Puede que estés pensando que vaya título raro que me he marcado, y que de qué te voy a hablar en este blog de viajes. Puede que ya lo sepas. Las ruinas modernas se han convertido en un atractivo turístico y hoy quiero analizar por qué.
Aunque la visita a las ruinas modernas no sea un turismo muy masivo, sí hay gente que le dedica tiempo y, en algunos casos, ya forman parte de los atractivos turísticos de una ciudad o región determinados. Es el caso del Hotel Ducor de Monrovia (Liberia), o del pueblo de Belchite de Zaragoza (España).
Pero empecemos por el principio…
¿Qué son las ruinas modernas?
Con “ruinas modernas” me refiero a las construcciones del ser humano que tienen como mucho 150 años y que, como su nombre indica, están en ruinas.
Hoteles, iglesias, hospitales, barcos mercantes, ciudades o pueblos abandonados, estaciones de metro o de tren, cárceles…
Hace unas décadas estos sitios no nos harían mover una ceja a muchos de nosotros. Incluso puede que mostráramos desagrado por ver un lugar en ruinas que es “de todo menos bonito”. Desde luego a mi abuelo no le convencerías de lo contrario 😅.
Se trataba de sitios que a priori tenían poco interés histórico, estético, ambiental o natural.
¿Por qué nos gustan ahora estos sitios?
Tengo varias teorías, pero sobre todo creo que nuestra mirada hacia estos sitios se ha ido educando con el tiempo.
Los grandes fotógrafos, los reporteros de guerra en particular, nos han enseñado a mirar los lugares destruidos con una perspectiva estética que puede resultar incluso atractiva. Sus encuadres y el dramatismo que transmiten nos ponen tan tristes como nos atraen.
Dicho de otra forma: hay fotógrafos que logran transmitir belleza del horror y del dolor, mal que nos pese, y eso se queda en la mente.
Si quieres ver un ejemplo de lo que te digo, date una vuelta por la cuenta de instagram del fotógrafo español Emilio Morenatti.
Otra razón por la que creo que nos atraen estos sitios es porque los vemos en las películas y series de televisión que hablan de apocalipsis (con o sin zombies).
En dichas películas, donde la fotografía toma las riendas una vez más, vemos cómo quedaría el mundo después de un cataclismo. Nuestros lugares comunes (ciudades emblemáticas como Nueva York, Londres, etc.) se ven reducidos a la ruina y comidos por la vegetación o sumidos en el polvo. Nos inquieta, nos estremece, pero también nos fascina. Sabiendo que es ficción, claro.
Y es que todo eso es un espejo de nuestro entorno más cercano. Un agujerito a través del cual podríamos asomarnos al futuro para ver qué ha pasado con nuestras ciudades y casas ¿Cómo estarán dentro de 200 años?
Curiosidad, morbo y empatía son el cocktail perfecto para generar atracción. Un edificio de 1960 o 1970 resulta muy cercano. Aunque la arquitectura sea un poco demodé, está claro que no es “antiguo” y verlo en ruinas, o con huellas de bombardeos y tiros, nos llama la atención. Es como ver tu propio vecindario acribillado, con todas las historias que contienen esos muros.
Míralo de otra forma: es mucho más difícil empatizar con las ruinas de hace miles de años que con las modernas. Sólo cuando se parecen muchísimo a nuestras casas, las sentimos cercanas. Un gran ejemplo son Pompeya y Herculano, así como muchas villas romanas que se han podido reconstruir.
Si además las ruinas tienen restos de la vida cotidiana de sus tiempos (muebles, objetos decorativos o incluso algún objeto personal de sus antiguos habitantes), las sensaciones son mucho más intensas. Ahí parece que hay alma y desde luego es la prueba palpable de que hubo vida. La sensación de cruzar la línea del tiempo es más poderosa que nunca.
¿Quién no ha pasado por unas ruinas modernas y ha pensado en la fragilidad de la vida y en cómo pueden ser nuestras ciudades dentro de unos siglos?
