Actualizado el 13 febrero, 2023
Si estás preparando un viaje a Albania en verano, seguramente quieras ir a la Riviera albanesa. La costa de este país promete playas de aguas cristalinas en un entorno natural envidiable. El problema es que la explotación del turismo se la está cargando a pasos agigantados. No, esta vez no voy a cantar las lindezas de un lugar, lo siento, no fue una buena experiencia. Sigue leyendo que te lo cuento y a partir de ahí ya decides tú 🤗
Puede que este post te suene disuasorio, pero no voy a ocultar que la Riviera Albanesa me decepcionó por la masificación y el boom inmobiliario que pude ver. Por eso, antes de continuar, te pido que tengas en cuenta que la visité en el mes de agosto y que no la recorrí entera ni con calma. Es posible que en otra época del año muestre una cara más amable, sin atascos en las estrechas carreteras y sin tanta sombrilla ocupando todo el espacio disponible. Es posible…
La promesa de la Riviera Albanesa
La Riviera Albanesa es, en principio, una costa de ensueño. Se trata de un paisaje montañoso que termina en las aguas de los mares Adriático y Jónico. Las aguas son cristalinas y sus colores una maravilla.
Desde que Albania abrió sus puertas con la caída de Enver Doxha, esta costa se ha convertido en uno de los destinos preferidos de muchos italianos. Dada la cercanía al país vecino, hay muchos ferries para llegar. Y los albaneses que se lo pueden permitir no se quedan atrás.
La belleza de la Riviera Albanesa proviene de su aspecto de costa salvaje, pero las playas son muy estrechas, de piedras o guijarros. Así que no pienses en grandes arenales ni nada por el estilo, lo cual no le resta mérito, es sólo una puntualización.
A día de hoy, o más bien de agosto de 2021, que es cuando la visité, muchas de estas playas están prácticamente tapadas por las sombrillas de los restaurantes y chiringuitos de todo tipo y condición. Y la construcción de grandes hoteles y edificios residenciales es más que patente.
En serio, en muchas de estas playas cuesta andar por la orilla porque los restaurantes y las tumbonas y sombrillas se quedan a escasos centímetros del agua. Aunque no haya mucha gente, los obstáculos son tantos que o te metes en el agua, o te olvidas de pasear playa arriba-playa abajo.
Por otro lado, los meses de julio y agosto, y en especial el segundo, son los meses de vacaciones para los albaneses. Entonces ocurre igual que en España. Todo el mundo se lanza a las playas y segundas residencias en la costa si las tienen. Con la diferencia de que las carreteras no son iguales, sino bastante más precarias. Los atascos son cosa del día a día veraniego, los restaurantes están de bote en bote, y el ambiente discotequero-cutre es lo que te encuentras en muchos sitios.
Llámame aguafiestas, pero yo así no disfruto de la playa, aunque tampoco es que sea muy playera.
Un buen ejemplo de lo que te estoy contando está en las playas al sur de Vlorë, donde nos dimos un baño en el Adriático después de parar a comer en un restaurante italiano que está casi metido en el agua. Un agua, por cierto, que parecía una piscina de lo tranquila que estaba y cuya temperatura era bastante calentita.
Las ruinas de Apolonia
Entre Berat y Vlorë está el yacimiento arqueológico de Apolonia, uno de los más importantes de Albania y parada casi imprescindible si vas a recorrer la Riviera Albanesa. O al menos así lo venden.
Situación: mes de agosto, media mañana, temperatura de unos 40ºC y pocas sombras. Llegamos a las ruinas de Apolonia y parece que sale fuego del suelo. Me encantan los yacimientos arqueológicos pero en estas condiciones o eres un vicioso, o es difícil que lo puedas disfrutar. Menos mal que hay algunos árboles. Si tienes la suerte de que ése día corra un poco de aire, puedes encontrar cierto consuelo.
La historia de Apolonia, una ciudad famosa por el arte y cultura
Las ruinas de Apolonia son los restos de una colonia corintia dedicada al dios Apolo, pero lo más interesante es saber que fue un gran centro cultural en tiempos de los romanos.
