Aunque fuera parcial, aunque sólo durase 24 días, transitar por un buen tramo de la Ruta de la Seda es una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. Uno de esos viajes que recomiendo a todo el mundo. Un viaje tan bonito como exigente. Y aunque lo he contado en artículos sueltos y es anterior al comienzo de la publicación de este blog, siempre he querido escribir una visión de conjunto que me ayude a plasmar recuerdos, y que ayude a otros a decidir ir ¿Te vienes? 😊
La Ruta de la Seda es un camino tan ficticio como real
No hay una única Ruta de la Seda. No existe un único sendero o camino, ni carretera, ni vía a la vieja usanza romana. La denominación Ruta de la Seda hace referencia a todos los caminos que convergen entre Oriente y Occidente, utilizados para llevar y traer mercancías de todo tipo.
La Ruta de la Seda se originó en el siglo I a.C., cuando el Imperio Romano se expande hacia Oriente.
Siendo una ruta principalmente comercial, lo valioso del asunto es que con los objetos viajaban las culturas, los idiomas, las religiones, e incluso los espías con misiones de reconocimiento estratégico. Mapear el territorio, conocer las fuerzas del potencial enemigo, sus puntos fuertes y débiles, eran necesidades tan vigentes como todo lo demás. El conocimiento de entonces se adquiría viajando, algo que a muchos les queda lejos en la era de internet.
La seda era la mercancía más codiciada ya que sólo los chinos conocían el proceso de fabricación, pero no la única. Porcelana, vidrio, marfil, lacas, ámbar, tintes, especias, libros y mil artículos más recorrían a lomos de camellos o incluso de personas los kilómetros y kilómetros terrestres que atraviesan el continente asiático y el europeo. Muchas mercancías no hacían el recorrido total, claro está, pero algunas sí. Las más codiciadas, refinadas, qué sé yo.
Marco Polo, algunos otros cronistas anteriores y sobre todo unos cuantos posteriores, dieron fama a esta “ruta” que no es una. Partiendo de distintos puntos de Europa y de algunos de Extremo Oriente en el otro lado, los caminos se abrían en abanico al menos a partir de Asia Central. Unos se dirigían hacia el sur, pasando por India y cruzando Afganistán, Irán, llegando a Siria o desviándose más al sur, llegando incluso hasta Somalia y Etiopía. Otros se dirigían al norte por Mongolia, Kirguistán, Uzbekistán, Kazajstán… en dirección a Turquía, para alcanzar el Mediterráneo.
La Ruta de la Seda es un nombre acuñado en el s. XIX por el geógrafo alemán Von Richthoffen para referirse al conjunto de itinerarios terrestres por los que la seda y otros objetos raros, generalmente de poco peso y gran valor, viajaban regularmente de Asia hacia el Mediterráneo Oriental, y desde allí al resto del mundo europeo. No fue una carretera, una calzada permanente que empezara en China y terminara en Alepo o Alejandría, sino un conjunto de rutas que cambiaban al compás de guerras, cruzadas, migraciones o invasiones, y llevaban en sus alforjas no solo objetos de consumo material sino también muchos otros de consumo inmaterial («Por la Ruta de la Seda, viaje a los confines de Eurasia» de Juan Serrat)
Mis impresiones de la Ruta de la Seda
A veces me sorprendo tratando de recordar algunos detalles. Otros me vienen a la mente de forma muy vívida. El paso del tiempo es inexorable y también lo es para la memoria. Añadamos que yo entonces hacía muy pocas fotos, y que el diario de viaje que comencé a escribir un par de días después empezar el viaje, lo dejé enseguida. Añadamos que lo hice en viaje organizado desde España, y no por mi cuenta, lo que también implica una relajación mayor sobre los detalles del camino. Las gestiones, los itinerarios, el transporte y el alojamiento lo llevan otros, no tú. Y sí, este viaje lo puedes hacer de ambas formas. Organizado o por tu cuenta, según tus recursos de tiempo, dinero y por qué no decirlo, de valentía.
El caso es que durante el viaje me faltaban las palabras para poner por escrito lo que veía cada día. Cada jornada me dejaba tan exhausta como feliz. Casi todo el grupo con el que viajaba estableció (establecimos) una buena relación que casaba mal con las actividades solitarias como la escritura. Los ratos de soledad, cuando los había, eran para descansar porque la convivencia fue estrecha, al menos la mitad de los días en campamentos. Tratar de resumir en la libreta un día, ya no digo dos días, se me hacía muy cuesta arriba. Total, que no cuento con registros detallados de aquel viaje y ahora lo lamento.
