Te prometo que el título de este post, “el Halloween del Reino de los Edo” no tiene una vocación sensacionalista. Así nos lo presentaron ellos mismos, los Edo, cuando fuimos a ver una ceremonia de máscaras tradicionales ¿Tienes curiosidad? ¡Sigue leyendo! 😉
El Reino de los Edo o Reino de Benin fue un reino que inició su andadura en la Edad Media, aunque hasta el siglo XV no llegó a su máximo esplendor.
El comercio de esclavos, marfil y alimentos le procuró una posición de poder muy suculenta. Todo ello controlado por el Oba, el rey.
Y la dinastía de los Oba sigue presente, manteniendo viva la tradición del Reino Edo. Su centro es Benin City (no confundir con el país vecino) y allí está el palacio real del Oba actual.
Si quieres leer más sobre su historia, te dejo este artículo de la World History Encyclopedia (está en español).

Entre las tradiciones de este reino, como en toda África Occidental, están las ceremonias de máscaras. En el caso del reino Edo, su máximo exponente es la celebración de un festival anual que se hace en todo el territorio histórico de esta monarquía tradicional.
El Halloween del Reino Edo
Aunque nos hubiera encantado presenciar el festival anual, nosotros viajamos a Nigeria a principios del mes de abril en la expedición Africa Overland de la que ya te he hablado, así que no coincidíamos ni por asomo con las fechas.
El festival al que me refiero es una especie de “Día de todos los Santos”, o mejor dicho, una honra a los difuntos. La gran diferencia es que se celebra en julio o agosto en vez de noviembre, según nos contaron allí. No obstante, he tratado de investigar más en internet y no he encontrado esta referencia. Lo más parecido sería el festival Igue que se celebra en diciembre 🤷🏻♀️.
El caso es que el Oba, que vive en el Palacio Real de Benin City, es quien decide la fecha concreta (y además avisa con no mucho tiempo, que para algo es el rey).
Cuando preguntamos dónde o cómo podríamos ver una ceremonia de máscaras en Benin City, nos dijeron que eso no era posible. El Oba prohíbe que las máscaras salgan a la calle hasta que él dé su autorización. Algo que tiene que ver con que realmente creen que las máscaras son espíritus y por tanto las ceremonias han de hacerse con control. Si no, las cosas pueden desmandarse y tener consecuencias negativas para la comunidad.
Hablando con nuestro contacto de allí, aceptó el reto y nos propuso hacer una excursión de ida y vuelta desde Benin City a un pueblo más al norte.
Allí estaban dispuestos a hacer salir a las máscaras para nosotros. Por supuesto, a cambio de un pago. Y es que, aunque el rey tenga la potestad de autorizar las ceremonias en Benin City, fuera de allí son las autoridades locales las que pueden decidir cuándo y cómo hacer una ceremonia en su territorio.

El contacto, no te voy a mentir, resultó ser un tipo bastante desastroso a la hora de organizar las cosas. Nos dijo que tardaríamos unas tres o cuatro horas en llegar a nuestro destino, pero al final fueron más. Y esto sólo fue el camino de ida.
El agua corría libremente por la calzada y junto a las casas en lo que parecía el principio de una gran inundación. Y el trastorno que esto ocasionó en la carretera lo pagaríamos también a la vuelta.
Fue un día realmente largo en el que, además, no pudimos comer en ningún sitio. Menos mal que la experiencia lo compensó.


Los preliminares de la ceremonia de máscaras Edo en una aldea “perdida” del sur de Nigeria
Tras cinco horas y media de trayecto, con avería mecánica incluida, llegamos a la aldea donde habían acordado mostrarnos la ceremonia de máscaras Elimi.
No sé si fue porque el día estaba nublado, lluvioso y desapacible, pero los primeros momentos en la aldea no nos dieron buena espina. Lo digo en plural porque es algo que comentamos entre nosotros después de llevar un rato allí.
El ambiente era oscuro, tétrico, lúgubre. La gente salía de sus casas a nuestro paso, en especial los niños, pero la mayoría estaba en silencio. Esto es extraño. En África suele haber ruido, y más cuando aparece una visita como la nuestra.
Saludábamos con la mejor de nuestras sonrisas y nos devolvían el saludo con su propia sonrisa, es cierto, pero había algo raro en sus miradas que no sé bien cómo definir.
En algunos, era una mirada como nublada, como si estuvieran anestesiados o somnolientos. En otros, muy seria. De recelo o suspicacia.
Por el camino paramos delante de una especie de altar. Bajo un tejadillo había una estatua de madera de una mujer sentada, a tamaño natural. Nos dijeron que era una difunta. ¿Quizá una sacerdotisa?
Una mujer con esa mirada extraña salió a saludarnos y posó junto a la estatua, que resulta que representaba a su madre.

