En el momento en que escribo estas líneas, la UNESCO ha nombrado 10 lugares Patrimonio de la Humanidad de Bulgaria. Siete de ellos son bienes culturales, y tres naturales. En nuestra ruta hacia el norte, desde la ciudad de Sliven, cruzando los Balcanes, decidimos ir a ver dos de estos lugares: Sveshtari, que es una gran necrópolis tracia, y las iglesias rupestres de Ivanovo.
Ambos sitios están mucho más cerca de Ruse, la ciudad que se baña en el Danubio al norte de Bulgaria, que de Sliven, y ambos están en pleno “campo”. Es decir, o vas en coche, o vas andando…
El Patrimonio de la Humanidad de Bulgaria no empieza ni termina en Sveshtari e Ivanovo, pero quizá estos sean los más remotos
El famoso monasterio de Rila, que espero conocer algún día. La pequeña iglesia de Boyana, en las afueras de Sofía, que intenté ver pero no lo conseguí. La tumba tracia de Kazanlak, la ciudad antigua de Nessebar, el Caballero de Nadara que tanto puede recordar a los relieves de Naq-e-Rustam en Irán… Todos estos lugares acompañan a Sveshtari y las iglesias de Ivanovo.
Mucha tela que cortar en Bulgaria al más alto nivel de lugares que se considera hay que conservar porque son patrimonio de toda la humanidad.
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Las tumbas tracias de Sveshtari
Los campos que rodean a los túmulos de Sveshtari no te permiten sospechar qué vas a ver en su interior. Son campos de labor, algunos bosquecillos, y sin edificaciones cercanas. El pueblo de Sveshtari queda a unos kilómetros.
Cogiendo el desvío correspondiente, que está señalizado discretamente, llegas al centro de visitantes. Allí puedes comprar las entradas y comprobar el horario, que es de 9.30 a 16.30 h. Creo que lo cierran en los meses de invierno, cuando la nieve se hace dueña del lugar.
¿Quiénes fueron los tracios?
Me descubro a mí misma siendo bastante ignorante en cuanto a quiénes fueron los tracios, más allá de haber leído su nombre en la amalgama de pueblos de la antigüedad.
Los tracios fueron pueblos indoeuropeos contemporáneos de los griegos. Aparecen en la Ilíada como guerreros luchando por Troya. Eran famosos mercenarios. También eran, según Heródoto, los únicos que creían en la resurrección -o dicho de otra forma, en la inmortalidad-, en aquellos tiempos. De hecho su ritos funerarios son también uno de los rasgos de identidad de esta nación que en realidad se dividía en muchas tribus. Algo así como lo que ocurría en Mongolia, por cierto.
Por otra parte, se ha comprobado que los tracios recibieron influencia de muchos pueblos de la antigüedad, y de hecho en la necrópolis de Sveshtari se adivina fácilmente el estilo helenístico.
Pero al mismo tiempo, parece que fueron un pueblo irreductible que mantuvo su propia identidad. Poco se sabe de ellos, ya que no dejaron registros escritos, aunque parece que fueron los romanos los que lograron someterlos definitivamente. Su cultura se fue diluyendo hasta caer en el olvido.
La visita a la necrópolis de Sveshtari
En este lugar perdido de Bulgaria hay 103 tumbas tracias, algunas de las cuales fueron saqueadas cuando llegaron los arqueólogos. Otras no, y como resultado encontraron un gran tesoro que hoy se exhibe en el Museo Arqueológico de Sofía.
La estrella es la Tumba Real, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de Bulgaria desde 1985.
Más de 2.000 años nos contemplan, pues data del siglo tres antes de Cristo.
Para entrar, una gran puerta de hierro se abre activando un mecanismo electrónico. Por supuesto has de ir con un guía oficial (incluido en la entrada), quien te explicará todo y te franqueará la entrada. También te vigilará para que no hagas fotos.
Como muchos sitios que son Patrimonio de la Humanidad, las medidas de seguridad y conservación son grandes e incluyen una estricta prohibición de hacer fotos en sus interiores, así que te invito a que eches un ojo a lo que puedes ver en Svesthtari en la propia página de la UNESCO. Aquí te dejo el link.
Nos da la bienvenida una antesala de paredes oscuras con algunas vitrinas donde descansan algunas piezas encontradas en el yacimiento. Algunas joyas, cerámicas, herramientas de labor y armas de guerra. Antes te pones unas bolsitas de plástico para cubrir el calzado, y un minuto después cruzas otra gran puerta de mecanismo similar a la del exterior.
Al otro lado está la tumba real. Es todo un edificio de piedra bien cincelada. La puerta está bajo un arco y jalonada con columnas falsas. Más allá hay dos cámaras funerarias.
La primera es donde se dejaban las ofrendas y equipaje de los muertos. Lo necesario para la otra vida, o para su vuelta cuando resucitaran. La segunda es la estancia donde descansaban los restos de los reyes y reinas tracios. Ahí están sus sarcófagos. Guardados por 10 cariátides esculpidas en relieve en las tres paredes que hay frente a nosotros. Cada una con un rostro diferente, propio.