Corría el mes de agosto del año 2007. Me embarqué en la Ruta de la Seda que se centraba en un par de países de Asia Central: Uzbekistán y Kirguistán. Además incluía un pequeño salto a la región uigur dentro de las fronteras de China, y una escala obligada en la preciosa Estambul.
El viaje se planteaba de lo más completo: cultura y monumentos en Uzbekistán, con desierto incluido. Montaña y tierras verdes de altura en Kirguizstán. Etnografía pura en Kashgar (China) y alrededores con «algo más» de alta montaña y otro desierto. Imposible decepcionar concentrando tanta belleza, variedad y lo que menos sabía antes de ir: tantas gentes y culturas distintas que conviven un poco a la fuerza, un poco como siempre.
Fue una de las veces en que me sentí más libre, a pesar de viajar con una agencia y grupo del que no sabía nada antes de la casilla de salida. Me sentía libre por los horizontes despejados, por estar en la naturaleza en una buena parte del viaje, por ver montañas verdaderamente imponentes. Agradecida por la hospitalidad de los uzbekos y aún más de los kirguisos. Feliz, en definitiva, consciente de que cada paso era un descubrimiento.
Primera escala: Estambul
A la ida teníamos todo un día para explorar Estambul. Yo había estado con mis padres muchos años antes y la recordaba como una de mis ciudades favoritas del mundo mundial, aunque había olvidado muchos detalles. Por suerte uno de nuestros compañeros había estado unas semanas antes y enseguida organizó un itinerario que nos permitiera disfrutarla sin lamentar tener tan poco tiempo. Salió genial 😊
En sólo un día nos dio tiempo a presentar nuestros respetos a Santa Sofía, visitar la Mezquita Azul, la Cisterna de Yerebatan que yo no conocía de mi anterior visita, el Puente de Gálata y la Torre homónima, la Mezquita de Suleimán si no recuerdo mal, y el Bazar de las Especias. Además nos sentamos a comer en el Puente de Gálata.
Quedaron en el tintero el Gran Bazar, el Palacio de Topkapi y tantas y tantas maravillas, pero oye… ni tan mal. Como he dicho disfrutamos de ese día de verano (y la noche anterior) con la alegría de saber que empezábamos un pequeño-gran viaje a tierras remotas. La puerta de entrada no podía ser mejor.
Sigo debiéndome, eso sí, una tercera visita a Estambul con tiempo para explorarla como es debido. Por si te lo preguntas: la primera vez que fui a Estambul tenía 16 años, lo hice con mi familia y dedicamos tres días o algo más a esta ciudad.
Uzbekistán y sus tres grandes paradas de la Ruta de la Seda
Por fin cogimos el vuelo a Tashkent, la capital de Uzbekistán. Tras unas cuantas horas en un avión bastante más cutre que el que traíamos de Madrid, llegamos y vivimos el primer choque del viaje. No sabemos si fue por la hora temprana (el vuelo era nocturno y llegamos como a las 6 de la mañana) o por qué, pero había un atasco terrible en el control de entrada al país. Creo que uno de los «comisarios» no había llegado aún, y los policías encargados de mirar los pasaportes y autorizar el paso no dejaban pasar a nadie.
Enseguida se formó un caos fenomenal. Los uzbekos que llegaban se apretaban para pasar. Los extranjeros tratábamos de comunicarnos con el de la ventanilla para sacar los visados, soportando empujones y apretones. Yo conseguí que nos hicieran los visados a un precio, y a los turistas siguientes les duplicaron la minuta por lo mismo. Por supuesto se quejaron a voz en grito, pero no les sirvió de nada.
La situación se demoró unas cuatro horas. Discutimos con algunas matronas uzbekas que nos empujaban sin misericordia para colarse en la fila. Hacía mucho calor, nos quedamos sin agua al poco de llegar, estábamos cansados, los nervios a flor de piel 🤦♀️🤦♀️ Al otro lado nos esperaba nuestra guía Ana y el vehículo con el que saldríamos de esta horrible «bienvenida».
Samarcanda, Bukhara y Khiva
Con el retraso que supuso el follón del aeropuerto tuvimos que ponernos en marcha enseguida rumbo a Samarcanda. No recuerdo casi nada de aquel trayecto, excepto una pequeña parada en un paso entre dos montañas por donde dicen que llegó Alejandro Magno a la mítica ciudad.
