Angola es un país emergente en turismo, un destino que guarda tesoros naturales y culturales aún por descubrir. Entre ellos, el desierto del Namib que se extiende desde la vecina Namibia. En este post comparto mis impresiones tras un viaje de 13 días recorriendo el sur de Angola.
Cuando viajé a Namibia allá por el año 2013, llegué hasta el oasis de Epupa, en el extremo norte del país. Desde esa orilla divisaba Angola y me preguntaba si algún día visitaría ese otro país africano.
Ese deseo fue creciendo, especialmente desde que la agencia de viajes Kumakonda empezó a ofrecer rutas por el sur de Angola. Y por fin he cumplido este sueño.
Reflexión: No es la primera vez que me pasa, ya que cuando visité el puesto fronterizo entre India y Pakistán, sentí las mismas ganas de conocer «el otro lado», Pakistán. Terminé haciéndolo realidad años después.
Una frontera puede llevar a otra… Pero ahora toca centrarse en Angola 😉

Angola, un país en pleno renacer
Confieso que aún no he leído mucho sobre la historia de Angola, pero sé que sufrió una larga y cruel guerra civil tras su independencia en 1975. El conflicto terminó en 2002 y, desde entonces, el país se ha dedicado a reconstruir sus heridas.
Aunque queden cicatrices, ver a una generación entera creciendo en paz es un síntoma de esperanza.
Luanda, una capital de contrastes inesperados
Al aterrizar en Luanda, en su nuevo y moderno aeropuerto (a 1 hora incómoda del centro de la ciudad), te chocas de frente con los contrastes.
Si has viajado por otros países africanos, te sorprenderá la limpieza de las calles y ver que hay semáforos que funcionan. También la oferta de restaurantes de cierto nivel y algunos centros comerciales.
Frente al mar, los rascacielos —fruto de las inversiones chinas— dibujan un skyline que recuerda a ciudades de los Emiratos, China o Estados Unidos. Se trata de un espejismo de modernidad y desarrollo que no se corresponde mucho con la realidad de buena parte de la población, pero ahí está, creciendo desaforadamente.
Para mí, esta estética crea una «falsa semejanza» entre lugares del mundo pero, como digo, al hacer «zoom» caminando por sus calles, aparece la verdadera Luanda: edificios coloniales agrietados y murales de arte urbano llenos de carácter. Ese arte urbano que también resulta ya un poco repetitivo en todo el mundo…

De Luanda al sur: Moçamedes y otras ciudades
Saliendo de la capital y tomando un vuelo interno para ahorrar entre 14 y 20 horas de carretera hasta el sur, la naturaleza toma el control.
Excepto por Lubango (la segunda ciudad más poblada), el resto del país tiene poca vida urbana.
La puerta de entrada al sur es Moçamedes (antigua Namibe). Es una ciudad pequeña, colonial y acogedora, situada estratégicamente entre el desierto y el mar. Se respira tranquilidad entre sus casas de colores.
En el camino aparecen lugares como Virei o Caraculo —un nombre que, aunque no visitamos porque había que desviarse, no puedo dejar de mencionar 😂 -. Son poblaciones que parecen sacadas del salvaje oeste.

Paisajes espectaculares: el desierto del Namib y el P.N. de Iona
La naturaleza del sur de Angola es, sencillamente, espectacular. Ver dunas de 80 a 100 metros de altura cayendo directamente al mar es una imagen difícil de olvidar. Y cómo las nubes cubren todo el cielo y se van a una velocidad que no te permite procesar, también.
El desafío del Doodsakker y la Ilha dos Tigres
Viajar al sur de Angola tiene un punto de aventura que no se encuentra fácilmente. El mejor ejemplo es recorrer el tramo del Doodsakker. Aquí las playas desaparecen con la marea alta; sólo se puede circular en 4×4 durante la luna llena o nueva.

Muchos viajeros han perdido el vehículo, ya sea porque se han visto atrapados por el agua, o por las arenas movedizas o las rocas ocultas. “Jugártela” haciendo este tramo de costa tiene una justificación: llegar a la Baia dos Tigres y cruzar a la Ilha dos Tigres, uno de los puntos álgidos de este tramo del desierto del Namib.