Ojo, no quiero banalizar con este tema entrando en comparaciones con las guerras actuales. No quiero ni pensar en cómo se recupera alguien, si sale con vida, de la experiencia de un bombardeo. Eso también me estremece. Pero no me fascina. Más bien me horroriza y me entristece muchísimo.
El hecho de que hayan pasado unas cuantas décadas ayuda a distanciar los sentimientos, en caso de visitar un lugar en ruinas que además no conociste antes de verlo así.
A continuación voy a hablarte de algunos ejemplos de ruinas modernas que he visitado en mis viajes. Obviamente hay muchísimos más que no he visitado y por eso no los incluyo, como la ya citada Belchite, Chernóbil (Ucrania) a donde creo que no iré ni por curiosidad, o la estación de metro de Chamberí en Madrid, que mira que la tengo a mano y aún no la conozco 😅.
Refugio La Batére, Macizo del Canigó, Pirineos Orientales (Francia)
Cuando visité los Pirineos Orientales en Francia, hace ya unos años, fui a pasar una noche en el Refugio La Batère, en el macizo del Canigó, todo un referente.
Allí aprendí que hubo un tiempo en que la actividad minera de esta parte de los Pirineos fue el motor económico de la región. El mismo edificio del refugio había sido una de las residencias de los mineros, y muy cerca había otro edificio abandonado de las mismas características.
Entré a curiosear entre sus paredes, ya vacías pero que aún conservaban el color «verde hospital» de las paredes y algunos elementos tirados aquí y allí.
No sé si lo habrán restaurado o seguirá así, pero estando allí pensé en las vidas que se pudieron desarrollar allí. Las jornadas de trabajo, las bromas, peleas, comidas, sueños, amores de aquellas gentes que trabajaban en las minas. Tiempos duros aquéllos, sobre todo en invierno.
Hotel Ducor, Monrovia (Liberia)
El Hotel Ducor Intercontinental está en una colina desde donde se domina la ciudad de Monrovia, la capital de Liberia.
Liberia es un país extraño, hecho para que los descendientes de los esclavos enviados a África pudieran regresar al continente.
En su época dorada, mucho antes de las crueles guerras que ha vivido el país en lo que llevamos de siglo XXI, el Hotel Ducor era un lugar frecuentado por jefes de estado y ricachones de todo el mundo. Quizá en el borde de su piscina se pudo ver al emperador Haile Selassie o al famoso Michael Jackson bebiendo un cocktail.
Se cerró en 1989, cuando estalló la primera guerra civil que asoló al país, y ya no volvió a abrir.
Durante unos años fue “okupado” por los que no tenían vivienda, pero les echaron cuando, según cuentan, el coronel Gadafi firmó un acuerdo con el gobierno de Liberia para rehabilitarlo y devolver su esplendor. Cuando este dictador cayó en 2011, el proyecto se paralizó. Desde entonces, lo que te vas a encontrar si vas a visitarlo es un par de tipos haciendo guardia.
¿Se puede visitar por dentro? Sí. Pero no de manera oficial.
Hay que negociar un precio con el jefe vestido de militar, con gafas ray-ban y arma al cinto. Una vez cerrado dicho precio, te acompañará por las antiguas instalaciones y no te dejará ni un momento. Si viene algún otro turista mientras estás visitando el hotel, te ordenará que te des prisa. El business es el business amigo. Ah, y te pedirá que no publiques nada en redes sociales por si lo ven sus jefes.
Recorrer sus ocho plantas, subir por la escalera de tipo “imperial”, ver la piscina tan vacía como el hueco del ascensor es… inquietante y fascinante a la vez.
La vegetación tropical se va apoderando poco a poco de las grietas y agujeros creando una estética extraña, y las terrazas sin barandilla ofrecen unas vistas increíbles de la ciudad, sobre todo del suburbio o slum West Point, a orillas del mar.