Cultivando muchas disciplinas, allí se producían estatuas para exportar a muchos rincones del imperio romano. Y no sólo eso. En Apolonia hubo una escuela de filosofía de lo más reputada en sus tiempos. El propio emperador César envió a Octaviano a estudiar oratoria y retórica aquí.
Sólo se ha excavado un 10% de toda la ciudad, pero se ha podido sacar a la luz muros de más de cinco kilómetros y un teatro para trece mil espectadores. Se cree, además, que llegó a tener unos 50.000 habitantes.
Apolonia tenía su propia moneda, no pagaba impuestos a Roma y era independiente, aunque la influencia romana es visible en muchos de sus restos.
¿Cómo acabó esta ciudad? Fue destruida por un gran terremoto en el siglo III. Después de aquél cataclismo parece que no volvió a levantar cabeza. No obstante, se mantuvo como centro cristiano hasta el siglo V, época en la que se abandona completamente.
La visita a las ruinas de Apolonia
De los pocos restos que quedan un edificio ejerce de gran reclamo para el turismo. Parece un templo clásico con su frontón triangular y sus columnas, pero en realidad era el Senado de la ciudad, datado en el siglo II d.C.
Muy reconstruido con hormigón 😳 se alza en una pequeña depresión del terreno y desde luego que llama la atención. A partir de ahí hay que ponerse a imaginar. Los capiteles de las columnas sí son de mármol y originales, en estilo corintio.
Entre los datos curiosos que nos explica el guía del yacimiento, anoto que 25 parejas de gladiadores se enfrentaron el día de su inauguración. También que muchos creen que siguió siendo una ciudad helena en el periodo romano, y lo que sí se sabe es que César Augusto le otorgó un estatus especial, el de ciudad libre.
Detrás del Senado hay un pequeño teatro llamado Odeón con capacidad para sólo unos 500 espectadores. Los arqueólogos dicen que tenía muros altos, estaba cerrado y tenía muy buena acústica. Servía de centro de ocio para la élite de la ciudad y allí se hacían espectáculos de música y teatro.
Al lado del Odeón estaba la Biblioteca de la ciudad, o al menos eso quieren creer algunos de los que han excavado estas ruinas, porque por lo visto este es uno de esos puntos polémicos por falta de pruebas tangibles. De hecho, los arqueólogos que trabajan allí ahora mismo lo llaman “el edificio cuadrado”.
¿Y no hay un templo de Apolo? te preguntarás. Lógico, si esta ciudad estaba dedicada al dios del amor… Pues parece que lo había, pero se construyó encima un bar-restaurante y de momento no se ha podido excavar. Tela marinera.
Volviendo a los alrededores del edificio del Senado, junto a él se abre un paseo que en origen estuvo porticado. Era el Ágora, el lugar donde los ciudadanos se reunían para debatir o intercambiar noticias, en especial en los días de lluvia. Un poco más allá está la zona de tiendas. Estaban en el límite entre la parte pública y la privada de la ciudad.
Como en otras ciudades helenas y romanas, las casas privadas tenían su cisterna para recoger el agua de lluvia. Por lo visto aquí ni siquiera los romanos pudieron construir un acueducto. Tampoco había canteras, así que las rocas tuvieron que ser traídas desde la Península de Karaburun, unos cuantos kilómetros más al sur.
Muchas de las piedras de Apolonia se han reutilizado para construir monumentos en Berat como el puente otomano de Ali Pasha o su propia casa, así como monasterios, iglesias y casas privadas. Un expolio en toda regla. Nada nuevo bajo en sol, porque esto ha ocurrido en muchos otros países.
La iglesia y el museo de Apolonia
La visita no acaba en las ruinas, aunque por las condiciones en que lo estábamos padeciendo ya nos hubiera gustado. Pero ojo, esta fue la parte que me gustó más.
La iglesia de Apolonia es muy bonita. Destacaría los capiteles de estilo románico con figuras fantásticas y el pozo o cisterna que hay junto a la entrada, y que luce las profundas marcas de las cuerdas usadas para sacar el agua siglo tras siglo. Es alucinante, de hecho, cuando sabes que están ahí por eso.
