Actualizado el 25 noviembre, 2019
Hoy nos vamos a hacer un trekking en los Montes Mandara de Camerún. Nos dirigimos, en concreto, a los Montes de Mora, una sección de los Mandara. Este fue el lugar de refugio frente al colonialismo musulmán y europeo para muchas etnias del país, que aún mantienen una buena parte de sus costumbres y creencias. Con este dato ¿quién dice que el lugar no es interesante? ;)
Oudjilla es la “capital” de los Montes Mandara
Oudjilla es famosa por su jefe tradicional y su número de esposas: más de 50 mujeres y 113 hijos. Lo que no tengo claro es si son mujeres “de hecho” o se cuenta también a las heredadas de su padre, costumbre que sí he visto en otros países africanos, por ejemplo en Burkina Faso.
Salimos pronto de Maroua, tenemos una distancia de 60 km pero con una carretera bastante agujereada. Al poco, con las montañas ya asomando en el horizonte y a los lados de la carretera, vemos cómo una gran tormenta monzónica nos envuelve. ¡Tremendo y fascinante!
Un viento enorme, cortinas de agua…
… árboles rotos o arrancados cayendo sobre la carretera, motos volcadas con sus “jinetes” encima.
La llanura, con sus acacias, campos de mijo y las montañas al fondo, aparece y desaparece con el movimiento del agua.
Por supuesto ralentizamos la marcha mucho, pero terminamos llegando al punto a partir del cual hay que empezar a subir andando. El caso es que la tormenta sigue cayendo prácticamente igual. Aun así, decidimos subir con la esperanza de que amaine en un rato.
Ah! una servidora había decidido que hacía un buen día y no me llevé más que el paraguas, que con ese viento era realmente poco práctico. Aun así, lo utilicé, a falta de otra cosa. También hacía bastante frío… No, no era una tormentilla monzónica sin más.
El trekking en los Montes Mandara de Camerún, bajo la lluvia…
Después de una hora aproximada, llegamos a Oudjilla y a casa del jefe (que, por cierto, vive en la parte más elevada del monte).
Lo hicimos a buen ritmo, teniendo en cuenta que no paraba de llover y que no había lugares donde refugiarse.
Pararse a hacer fotos, impensable!
Seguramente hubiéramos tardado más si el sol y el calor hubieran apretado, porque la subida es bastante empinada.
Hay una pista por la que en época seca parece ser que se puede ir en coche, y quieras que no, no es lo mismo que ir campo a través, de roca en roca, aunque a veces así lo hacemos para acortar. Como todas las pistas de montaña, sube zigzagueando.
Visitando al jefe de Oudjilla
Al llegar uno de sus hijos nos recibe y tras unos saludos y algo de descanso, vamos entrando poco a poco. Saludamos al jefe, un señor de más de 90 años, y a algunas de sus mujeres y niños o nietos que circulan por la estancia principal. Arde un pequeño fuego que llena de humo la estancia, pero en el que por fin pude secarme un poquito.
La casa me encanta. Es un laberinto compuesto por habitaciones de adobe cilíndricas. Unas son dormitorios (cada mujer tiene el suyo, donde vive junto con sus hijos), otras son cocinas (ídem), otras graneros. Muchas de ellas decoradas con dibujos realizados en el propio adobe.
En el edificio principal hay una estancia sorprendente: el padre del actual jefe está enterrado allí
Una de sus viudas, la que no tuvo hijos, tiene que vivir allí hasta que muera ella misma. Velando o cuidando el enterramiento de su marido. Triste destino para la que no pudo tener descendencia, aunque sea un honor, si es que lo es. En realidad, no es tan sorprendente.
En las culturas animistas la vida y la muerte son parte del mismo mundo. A menudo están enterrados a la puerta de casa, o en el interior como en este caso.
Los seres queridos que ya no están se han de quedar cerca, para que sus espíritus no se extravíen, y para que guarden la casa de los suyos. ¿De qué? de otros espíritus, de las fuerzas del mal…
Es decir, los muertos siguen formando parte del mundo de los vivos, en su estado etéreo, pero ahí siguen.
Justo lo contrario de lo que nosotros hacemos, que es apartarles a un lugar específico, y en lo posible pasar página, superarlo. De hecho, no consideramos sano que alguien pretenda convivir con sus muertos. Supongo que cualquier receta es buena, sencillamente son diferentes.
También nos muestran otra «curiosidad»: todos los años encierran un búfalo o vaca de grandes cuernos en un establo que se halla en lo más recóndito de la casa.
Allí tienen al animal, en la oscuridad, engordándole. Será sacrificado en la fiesta anual.
Después salimos a ver las vistas. A pesar de la tormenta, son espectaculares: los montes y valles, muy verdes en esta época, nos saludan.
Oudjilla se extiende por la falda de la montaña, dispersa en pequeños grupos de tejadillos de paja. Cada grupo es una familia, reproduciendo la estructura de casa que os acabo de contar.
Cuando decidimos volver, la tormenta empieza a amainar e incluso sale un poco el sol.
Justo para que centenares de moscas se nos peguen en los brazos y la espalda. No había manera de quitarlas, supongo que venían a beber a nuestra camiseta y piel mojadas!
Al final, terminamos pasando de ellas… si querían venir con nosotros, que vinieran!
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Curioso cómo el concepto de la muerte es tan diferente…
Si… algo que creemos tan "natural" y es tan cultural… :-) Un buen libro sobre este tema y su relatividad es "Bailando sobre la tumba" de Nigel Barley (el mismo autor que El antrópologo inocente).