Actualizado el 5 octubre, 2022
Los hayedos son cosa fina en los meses de otoño. Desde el comienzo de la estación hasta que llegan las primeras nieves, su aspecto va cambiando y mostrando todos los colores hasta que se quedan desnudos de hojas. Pero no todos son iguales, ni en toda su extensión. En el Parque Natural de Gorbeia encontrarás al menos de dos tipos y uno de ellos era mi objetivo para hacer fotos desde hace tiempo. Y ya que estábamos por allí, lo combinamos con la visita a la preciosa Cascada de Gujuli. Sigue leyendo, que te lo cuento en detalle :)
El Parque Natural de Gorbeia
En el Parque Natural de Gorbeia puedes encontrar extensos hayedos salvajes. Las hayas son árboles que pueden alcanzar los 30 o 40 metros de altura, con troncos bastante rectos y ramas que se extienden en horizontal. Podríamos decir que son del estilo de la selva de Irati en la vecina Navarra, o los hayedos del Pirineo Aragonés, pero éstos son menos famosos y por tanto menos frecuentados.
El Parque Natural de Gorbeia está lleno de rutas para hacer, de diferentes duraciones y dificultades, y recorrerlo te va a llevar más de un día. Aquí puedes consultarlas.
El “otro tipo” de hayedo son los de las hayas trasmochas, que tienen una forma de tronco y ramas diferentes, especiales. Esto es lo que iba yo buscando en la escapada que hice con unos amigos a finales de septiembre.
Ya te conté en los consejos para organizar un fin de semana en esta zona, que el Hayedo de Otzarreta es el más famoso si buscas este tipo de haya, pero no es el único.
Otro lugar donde encontrar hayas trasmochas es el que está junto al parking de la caseta del Parque Natural de Gorbeia, muy cerca del pueblo de Sarría. Allí hay un par de grupos de hayas de grandes troncos cuyas ramas crecen en esas formas más sinuosas, apuntando al cielo. ¡Y son espectaculares!
La forma de estas hayas no responde a un crecimiento natural. Son así porque en su día se utilizaron para hacer carbón natural, con una técnica, por cierto, igual que la que se utilizaba en la sierra norte de Madrid y en muchos otros lugares de montaña.
Hace medio siglo o más, los carboneros cortaban las ramas inferiores de las hayas. Las limpiaban de hojas y después las cortaban en trozos más pequeños y regulares. El siguiente paso era amontonar los troncos en un gran túmulo al que después prendían fuego en el interior, desde el centro. El fuego la quemaba muy lentamente y así se iba formando el carbón. Ellos tenían que estar cerca, atentos y ser pacientes porque no es un proceso rápido.
El caso es que al cortarlos así, los árboles cambiaron su patrón de crecimiento dirigiendo las ramas hacia lo alto, buscando la luz y tratando de huir de los hachazos -podríamos fantasear-.
En mi opinión esta fue una forma de explotación de los recursos naturales respetuosa con el entorno. Y para muestra, el hecho de que las hayas sigan ahí, vivas y preciosas.
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Andar entre hayas monumentales
Andar entre estas hayas monumentales, contemplarlas y no te digo fotografiarlas, es mágico. Tanto como las leyendas sobre Basajaun, conocido como el “Yeti vasco”, un protector del bosque y de la Naturaleza que también está presente en la mitología de Aragón (Basajarau).
📙 Basajaun es el protector del bosque, un ser con forma humana pero de talla gigante, cubierto de pelo y que ayuda a los pastores a proteger a sus rebaños. Si viene una gran tormenta gritará para que las ovejas y los pastores lo sepan. Si viene el lobo, lo espantará. No obstante, también hay cuentos que lo pintan como un ser terrorífico. Sea como sea, aguza la vista cuando andes por estos bosques. Nunca se sabe ;-)
Con algo de leyendas en la cabeza y un día semi lluvioso, entramos en el primer grupo de hayas junto al parking. Sólo hay que bajar un pequeño terraplén en dirección contraria a la montaña, de espaldas a los coches y a la caseta del parque.
Nos quedamos con la boca abierta. Sin estar aún en el otoño avanzado, las hojas empiezan a amarillear y el suelo está cubierto de hojas secas ¿de la temporada anterior? Seguro que en pocas semanas todo cambia a los colores ocres, amarillos y naranjas propios de la estación y seguro que es más espectacular, pero no me quejo en absoluto.
Quiero estar quieta mirando. Tanto como moverme buscando el mejor ángulo, la mejor vista. Somos cuatro y enseguida nos hemos dispersado, cada uno buscando su rincón encantador.
A nuestro alrededor reina la calma, los rumores del bosque, y me siento un poco mal cuando nos llamamos unos a otros para avisarnos de los detalles que nos encontramos. “¡Mira qué seta hay aquí!” “¡Desde esta esquina es una pasada!” Con nuestros grititos mancillamos la paz del lugar.