A todo esto, se empezó a congregar una multitud que nos iba siguiendo hasta la casa de los Ifufe.
Los ifufe son los guardianes de las máscaras y los secretos que se transmiten de generación en generación. Son como una sociedad secreta, y su jefe es el Omotomoto, una especie de consorte de los dioses.

¿Qué son las máscaras?
Las máscaras africanas son la representación de los dioses y/o espíritus del animismo. Cada una tiene su propia apariencia y poderes que influyen en la vida de los mortales: salud, riqueza, seguridad, fertilidad, paz…

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Es por eso que si alguien tiene un problema, acude a las máscaras para pedir respuestas y soluciones.
También es por eso que hay que cuidarlas, respetarlas y honrarlas, no vaya a ser que se vuelvan en contra de alguien o de la comunidad. En ese caso podrían llegar desgracias en forma de malas cosechas, epidemias, muertes, pobreza y otros males.
Nos guarecimos en el porche de la casa de los Ifufe cuando volvió a llover, y sacaron sillas de plástico para todos. También trajeron una caja de cervezas y refrescos que no sabemos de dónde salieron, porque no llegamos a ver ningún comercio y mucho menos bar por las calles por las que andamos.
Mientras, la gente del pueblo nos miraba. Los niños en primera fila, bastante quietos aunque más sonrientes. Detrás o a los lados, los adultos, donde había mucha cara seria.

Poco a poco se fue relajando el ambiente. Con sus móviles y los nuestros nos hacíamos fotos o selfies y vídeos con los que hacer bromas. Estrechamos manos, saludamos a todos los que pudimos, incluso hablamos con algunos jóvenes que chapurreaban el inglés.
Por cierto, ahora que veo las fotos, creo que no se refleja este ambiente raro que vivimos allí. Quizá es porque saqué la cámara cuando las cosas se relajaron un poco.


Pero había algo que nos llevaba a permanecer un poco alerta.
La espera para ver salir a las máscaras se fue alargando. Una hora, hora y media… tampoco es que yo mirara el reloj y realmente no sé cuánto tiempo pasó, pero sí fue el suficiente como para que dudáramos de que fueran a cumplir con su promesa.
Y esa sensación de no tener ningún control sobre lo que podía pasar, ni plan B, ni siquiera una vía de salida clara, estaba ahí.
Suena un poco tremendista, pero en otras situaciones similares nunca me había sentido así. Y no fui la única.
De hecho algunos compañeros plantearon que nos fuéramos, pero tras debatirlo llegamos a la conclusión de que no tenía mucho sentido haber llegado hasta allí para nada. Además, los preparativos ya estaban en marcha, según nos decía el jefe, y no era cuestión de mostrarnos irrespetuosos.
En realidad la tardanza tenía que ver con varias cosas:
- Antes de que las máscaras salgan a la calle es preciso realizar un ritual secreto que no puede presenciar nadie más que los autorizados. Lo único que sé es que hacen uno o varios sacrificios. Pollos, cabras, o lo que considere el jefe. Además (imagino) se recitan fórmulas y se da de beber alcohol a los fetiches.
- En este caso, como estaban “llamando” a los espíritus en una fecha distinta a la del festival anual, tenían que hacerlo todo con más cuidado. Los sacrificios debían ser más (varios pollos, una cabra), y eso implica más tiempo.
- Por si fuera poco, estaba lloviendo. El festival anual se hace en época seca, cuando el buen tiempo está asegurado. Así se evita estropear las máscaras, que suelen tener muchos años, y lo más importante: evita atraer la mala suerte. Puede que por eso la energía que se respiraba en el ambiente no fuera la misma que la de otras ceremonias. Y no puedo dejar de sentirme un poco culpable: vienen unos turistas, quieren ver las máscaras “fuera de temporada”, y eso supone asumir un riesgo. No es la fecha que tiene que ser, está lloviendo… demasiados ingredientes de riesgo.

La ceremonia de máscaras Elimi del reino Edo
Por fin nos anuncian que va a salir una primera máscara y efectivamente aparece por la parte trasera de la casa de los Ifufe.
Es realmente impresionante verla avanzar entre la vegetación del bosquecillo que llega hasta las lindes del pueblo.