Cuando llegamos a Samarcanda, una ciudad cuyo nombre resuena en cualquier oído viajero como un sueño, aún no era consciente de dónde estábamos. Fuimos al hotel. Justo ese día era el cumpleaños de uno de mis compañeros y nos tenían una sorpresa preparada: una mesa enorme, llena de comida, con una gran tarta y vodka, mucho vodka ¿A las 12 de la mañana? Pues sí, a esas horas «intempestivas». No era cosa de despreciar el detalle, así que ale, a beber y comer, casi por este orden.
Fue la primera vez, y no sería la única, que bebía vodka a temperatura ambiente en un verano de más de 35 grados a la sombra. En Uzbekistán y en Kirguistán se bebe mucho y cualquier excusa es buena. Herencia de la antigua URSS.
Por otro lado, en dicho hotel se estaba celebrando una de las muchas bodas que vimos en Uzbekistán en esos días. Se ve que el verano es la época por allí, y de hecho algunos de mis compañeros fueron invitados de forma espontánea a una de ellas y se pusieron tibios… también cogieron una diarrea, aunque no entiendo por qué, teniendo en cuenta lo que bebieron 🤣
El hotel era un mamotreto modernísimo que casaría mejor en la costa levantina española, pero después del «viajecito» nada importaba. Al menos desde la galería que daba a nuestra habitación se veía el Registán y sus madrasas, uno de los vestigios de la antigua Samarcanda.
Decidimos quedarnos a descansar hasta que cayera el sol, momento en el que nos acercamos al mausoleo de Gur e-Amir, para continuar después hasta la ya mencionada plaza del Registán. Fue maravilloso volver a estar, como unos años antes en Irán, ante tamaño despliegue de artesanía en azulejos, cúpulas, puertas e interiores, y a la vez curiosear en la vida de los uzbekos.
La mayoría de hombres llevan un gorrito negro con bordados blancos con forma de casquete. Por las tardes se sientan al fresco para jugar al backgammon o al ajedrez, en la calle. Las mujeres llevan una pañoleta de vivos colores cubriendo el cabello, y vestidos que recuerdan a las batas de nuestras abuelas, muchos de terciopelo (¡con ése calor!) y siempre floreados o estampados. Los rasgos son una mezcla en la que a veces predomina el carácter más mongol y otras veces el indoeuropeo. Hay mucha dentadura adornada con fundas de oro, una moda que me sorprendió mucho 🤗
A la hora de comer o cenar flota en el aire el aroma de los pinchos a la brasa, del pan sin levadura recién horneado, y las frutas se exponen jugosas en el mercado central, siendo la sandía la reina de la fiesta, con permiso de los frutos secos.
En las calles mucha gente ocupa las plataformas que parecen una cama grande. Una costumbre que también vi en Irán. Cubiertas de alfombras y algún cojín, ofrecen un lugar de lo más placentero para tomar el fresco, el té o lo que cada uno quiera.
La primera semana del viaje transcurrió entre Samarcanda, Bukhara y Khiva. Las tres paradas de la Ruta de la Seda más significativas de Uzbekistán. Cada una diferente, de belleza in crescendo llegando a la «locura» de Khiva, pero todas compartiendo el ambiente plácido y la amabilidad de los uzbekos.
✍ Aquí puedes leer más de BUKHARA
✍ Aquí puedes leer más de KHIVA
Llegó la hora de volver a Tashkent para emprender el camino a la frontera de Kirguistán. De la capital de Uzbekistán recuerdo más bien poco y creo que sólo estuvimos unas horas. Visitamos una gran plaza con mezquita y mausoleo. También recuerdo que fuimos a comer a un restaurante local donde la gente compartía las mesas, grandes y con bancos corridos, alrededor de un patio semicubierto. El único plato era el plov, el plato nacional uzbeko podríamos decir, que se asemeja al cus-cus de cordero pero con arroz. Lo hacían en unas ollas enormes y estaba bien bueno.
El paso por el Valle de Fergana rumbo a Kirguizstán
Como decía, pusimos rumbo a Kirguizstán y la idea era cruzar el Valle de Fergana. La zona es un poco inestable y aunque el conflicto estaba un poco adormecido aquél verano de 2007, estaba.
Abandonamos nuestro vehículo y nos distribuimos en varios taxis locales para pasar por la zona más “sensible” llamando la atención lo mínimo posible. Los coches viejunos iban a una velocidad tremenda y nos dio la risa floja mientras temíamos por nuestras vidas.