Anexo a la iglesia hay un pequeño museo con algunas de las estatuas encontradas en las ruinas de Apolonia, que no está de más ver.
Gjipe, una de las playas más famosas de la Riviera Albanesa
El otro ejemplo de masificación bastante triste que te traigo en este post es Gjipe, una playa que ya está en el mar Jónico, mucho más al sur de Vlorë.
Entre acantilados de 70 metros de altura y un mar transparente como pocas veces he visto, la playa de Gjipe era uno de los secretos mejor guardados de este litoral. Digo “era” porque ya no lo es. Para nada.
La verdad es que esta visita fue bastante kafkiana. Te lo cuento en detalle:
Nosotros bajamos desde el Parque Nacional de Llogara, donde habíamos dormido entre bosques de pinos, siguiendo una carretera de lo más escénica y aérea entre montes llenos de cultivos de olivos y naranjos cuyos frutos exportan a Italia y Grecia. Nos contaron que en esta zona se habla griego porque estamos muy cerca de Corfú, y la zona puede dar de sí para hacer senderismo.
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Después de algún que otro atasco llegamos a un pequeño parking semioficial que hay saliendo de la carretera. De allí sale la pista que baja a la famosa playa de Gjipe.
¿He dicho pista? Es más bien un camino lleno de grandes piedras que no lo ponen nada fácil. En teoría sólo se puede hacer a pie, pero no te sorprendas cuando veas que algunos coches 4×4 suben y bajan por allí. Son los coches de los chiringuitos que hay en la playa, y que se dedican a bajar todo tipo de material para mantenerlos vivos: kayaks, bebidas, comida, etc.
Hasta hace no muchos años Gjipe era un lugar prácticamente virgen. El que quería llegar tenía que darle a la zapatilla y punto. Los amigos del Guisante Verde Project así la disfrutaron. Es cierto que ya entonces había un chiringo, pero nada que ver con lo que yo me encontré. Te dejo su artículo y fotos aquí.
Bajamos a nuestro ritmo y dejando a un lado, en el mismísimo acantilado, algunos búnkeres del loco de Doxha, por fin empezamos a ver la playa de Gjipe. No sabemos por qué, ese día había una neblina de lo más misteriosa y escénica, aunque se fue retirando rápidamente hacia el interior del mar.
El color del agua desde arriba es sencillamente espectacular.
Por fin llegamos a la orilla y lo primero que hacemos es darnos un merecido baño en esas preciosas aguas. Tenemos sólo 1 hora para estar allí, así que me estreso un poco. Sólo es media mañana y aún no hay demasiada gente, pero quiero tanto disfrutar del agua como explorar la zona, y teniendo que mirar el reloj como que no.
Toda la orilla está ocupada por sombrillas y tumbonas. Suena música de discoteca de los chiringuitos.
Decidimos dar una vuelta rápida entrando en el cañón que desemboca en la playa. Se abre detrás de los chiringos, y antes pasamos junto a montones de basura.
El cañón es de paredes enormes y de repente todo cambia. Ya casi no se oye la música, el paisaje es tremendo y prácticamente no hay nadie. Me hubiera encantado tener más tiempo para disfrutarlo y combinarlo con el agua y el sol.
El momento kafkiano del día: al subir de nuevo por el camino, nos cruzamos con mucha más gente que baja a la playa. Está llegando la hora punta del mediodía y se nota.
Bajan grupos de personas cargados con pesadas neveras portátiles llenas de comida y bebida. Incluso chavales de veintitantos años arrastrando ¡¡grandes maletas con ruedas!!! por esa pista infernal. De verdad que no sabes qué cara poner ante semejantes escenas. Imagino que irán a dormir allí, no sé si en tienda de campaña o al raso, ni cuántas noches. Y quien dice dormir, dice pasar un par de días de juerga en una playa preciosa, sin enterarse de nada.
Hasta aquí mi relato y advertencia sobre la Riviera Albanesa. Soy consciente de que es muy parcial. Puede que tú hayas ido y encontrado mejores playas, más tranquilas y limpias. Si es así, por favor compártelo en los comentarios o… cállatelo para no contribuir a que vaya demasiada gente 🤗
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