Me encanta el musgo que cubre los troncos centenarios, quizá milenarios. Me encantan los helechos que, ellos sí, ya se han vestido de otoño con más decisión.
Un buen rato después decidimos continuar por el sendero que pasa al lado de las hayas para internarnos en el bosque.
Enseguida nos encontramos con un puente, moderno y en buenas condiciones, que cruza el río Bayas Ibaia. De repente estamos en otro tipo de bosque, éste completamente salvaje y con hayas más jóvenes mezcladas con robles, creo. Hay muchos líquenes y árboles medio caídos, maleza, grupos de helechos…
Andamos un rato pero decidimos darnos la vuelta en busca de más hayas trasmochas. Es entonces cuando, al volver a cruzar el puente, vemos que sale otro pequeño sendero a la izquierda. Bajamos una pequeña vaguada y entramos en otro rincón de ensueño. Es más bonito que el anterior porque lo atraviesa un pequeño arroyo, imagino que un brazo del Bayas Ibaia.
Aquí sí nos volvemos locos con la cámara. A pesar de la lluvia, que cae mansamente pero pone en peligro a nuestras máquinas.
En un momento dado un petirrojo revolotea a nuestro alrededor. Está a lo suyo, pasa a mi lado sin inmutarse, se queda quieto, mira para otro lado.
Parece que tiene frío (no me extraña) y que se arrebuja en sus propias plumas. Casi nunca me mira, aunque alguna vez sí. Y yo, agachada, le hago unas cuantas fotos maravillada por el hecho de que no salga de estampida con mis clicks o movimientos, que intento no sean bruscos. Me encanta su pecho anaranjado.
En definitiva, este sitio es una gozada y de tan fácil acceso que parece increíble que no esté lleno de gente.
La Cascada de Gujuli o Goiuri
Después de un par de horas entre las hayas de Sarría decidimos ir a la Cascada de Gujuli o Goiuri. Para ello nos dirigimos hacia el pueblo de Orduña. A medio camino, aproximadamente, hay un cartel en la carretera que indica el desvío, pero… no está muy claro.
Te recomiendo que utilices el navegador y pongas en la búsqueda Mirador de la cascada de Gujuli.
Si no lo haces, acabarás en la iglesia de Santiago Eliza, como nos pasó a nosotros. Si te pasa lo mismo, te voy a contar lo que hicimos para ver la cascada.
Sigue unos pocos metros por la pista que sale a la derecha de la iglesia, hasta que veas una puerta giratoria de metal, también en el lado derecho. Esa puerta da paso a la vía del tren. No hay barreras, así que pon atención antes de cruzar las vías porque sí pasan trenes. Justo enfrente verás que sale un sendero estrecho entre la maleza y enseguida llegarás al cortado desde donde se ve la cascada.
El mirador no oficial de la cascada de Gujuli es impresionante. Tiene algo de salvaje, casi de selva, ver el agua precipitándose sobre esa pared de roca caliza. Que conste que no me pareció un sitio muy seguro y hay que tener mucho cuidado con dónde pones los pies. Si tienes vértigo, ojo…
El valle que se abre delante está lleno de bosques de hayas a un lado, y de quejigos (robles) al otro lado.
La cascada de Gujuli es un salto del arroyo de Oiardo de unos 100 metros de altura, y está a sólo 30 kilómetros de Vitoria. En verano puedes encontrarla seca, pero en otoño, invierno y primavera, suele tener agua.
La leyenda dice que una lamia convirtió al pastor Urjauzi en este salto de agua porque le había robado su espejo mágico. Precisamente Urjauzi es “cascada” en euskera.
📘 Hay muchas versiones sobre las lamias, pero me quedo con la que las describe como una especie de ninfas o genios femeninos, bellísimas, con una larga cabellera rubia que arreglan con un peine de oro, pero en los pies tienen membranas como los patos. Una especie de sirenas, muy asociadas al agua de los arroyos y lagos del bosque. Se les atribuyen muchos romances con los solitarios pastores, y también alguna que otra fechoría. Aquí puedes leer más sobre ellas.
El día no levantaba así que nos tocó contemplar el entorno con niebla, pero incluso así (o por eso) me pareció un sitio precioso.
El reloj nos hizo volver a la realidad. Era la hora de comer, así que decidimos no intentar buscar el mirador oficial de la cascada. Queda para la siguiente visita. Porque la habrá, estoy segura, y espero que con más tiempo para recorrer mucho mejor este Parque Natural del que no tenía ni idea hasta hace bien poco.
¿Qué, apetece o no apetece ir al Parque Natural de Gorbeia?
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Si te alojas en Vitoria y vas a visitar la ciudad, te recomiendo que reserves alguno de estos freetour 😉
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Me encanta los colores de la naturaleza en otoño, son una maravilla!
Sí que lo son!! 🥰