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Con todo, paramos en Kokand para ver algo de la última ciudad uzbeka. Este es un oasis cuyas sombras se agradecen bajo el tórrido sol, y guarda algunos tesoros como el palacio de Khudayar Khan y en Margilan para ver los telares de seda que aún funcionan.
Primeros días en Kirguistán, rumbo al Pamir
Después sí, cruzamos la frontera por un paso fronterizo que no recuerdo difícil ni largo. Al otro lado nos esperaba la ciudad de Osh, un lugar de grandes contrastes. Entre estatuas antiguas de Lenin y Mao Tse Tung, y coches de lujo producto del contrabando de mercancías, fuimos a su gran mercado, un lugar fantástico. Los rasgos de la gente cambian un poco más, pero sobre todo los sombreros de ellos.
Tras hacer unas compras nos internamos en el país de las montañas. No llevábamos mucho tiempo en la carretera o pista, creo recordar, cuando nos encontramos con un nutrido grupo de jinetes en un prado. Estaban jugando al Kok boru, conocido como bukshkhasi en Afganistán, un juego milenario bastante brutote que ya describió Marco Polo ¡Pues sí que empezábamos bien, a esto lo llamo yo tener suerte! Por supuesto paramos a observar, a saludar, y a disfrutar de unas escenas que fueron un regalo.
Después tocó ascender por la carretera Pamir Highway rumbo al Campo Base del Pico Lenin, nuestro siguiente objetivo y ¡mi primer campo base de alta montaña!
El día se nos fue yendo entre curvas y un puerto de más de 4.000 metros de altura, tras el retraso ocasionado por la parada del bukshkhasi, que no estaba en el programa.
Llegamos a Sary Tash con la noche ya cerrada. Este es uno de los pocos lugares donde encontrar alojamiento aunque no hay hoteles, sólo yurtas para turistas o, si llegas tarde como fue nuestro caso, las propias casas de los lugareños.
Conseguimos cobijo en una de estas casas y nos distribuimos en un par de piezas grandes. La habitación estaba llena de alfombras, cojines y algunos arcones donde la familia guardaba parte de sus pertenencias. Sin calefacción, nuestros sacos de dormir nos ayudaron a conciliar el sueño.
Me desperté de madrugada. Salí al baño, que era una caseta con un agujero hediondo situado a unos 50 metros de la casa, y me encontré con un amanecer inolvidable que me obligó a volver a por la cámara. Se me olvidó el frío (estaba helando) porque observar los picos de la cordillera del Pamir con sus más de 7.000 metros, cubiertos de nieves perpetuas y glaciares bañados por los primeros rayos del sol, es una experiencia increíble.
Al día siguiente, por fin, nos fuimos al Campo Base del Pico Lenin. Por el camino saludamos a los campesinos y sus niños, vimos nuestros primeros yaks que yo siempre había asociado al Tíbet, y caminamos entre flores Edelweiss que yo siempre había asociado a los Pirineos y los Alpes 🤗
Al llegar, nada más bajar del camión tuve que ir al baño y me dio un mareo tremendo por andar demasiado rápido, olvidando donde estaba ¡Ojo con el mal de altura!
Después subimos al antiguo Campo Base, algo más cerca de la cumbre, donde el paisaje se hizo más que majestuoso. Algunos hicieron un pequeño trekking hasta el primer glaciar del Pico Lenin llegando a los 4.000 metros, pero yo no me atreví porque seguía algo mareada. Para compensar, volví andando hasta el primer campo base. Fue un día inolvidable.
✍ Más información de mi experiencia en el Campo Base del Pico Lenin
Siguiente etapa: Kashgar (China) y su realidad
Después de unos días en Kirguizstán cruzamos la frontera con China por el paso del Irkeshtam. Un pequeño periplo dentro de este viaje, porque nos obligaba a dejar el vehículo utilizado en Kirguistán para cruzar la tierra de nadie a bordo de un camión de mercancías. Así es, este paso es para mercancías y por tanto lo que abundan son eso, camiones de productos de todo tipo, incluido el ganado.
En el lado chino un oficial nos ordenó (gritando) que abriéramos las mochilas. Lo hicimos, pero como en algunas lo que más estaba a la vista era la ropa sucia, decidió abandonar el registro. Malencarados, los chinos no ocultaban su disgusto por la presencia de extranjeros en una zona para ellos “caliente”. La situación actual (2021) es mucho peor que la de aquel verano del 2007, y de eso voy a dar unas pinceladas a continuación, pero si quieres información actual de primera mano te recomiendo que leas este artículo de Pablo Strubell publicado en la web de Acróbata del Camino.