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La Ilha dos Tigres y las dunas
En la Ilha dos Tigres caminé entre los restos de una ciudad de la primera mitad del siglo XX. La levantaron los colonos portugueses que establecieron allí una fábrica de harina de pescado. Tuvieron que irse cuando el país declaró su independencia en 1975.
No es solo ver ruinas, es sentir el aislamiento absoluto.
Me sumergí en un escenario fantasmal y apocalíptico, entre casas vacías, el antiguo cine, la iglesia y la fábrica con su maquinaria de hierro en pleno proceso de desintegración. Uno de esos momentos en los que sientes que estás en un mundo fantástico, un escenario de ciencia ficción.
Al día siguiente, caminé sobre las crestas de las dunas todo lo que quise, con el mar como referencia. Andar en el desierto sin miedo a perderte fue extraño y fascinante al mismo tiempo ❤️


El río Cunene y el Parque Nacional de Iona
El río Cunene marca la frontera con Namibia, discurriendo entre cañones de roca pulida que en algunos puntos se pueden considerar acantilados por su altura. En su desembocadura, la Foz do Cunene, conviven cocodrilos, aves y gacelas.
Tierra adentro, la visión del Namib con dunas gigantescas en la orilla de enfrente, y los oasis que se forman junto al curso de agua, son imágenes imborrables. Allí pasamos dos noches, nos bañamos (¡después de varios días!) y volví a caminar en solitario dejándome llevar por la belleza.

Hacia el norte del Parque Nacional de Iona, el más grande y antiguo de Angola, el paisaje se transforma en una semi-sabana con árboles enanos de color rojo que parecen corales, y montañas cónicas que bien pudieran ser volcanes extintos.

Más al norte, en las cercanías de Lubango y ya fuera de Iona, la Serra da Leba cambia de nuevo el paisaje, y lo hace de forma radical. Se trata de un territorio muy verde con montañas que superan los 1.500 metros e incluso los 2.000 metros. Subir a los miradores que hay cerca de Lubango es como echar a volar.

Las tribus del sur de Angola: Himba, Mucubal y Muila
Este paisaje es el hogar de grupos étnicos fascinantes. Volví a saludar a los Himba, a quienes ya conocí en Namibia, y siguen siendo igual de hospitalarios y simpáticos. También conocimos a los Mucubal (históricamente vinculados a los Himba) y a los Muila.
En Angola ocurre lo mismo que en el sur de Etiopía: las tribus cobran por que les hagas fotos, aunque aquí están abiertos a negociaciones un poco más laxas que en el otro país africano. Por supuesto, si no quieres eres libre de no fotografiar ni filmar, ni con la cámara ni con el móvil.



La vida salvaje
Aunque no hay tanta densidad de fauna como en Namibia, la vida salvaje está presente: lobos marinos, pelícanos y flamencos en la costa; chacales, springboks y oryx en el interior, son algunos ejemplos.
A veces, con suerte, también puedes ver ballenas o delfines nadando bastante cerca de la orilla.
También hay grandes bandadas de aves: los ya citados pelícanos y flamencos nos llaman más la atención, pero también hay muchísimos cormoranes, gaviotas, cuervos blancos y otras aves.
Los chacales se pueden ver incluso en las playas, donde van en busca de presas como los lobos marinos jovencitos, y no faltan las graciosas y huidizas springboks (un tipo de gacela), que suelen guardar una buena distancia con los humanos.
El sur de Angola no es un lugar para ir de safari propiamente dicho, pero cualquier punto de vida es celebrado como un milagro, y las sorpresas están aseguradas.


El carácter angoleño
Es difícil hablar de una sola nacionalidad cuando se trata de un país conformado por unos 100 grupos étnicos entre los que destacan los Ombivundu (37% de la población aproximadamente), pero la definición de Estado es lo que tiene. De esto saben mucho en África.
Sí puedo decir que, ya tengan una procedencia u otra, me he encontrado con gente muy amable y que suele ofrecer una buena acogida al visitante.
Con un carácter más o menos abierto según dónde estés, la mayoría hablan portugués (excepto en las tribus que continúan con su modo de vida tradicional), ya que los colonialistas permanecieron aquí mucho tiempo. Y para los españoles esto puede ser una gran ventaja.
En la capital, no es difícil encontrar gente que habla algo de español, en especial en hoteles y restaurantes. Es maravilloso poder comunicarte con ellos fácilmente. En otros sitios, hay que prestar atención y buscar las palabras comunes para hacerte entender. Con un poco de interés, lo consigues.

Conclusión: Un viaje para los sentidos
Este viaje se queda grabado en mi retina por momentos muy específicos:

Lo que seguro te estás preguntando sobre Angola
Angola es un país para sentir, experimentar, alejarte de todo y de todos, maravillarte, sentirte pequeño, contemplar y sorprenderte, y tengo claro que le debo una segunda visita para conocer otras regiones ¿Te la imaginabas así? ¡Cuéntamelo en los comentarios!
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