantilados que toman su nombre en la costa oeste de la isla. En realidad ellos son la razón por la que hay que ir allí, a ser posible a la hora del atardecer, y quién sabe, a lo mejor te encuentras con un atardecer increíble como éste 😉
Los antecedentes…
Era el mes de diciembre y mi segundo día en la isla de Malta. Después de pasar la mañana en Markasxlokk contemplando su puerto lleno de barcas pintadas con los ojos de Osiris, para continuar hasta el espléndido yacimiento neolítico de Hagar Qim, llegaba la hora de moverse a otro lugar. Es lo bueno de Malta, que no es muy grande 😎
En la parada de autobús de Hagar Qim tuve mi primera espera larga. Hasta el momento todo se me había dado de maravilla, pero ahí estuve esperando casi una hora. Podría haber ido andando, pero la distancia es de casi 10 kilómetros y en diciembre el sol se pone antes de las cinco de la tarde por esos lares.
A lo que voy. Por fin llegué a los acantilados. El bus me dejó en la carretera y ya sólo había que andar, mejor hacia el sur, para atisbar una costa con alturas impresionantes, dicen que superiores a los 200 metros de altura. La perspectiva desde la carretera no era, sin embargo, tan impresionante. Ante mí se desplegaban campos de roca y matorrales, algunas chumberas y otras plantas en el terreno rocoso y agreste. Ni rastro de los acantilados.
Pero el mar sí se veía. Espléndido, sin interrupción, con unas nubes que anunciaban tormenta y que posibilitaron que ése fuera uno de los atardeceres más memorables que conozco.
El atardecer en los acantilados de Dingli con un horizonte perfecto
Desandé parte del camino que había hecho con el bus. Las nubes cargadas de agua y sombras se extendían sobre el mar y temí acabar pasada por agua. Es un lugar en el que no hay ningún tipo de cobijo, pero ya te adelanto que tuve suerte hasta casi el final.
Por fin atisbo unos acantilados que en ése momento estaban encendidos por la luz del sol poniente. Una vista que sería el aperitivo de lo que me esperaba en la isla de Gozo, aunque entonces yo no lo sabía.
Frente a la costa, exactamente a 5 kilómetros, está la isla de Filfla o Filfola, un islote calizo en forma de mesa con acantilados de 60 metros de altura. Se ve tan pequeñita desde la costa mayor…
✍ Se cree que Filfla es un nombre que viene de la palabra árabe filfel que significa pimienta negra. Desde 1980 es una reserva para aves, aunque antes fue polígono de tiro.
Me asomé lo que pude y contando con mi vértigo. Como no vi nada claro el camino para llegar a un saliente desde donde a buen seguro se vería el resto de la costa, volví sobre mis pasos.
Sin dejar de observar y fotografiar el mar, me acerqué hasta la capilla de Santa María Magdalena– Es una construcción del siglo XVII pequeña, humilde, casi perfecta, labrada en la piedra de color beige con la que se construye en Malta.
El cielo se fue poniendo muy muy dramático y parecía un lienzo que cambiaba a cada minuto.
La piedra de la capilla se encendió con los últimos rayos del sol. Presumo que no es cosa de ése día, sino de todos los atardeceres en Dingli. Ese día, no obstante, el viento arreciaba y yo empecé a pasar mucho frío, pero el sol seguía luchando por abrirse camino y ¡cómo irse en un momento como ése!
💡 Si no quieres pasar penalidades con el transporte público, siempre puedes conocer estos acantilados con esta excursión a Mdina y los acantilados de Dingli.
Hago fotos y más fotos. Echo a andar para no perecer por el frío y bajo la cámara. Entonces… entonces… veo el sol esconderse en el horizonte y con él surge un perfecto rayo verde. Ha sido la vez que mejor he contemplado este fenómeno. Y no lo fotografié. Me maldigo a mí misma por ello, aunque bueno, tengo su recuerdo en mi mente y la esperanza de “cazarlo” otro día, en otro momento, otro paisaje. Quién sabe.
Un poco más arriba hay una torre radar, poco romántica pero a la luz del atardecer no está tan mal. Y resulta que el punto más alto de Malta está un poco más adelante de dicha estación. Se llama Ta’Zuta y su altura es de 253 metros. No fui porque tenía mucho frío, porque se hacía de noche, porque ya estaba concentrada en encontrar la parada del bus 202 que supuestamente me llevaría directa a Sliema, porque empezaba a llover…
El caso es que no encontré la parada así que decidí ir al pueblo de Dingli que, como te contaba al principio, está muy cerca.
De espaldas a los acantilados aún pude contemplar las cúpulas de las iglesias de Rabat, ciudad que visitaría al día siguiente. Poco después, ya en la oscuridad casi absoluta pues la iluminación de las calles de los pueblos de Malta es bastante escasa, cogí el autobús 52 que me llevó a La Valetta, y allí cogí otro a Sliema. Volvía con la cabeza llena de experiencias, paisajes y este gran atardecer en los acantilados de Dingli que espero te haya gustado.
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