Con todo, tuvimos mucha suerte porque todo el proceso no llevó más de 4 horas, cuando en otras ocasiones puede tardar bastante más tiempo. Dependes de los chinos y sus pesquisas, y también de la afluencia de camiones.
Nuestra guía Ana negoció con un camionero un precio por el viaje, tras lo cual nos subimos a la caja trasera, que iba vacía porque era su camino de vuelta. Observamos el trayecto y la larga fila de camiones entre las hendiduras de las tablas, sintiéndonos ganado, aunque no me entiendas mal, no lo digo con acritud, ya que aunque incómodo fue una experiencia que formaba parte de la aventura.
La situación de los uigures
La etnia uigur es un pueblo antes nómada y ahora musulmán que habita Asia Central desde hace muchísimo tiempo. Junto con los tibetanos, son una de las minorías que la actual China se empeña en anular porque quieren defender su cultura y creencias. Con el silencio cómplice del resto de Estados del mundo.
¿Cómo lo hace China? Veamos, por un lado organiza oleadas de migración interna, importando miles y miles de ciudadanos han (los chinos que predominan en China y que todos conocemos) que se trasladan a trabajar y vivir en estos territorios. No sé hasta qué punto lo hacen forzadamente o no, pero la nueva población se instala en las tierras y propiedades de la población original y se dedican a producir y consumir según su mentalidad e idiosincrasia. Ni hablar de confraternizar y entender a los locales. Todo lo contrario, les desprecian.
Al mismo tiempo, se tiran abajo edificios y estructuras antiguas, incluyendo buena parte de las viviendas tradicionales del lugar. Los uigures se quedan sin casa, y no olvidemos que nuestras casas forman parte de nuestra identidad.
Las perspectivas de labrarse un futuro son cada vez menores. Están condenados a la pobreza. Además se busca la aculturación máxima posible con prohibiciones de todo tipo, limitando la libertad de expresión, el derecho de reunión, etc. Olvídate de que puedan realizar publicaciones sobre su cultura y costumbres.
A medida que se suceden los adelantos tecnológicos, el gobierno chino instala cámaras de vigilancia por todas partes y cualquier otra ayuda que sirva para fiscalizar todo. Tecnología para y por controlar al milímetro cualquier movimiento de la población uigur. A los que se salen del tiesto, sospechosos de formar parte de «la resistencia», les encierran en campos de reeducación. También se aplican políticas de esterilización y muchas otras atrocidades. Insisto en que leas el artículo de Pablo Strubell arriba mencionado. Hablo del siglo XXI, de ahora mismo.
Los turistas no son bienvenidos. Está prohibido moverte por tu cuenta, no digamos con tu propio vehículo, y te hacen pagar un guía que dirige tus pasos en todo momento a precios desorbitados. Así lo experimenté en aquél verano de 2007, pero según he leído en diversas fuentes la cosa ha ido a peor. Mucho. Incluso te obligan a instalarte una app en el móvil para rastrearte y pueden denegarte la entrada si has buscado información de la región o de los uigures.
Lo siento muchísimo por ellos. Me parecieron gentes amables y acogedoras con el viajero, como suelen serlo en los países musulmanes y de raíces nómadas. Y aunque no hubiera sido así, nadie se merece sufrir este acoso y derribo por haber nacido donde han nacido.
Más allá de esta horrible realidad, los días que pasamos en la región de Kashgar fueron espectaculares. El mercado de ganado por el que es famosa la ciudad fue como trasladarse a la Ruta de la Seda medieval, la de verdad, la que despierta los sueños viajeros. Hubo más contenido, y me habría encantado quedarme más tiempo en la región.
✍ Leer más sobre el mercado de Kashgar
Nosotros lo combinamos con una noche en el desierto de Taklamakán, el mismo que tenían que rodear las caravanas que llegaban a Kashgar. Aquéllos que se arriesgaban a cruzarlo no llegaban a su destino, dicen las leyendas. También pasamos por el oasis de Yarkand y su mercado, siendo esta una parada improvisada que puso un poco de los nervios a nuestro guía local porque no estaba en el programa, y la guinda del pastel fue ir a pasar una noche en el Lago Karakul con la montaña Mustag Ata a su vera, ya cerca de Pakistán. De verdad, no hay palabras para todo aquéllo.