Aún hay restos de las pinturas que se usaron entonces. También ellos pintaban sus lugares de culto, como en toda la antigüedad, en vez de dejarlos a piedra vista. El lugar es precioso, fascinante.
Después visitamos otro par de túmulos que también guardan tumbas de roca con sus cámaras correspondientes. No hacen sombra a la tumba real, que es magnífica, pero impresiona ver las rocas perfectamente delineadas y ensambladas, los restos de pintura… La guía nos cuenta cómo construían, y nos señala algunos detalles.
Terminamos dando una vuelta por el campo, siguiendo un caminito, ya por nuestra cuenta. Un poco más adelante nos encontramos con otra tumba. Es muy pequeña y está protegida por un tejadillo. Nos asomamos con cuidado y también aquí observamos que hay restos de decoración policromada.
La visita no te lleva más de una hora, pero es un pequeño viaje a la antigüedad de lo más curioso.
Las iglesias rupestres de Ivanovo
Continuamos ruta y tras una parada lo más rápida posible para comer algo, en un pueblo de paso, vamos decididos a llegar a Ivanovo. Hemos leído que las iglesias cierran hacia las 18.00 horas en el horario de verano que está a punto de expirar, y vamos justísimos.
Desde el pueblo de Ivanovo seguimos las indicaciones. Un par de kilómetros pasado el pueblo comienza el cañón del río Rusesnki Lom y el Parque Natural que lo protege. El paisaje es increíble, y más con la luz del atardecer otoñal.
Tras los cristales de la ventanilla del coche observo un poco frustrada el color fantástico de las paredes de roca caliza donde, en el siglo doce de nuestra era, los ermitaños y monjes excavaron monasterios e iglesias. Frustrada por no poder parar un ratito, hacer fotos y contemplar el lugar como se merece, pero es que si no, ¡no llegamos!
Allí vivieron esos eremitas. Entre rocas, en comunión con la naturaleza y aislados del mundanal ruido para dedicarse a la oración, como en otros lugares del mundo.
El más significativo es el Monasterio del Arcángel San Miguel, pero es la iglesia de la Santa Madre la que se puede visitar hoy en día, situada a 40 metros de altura.
Llegamos media hora antes del cierre y nos lanzamos por el camino de subida. Cuando nos queremos dar cuenta estamos arriba y nos permiten la entrada, previo pago de la misma.
La entrada individual de Ivanovo son 5 leva (unos 2,5 euros), pero si eres un grupo de 8 o más personas, te sale por 3 leva.
Entramos en compañía de un guía que nos explica el lugar, en inglés.
Hay varias estancias, todas cubiertas de pinturas al fresco con escenas del Evangelio, la Última Cena incluida. Es fascinante ver cómo los colores han sobrevivido al paso del tiempo. Colores que fueron pintados en el siglo catorce, y uno de los mejores ejemplos de la cristiandad medieval.
Lo curioso de estas pinturas es que incorporan edificios y paisajes con perspectiva. Un estilo muy adelantado para su tiempo, que es característico de la escuela de Tarnovo.
Al fondo hay un balcón con una vista que te deja sin aliento. Presumimos que desde allí subirían las provisiones con ayuda de una cuerda, pues entonces no contaban con la escalinata que hemos recorrido.
En el suelo de piedra, muy cerca de la salida al balcón, hay dos hileras de agujeritos, seis en cada fila. Nos explican que debía de ser un calendario. El monje de turno ponía piedrecitas en el hueco correspondiente, y las iría retirando a medida que pasaban los días, hasta volver a empezar el mes siguiente.
Al salir nos indican que sigamos por un camino diferente al que hemos empleado para subir. Todo un acierto, ya que es una pequeña ruta que pasa por un par de miradores desde donde disfrutar del panorama del cañón.
Cubierto de un gran bosque, llegan hasta nosotros el canto de un sinfín de aves. Leo que en esta reserva natural habitan 172 especies de aves, entre ellas el alimoche común y el cernícalo primilla, el mismo que también habita algunos pueblos de Extremadura.
Parece que estemos contemplando una verdadera selva tropical, tupida y con sus característicos ruidos, pero no, estamos en plena Bulgaria.
Fijándonos en las paredes de roca del otro lado del río, advertimos que hay muchas más cuevas inequívocamente excavadas por la mano del hombre. Y es que aquí se han contabilizado 40 iglesias rupestres y unas 300 cuevas.
Bajamos poco a poco por el camino estrecho y asediado por la vegetación hasta llegar al pequeño parking. Desde allí descubrimos la vista de la iglesia desde abajo, que con las prisas de la llegada no habíamos advertido.
Una hora después, ya de noche, llegamos a Ruse con la sensación de haber vivido un pequeño sueño histórico conociendo algo del Patrimonio de la Humanidad de Bulgaria.
Índice de posts de Bulgaria
- Paseos sin rumbo por Sofía: qué ver en la capital de Bulgaria
- Patrimonio de la Humanidad de Bulgaria: Sveshtari y las iglesias de Ivanovo
- Sliven y el monte Karandila: Bulgaria en otoño
- Convivencia con los gitanos de Bulgaria: notas de una gran experiencia
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