En 2007 el Valle de Fergana, repartido entre Uzbekistán y Kirguizstán, seguía siendo considerada un foco de tensiones. En los años 90 se levantaron los uzbekos de la zona de Osh (en territorio kirguis) para reclamar su independencia y anexión a Uzbekistán.
Los kirguises les respondieron, las tropas de la URSS intervinieron… En fin, un cristo que se saldó con bastantes víctimas, robos y pillajes.
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El Valle de Fergana es una zona sensible
Por su valor geoestratégico que va más allá de las disputas clásicas sobre los metros de más o menos frontera que le corresponde a cada país.
Los intereses imperialistas de la poderosa China están ahí. Para colmo, son países bastante “novatos”, ya que antes estaban integrados en la URSS.
Osh, la capital del lado kirguis
Osh es también la segunda ciudad más importante de esta joven república.
Aquí operan, como en muchas otras ciudades semifronterizas, “organizaciones” dedicadas a pasar mercancías de todo tipo.
Recuerdo que en las principales avenidas de la ciudad se veían cochazos de lujo sin dificultad…
Pero lo que más recuerdo de esta ciudad son dos cosas: los preparativos para la celebración del Día de la Independencia en una plaza de corte soviético y por tanto enorme. Y el mercado donde nos abastecimos para los siguientes días.
Sobre la celebración, nos encontramos con los ensayos de los “típicos”. Bailes multitudinarios y perfectamente coordinados bajo la sombra, aún, de una gran estatua de Lenin (lo de la sombra es un decir).
Las maneras de la extinta URSS, que no fue capaz de forjar una identidad común entre todas las Repúblicas que tuvo bajo su mando, siguen estando ahí. Irónicamente para celebrar su independencia.
El mercado de Osh fue un placer para los sentidos
Organizado por mercancías, se vendía desde fruta perfectamente presentada, hasta carne, tintes, frutos secos.
Además de las mercancías, observar los diferentes rostros y rasgos de la gente fue otra de las grandes distracciones de aquél rato. Quizá sea en estos países de Asia Central, y en estos territorios de fronteras artificiales, donde la mezcla de pueblos es tan evidente. Tan palpable.
Por cierto, como podéis ver en las fotos, la gente es realmente amable.
En un aparte de la calle principal del mercado nos encontramos con el lado más divertido: el mercado de las joyas
Consiste en un montón de señoras sentadas aquí y allá. Cada una con su mercancía de pendientes, cadenas, pulseras, etc. -la mayoría con casi todo puesto encima-. Sentadas en sillas muchas más pequeñas que ellas. Vendiendo a gritos, recitando sus precios de salida y regateando con paciencia y una buena sonrisa.
Mientras comprábamos el avituallamiento para los siguientes días, observo las forjas donde se siguen haciendo los famosos cuchillos de la región, las peluquerías, y las mujeres venidas de los pueblos de los alrededores comprando telas para hacerse nuevos vestidos.
Fergana
Está en el otro lado de la frontera, en Uzbekistán. Este es el punto, al parecer, más caliente de la zona. Nos distribuimos en un par de coches-taxi sin distintivos, para no destacar en la carretera, y pasamos casi como una exhalación.
Aun así tuvimos tiempo de visitar la plaza principal de la ciudad. Allí donde los chavales se remojaban en la fuente para suavizar el calor veraniego. Y visitamos un mausoleo cuyo nombre no recuerdo y que era precioso.
También nos acercamos a los talleres de seda que justifican el paso por aquí…
Todo el proceso es visible. Desde los capullos de seda hasta el hilado, teñido y por último el tejido de las telas con máquinas de la época de la Revolución Industrial que aún funcionan y conviven con telares tradicionales preciosos, de madera y primorosamente pintados con motivos florales.
Este es uno de esos puntos del viaje en el que la Ruta de la Seda toma cuerpo, se hace realidad y está ahí mismo, delante de nosotros.