Mercados, polvo, oasis de chopos en vez de palmeras y huertos, gentes de distintas etnias, los fideos chinos hechos a mano, las mujeres con la cara totalmente tapada, las enormes montañas del Karakorum, los camellos de dos jorobas…
Vuelta a Kirguizstán para continuar con el sueño de la Ruta de la Seda
El viaje no terminaba en China. Tocaba volver a Kirguizstán, cuyas escasas gentes (hay muy baja densidad de población fuera de la capital) ya nos habían ganado el corazón. Era una vuelta, pues, alegre, y no íbamos a hacerla por el mismo camino.
Cruzamos un paso fronterizo mucho más amable (Torugart Pass) y nos fuimos a dormir a otra antigua parada de la Ruta de la Seda: Tash Rabat. Aquí hay un antiguo caravanserai situado en lo más profundo de un valle salpicado de yurtas, caballos, muchísimas marmotas en las laderas de las montañas y un alegre riachuelo en el que los valientes se bañaron. No había duchas, pero sí una sauna casera en la que pudimos asearnos y disfrutar del vapor de agua. Qué bien nos supo.
Paseamos arriba y abajo, echamos un partidillo de baloncesto, cocinamos unas tortillas de patatas para nuestra cena y la de los anfitriones. Estos eran una familia rusa afincada en Kirguistán que había montado el campamento donde nos alojábamos. Sólo funciona en verano porque en invierno es difícil o imposible llegar hasta aquí, ya no digamos hacer llegar suministros de cualquier cosa. Un lugar sin carreteras, apenas caminos de piedras.
Y no sé si una o dos noches después nos fuimos al lago Song Kol a pasar otro par de noches. Allí di mi primer paseo en caballo. Bueno, técnicamente el segundo de mi vida, pero para mí el que vale es éste. Cabalgamos campo a través por praderas ininterrumpidas y sentí la libertad con mayúsculas.
Esos días sin más objetivo que estar allí fueron tranquilos, contemplando las montañas que lo rodean, tratando de conocer un poco más la vida nómada de los kirguisos y bebiendo vodka junto al fuego por las noches.
Después del Lago Song Kol el viaje casi ha desaparecido de mi memoria. Qué pena, la verdad. Cruzamos el país hacia el norte, rumbo a Bishkek, la capital kirguisa desde donde partía nuestro vuelo de regreso. De camino paramos lo justo en el lago Issyk Kul, casi ni lo vimos, pero tuvimos tiempo de pasear por Bishkek. Nos despedimos de aquélla aventura en un restaurante con orquesta incluida y muchas jarras de cervezas, esto sí que lo recuerdo. El viaje a Estambul, otro vuelo nocturno, tuvo mucho de resaca que no aconsejo a nadie.
Si te planteas hacer un viaje como este, no lo dudes. La Ruta de la Seda en versión reducida o más larga es impresionante. A pesar del paso del tiempo, los conflictos o el cambio climático, el espíritu épico y remoto de estos lugares permanece así que ¿qué más se puede pedir? 🤗
Aquí tienes todos los posts de la Ruta de la Seda
- Recuerdos de la Ruta de la Seda, un viaje inolvidable
- Mausoleo de Abakh Khoja
- Valle de Fergana
- Samarcanda y los sueños
- Tash Rabat, parada fabulosa de la Ruta de la Seda
- Khiva, un sueño de adobe y azulejos en la Ruta de la Seda
- Bukhara, la hermana pequeña de Samarcanda
- Lago Song Kol, Kirguizstan y la libertad
- Que ver en un día en Estambul, esa ciudad
- Yarkand, oasis en la Ruta de la Seda
- Lago Karakul
- Mercado de Kashgar, otro mundo
- Kashgar en la Ruta de la Seda
- Campo Base del Pico Lenin, el corazón de Kirguistán
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Hola Alicia,
Me ha encantado tu relato….Uzbekistán es uno de los sueños viajeros de mi vida así que imagínate leer todo los que nos cuentas!!
Espero poder ir en un futuro.
Saludos :
Marta
Muchas gracias Marta, me encanta que te encante!! Ojalá puedas ir a Uzbekistan y a Kirguistan!!
¡Enhorabuena por el post! Es muy evocador y las fotos son preciosas. Aunque aún no la conozco, siempre he pensado que esa ruta tiene algo de misterioso y de vuelta al pasado. ¡Ojalá pueda hacerla, y más sabiendo ya todos los detalles que nos scuentas! Un abrazo viajero
Muchas gracias Concha!! ojalá puedas hacerla, aunque la parte de Kashgar está difícil!! Abrazos!!