Son el tipo de ruinas modernas que más te hacen sentir que estás en una peli o en un videojuego de acción.
Pueblo de Vathia, Peloponeso (Grecia)
En la Península de Mani, al sur del Peloponeso, la vida parece haberse parado hace mucho tiempo. Esta es de esas zonas de Grecia que siguen un poco aisladas, aunque gozan de cierta popularidad en verano.
En Mani la vida es escueta y se centra en la agricultura y ganadería. Sus pueblos son de piedra y tienen casas-torre que en su día servían para defenderse de los otros pueblos. Uno de los más icónicos es Vathia.
Vathia se asoma al mar desde una de las abruptas laderas de la costa. La gran mayoría de las casas están deshabitadas y, si vas en temporada baja, no te encuentras con nadie. Vagando por sus callejuelas medievales te vas encontrando con puertas y ventanas abiertas y entonces llega el choque.
Los restos que hay dentro de las casas abandonadas de Vathia no son medievales, sino de hace unas décadas. Te encuentras desde wc abandonados, a sillas de enea o cajas de cervezas sin abrir.
Este es uno de los lugares donde más inquieta me he sentido, quizá porque no esperaba para nada encontrarme con todas esas ruinas modernas en un entorno que yo creía totalmente medieval. Parecía que todos habían huido precipitadamente hacía sólo unos años.
Naufragio de Dimitrios, Gytio (Grecia)
Los grandes buques oxidados que hay en muchas (demasiadas) playas de todos los mares son otro ejemplo de estas “ruinas modernas” que pueden atraernos.
En la Costa de los Esqueletos de Namibia y Angola, o en algunas playas de Grecia, hay buques mercantes varados.
De esta segunda guardo el recuerdo del naufragio de Dimitrios, también en la Península de Mani, y me hubiera encantado ir a ver el mucho más famoso de la isla Zakynthos.
Estos restos de naufragios que nadie se ha ocupado de retirar porque resulta demasiado caro, completamente oxidados, en distintos grados de desintegración por la acción del agua, son extraños, tristes y a la vez atractivos.
Quizá porque son de enorme tamaño, porque transmiten esa idea de desolación, y porque te pueden llevar a pensar en “aventuras”. Aunque ser marino mercante no debe de ser tan aventurero y creo que no nos gustaría nada vivir la experiencia de un naufragio. La culpa la tienen las novelas y películas de marinos, ja, ja.
Búnkeres de Hoxha en Albania
Una de las curiosidades de la época oscura del dictador Hoxha de Albania es la construcción de miles de búnkeres a lo largo y ancho del país.
Este dictador, como muchos otros, sufría de «manía persecutoria», y por ello ordenó construir búnkeres por todas partes que sirvieran para proteger a la población de una potencial invasión.
Mucha gente tenía un búnker en el patio de su casa y los niños a partir de 12 años debían saber disparar desde su interior. Te recomiendo la lectura de este artículo de la web Works that Work que profundiza en todo ello.
El centro de Beirut (Líbano)
Pasear por el centro de Beirut es sinónimo de enfrentarse a grandes edificios, casi rascacielos, vacíos. Con los cristales rotos. Con algunas grietas grandes y con impactos de proyectiles en el hormigón.
No es que todos estén en ese estado, pero sí hay unos cuantos muy emblemáticos que recuerdan y seguirán recordando el horror de las distintas guerras que han acontecido en Líbano. Y las que vendrán, porque están donde están.
A mí Beirut me gustó incluso con esos “recuerdos” de la guerra. No me parecieron especialmente fascinantes, ni siquiera “estéticos”, pero sí me llevaron a pensar en el desperdicio de la arquitectura efímera que nos gastamos los humanos. Tanto hormigón para nada.
Hasta aquí mis reflexiones y algunos lugares que quería reunir como ejemplo de ello ¿A ti te gustan las ruinas modernas, sabrías decir por qué? Escribe un comentario, estoy deseando leerte 😉
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