Elimi es el nombre genérico para todas estas máscaras, y también es el nombre del festival para honrar a los difuntos. Después, cada máscara tiene su nombre específico.
La primera máscara que vemos es la llamada Efofe. Muy grande, lleva un sombrero con muchos muñecos de tela que forman como un racimo. Representan distintos espíritus, cada uno con su poder. Además lleva una serpiente que significa “paz”. La cara es terrorífica, con colmillos y la lengua fuera. Cuando se acerca bailando, hace gestos amenazantes hacia nosotros.


Como veríamos en las ceremonias de Benin (país), todo el mundo corre a ponerse a salvo cuando la máscara se acerca. Si te toca, puede caerte una maldición.
Después de un rato bailando y exhibiéndose, el Efofe se retira. Entonces aparecen nuevas máscaras. Lo hacen por sorpresa y vienen de distintos puntos de la aldea provocando carreras entre el público. Resulta intrigante y emocionante.
Una de ellas es la Onogiri Odumhinodio, que es realmente divertida.
Con pinta de payaso, lleva un grupo de calabazas en la cabeza y algunos billetes de nairas entre ellas (moneda de Nigeria). Su cara es burlona, tanto como sus movimientos y bailes.
Los niños la provocan, pero por supuesto salen corriendo cuando se dirige a ellos. El ritmo de percusión rápida que ejecuta un grupito de músicos no cesa en ningún momento.

Otra nos deja sin habla. Es la máscara Okala, y ¡parece un cabezudo recién llegado de Japón!
También aparece Agia, que no tiene cabeza y se mueve de manera sinuosa. Personalmente, es la que más me inquieta, a pesar de que su traje está hecho con telas de vivos colores.


La última en aparecer es la máscara de la guerra. Tiene un aspecto fiero para meter miedo a los enemigos y procurar éxito en la batalla. A mí no me parece tan terrorífica como Efofe, la primera que vimos, pero quizá es que ya me había acostumbrado.

Cuando me «atacó» una máscara
En un momento dado, todas las máscaras excepto la primera se reúnen delante de una casa y bailan desenfrenadamente.
El ritmo de los músicos se acelera, las máscaras hacen movimientos rápidos, la gente las sigue con las palmas y se aprietan en torno a ellas tanto como se alejan cuando estas van hacia la gente.

Mientras les hago fotos, una de ellas viene como una flecha hacia mí y se termina chocando contra mi cara. Tengo la cámara delante porque estoy haciendo fotos, así que me la clavo en la nariz y el labio.
Me hace un daño tremendo, me retiro hacia atrás y las personas que me rodean se alarman. Me preguntan si estoy bien y no paran de repetir que lo sienten mucho.
No es culpa suya, ni mucho menos, pero agradezco muchísimo su gesto de compasión y ofrecimientos de ayuda.
Al final se queda en un incidente sin consecuencias, aunque el labio se me hinchó un poco y el dolor me duró unas horas.
Después, todos nos encaminamos en una especie de procesión improvisada hacia las afueras del pueblo.
Va siendo hora de irse, así que después de verlas bailar un rato más, nos subimos a nuestra furgoneta mientras nos despedimos de todos.

La vuelta fue más accidentada aún que la ida. Se hizo de noche y nos encontramos con un atasco enorme de camiones y coches.
Allí nos quedamos no sé cuánto tiempo, improvisamos una cena a base de galletas de un puestecillo que surgió de la nada para aprovechar la coyuntura, y llegamos a Benin City a la una de la madrugada.
En Nigeria no es aconsejable circular de noche, tanto por la falta de visibilidad como, sobre todo, por los asaltos. Afortunadamente no pasó nada.

P.D. Las fotos de las máscaras son las peores que he hecho nunca. A pesar de que traté de controlar la velocidad y la luz, la gran mayoría están movidas o desenfocadas, aunque sea ligeramente. ¿Habrán sido los espíritus enojados?
Espero que este Halloween del reino Edo te haya resultado interesante. Ahora me parece una experiencia que no creo que olvide fácilmente, aunque por si acaso aquí dejo registrada la crónica 😅
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Interesantísimo! Y sin duda, Okala es japonés! :) Soy un lectora tuya silenciosa, pero ya te lo he dicho por Facebook, amo tu blog! Me encanta como redactas cada experiencia, y tus fotos son espectaculares. Soy fan de Los Viajes de Ali, un abrazo desde Argentina!
!Hola Graciela! Muchísimas gracias por tus palabras, no sabes lo que me alegra saber que hay gente que me lee con atención, ja, ja 😁
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Ali