Natitingou se quedó en el tintero. Un rincón de África, de Benin para ser más exactos, que es anónimo para gran parte de la gente. Natitingou se quedó en el tintero y en mi corazón. Acordándome de vez en cuando, he ido relegando el momento de sentarme a escribirla. Una excusa perfecta para volver, con la memoria, a mi querida África.
¿Qué tiene Natitingou, «esa ciudad» de Benin?
Nada. Natitingou no tiene objetivamente nada para el turismo. O muy poco. No es un lugar en el que haya monumentos, ni mercados famosos, ni un paisaje más singular que el de otros sitios de Benin.
Es cierto que está muy cerca del País Somba, y que es una ciudad con los recursos propios de una población grande, aunque precarios. Las ciudades africanas no son como las españolas.
Natitingou, en principio, sólo sirve de base para explorar ese país de cuento que es el de la tribu Somba.
Y a pesar de que objetivamente no tenga nada para el turismo, quería dedicarle un post entero porque lo que me encontré en Natitingou (Nati para los amigos), fue una buena historia. Aunque triste y tremenda. En contraste con dicha historia, también me encontré con un buen puñado de sonrisas.
Una historia que merece ser contada
Llegamos a Natitingou una tarde. Amenazaba lluvia, de esas del monzón que empapan todo, pero que no te hacen pasar frío. De esas que luego se van tal y como vinieron, dejando el cielo limpio y bonito.
Nos dirigimos enseguida al hotel Tata Somba, el más «lujoso» de la ciudad por aquél entonces.
El Tata Somba está al final de un camino flanqueado primero por casas bajas cubiertas de polvo rojo de la pista, y después por árboles.
El lugar ha vivido tiempos mejores. Por supuesto sufre de cortes de electricidad cada cierto tiempo. Cuando hay luz eléctrica, cientos de insectos se arremolinan en las puertas de las habitaciones atraídos por las bombillas. Hay que estar listo para apagar la de la puerta de tu habitación, o invadirán tu espacio.
Los pasillos y habitaciones miran a un patio central con piscina que, al menos en época de lluvias, no resulta muy atractiva.
Cuentan que aquí se hospedan las más altas personalidades que visitan la zona, incluyendo políticos.
El hotel se llama así en honor el cercano País Somba, y el edificio trata de recordar la estructura tradicional de las casas de esa tribu. «Tata» significa «casa».
Un encuentro inquietante
Según bajamos del coche, en la puerta del hotel, vemos cómo salen tres hombres. Dos llevan uniforme militar y uno es un detenido. Va con las manos esposadas.
Detrás de ellos salen dos occidentales. Uno de ellos se lleva la mano al bolsillo trasero del pantalón. Me fijé en ese detalle mientras buscaba una explicación a esta escena de película de polis. Algo no cuadraba. Sus caras no eran de crispación, ni de susto.
Me quedo quieta, miro sorprendida, no sé qué hacer. No es una escena que suelas ver fuera de las pantallas de la tele o el cine. Pero ahí está, desarrollándose delante de mí. No hay tensión, los gestos son casi amables, pero a la vez hay un silencio atronador y una lentitud difícil de describir.
Los militares y el detenido entran en un coche y se van.
Lo primero que pensé es que ese hombre debía de haber intentado robar a algún turista, y que éstos habían llamado a la policía o los militares. Por eso se lo llevaban detenido y por eso no había violencia ni mucha tensión. Pero no, nada más lejos de la realidad.
Nuestro guía Moussa habló con los del hotel y nos vino a contar, o a «marujear» mejor dicho, lo que había pasado. Para entonces estábamos cenando casi a oscuras (por eso de no atraer a los bichos) en una mesa del jardín, un poco más allá de la piscina.
Los norteamericanos, pues esta era su nacionalidad, también cenaban unas mesas más allá (eran cuatro o cinco): eran señores de la CIA. Habían viajado a Benin para investigar el asesinato de una ciudadana norteamericana
El asesinato
El asesinato se había producido uno o dos años antes, en los alrededores de Natitingou.
Ella era una mujer que trabajaba ayudando a los demás en la región, desde hacía tiempo. Creo recordar que estaba dedicada a las mujeres y los niños, y ya no estoy segura de si era misionera o no.
El caso es que ella fue asesinada en un camino, cuando iba o volvía del centro donde trabajaba. Además, parece ser que la descuartizaron parcialmente. En esto te voy a ahorrar algún detalle, teniendo en cuenta que en África las historias se suelen adornar, exagerar. La tradición oral sigue viva y si tiene que haber truculencia, que la haya.
Parece ser que el asesinato fue ordenado por el brujo o fetichero de la comunidad, que había decidido que ella portaba un espíritu maligno.
Ya he contado por aquí que el vudú está muy presente en esta zona de África, y también que todo el mundo insiste en que es una religión del Bien que no obstante combate al Mal si es necesario. Según ellos, hay espíritus malignos que pueden entrar en el cuerpo de los vivos para buscar hacer daño, de una forma u otra.
Desde mi punto de vista, allí como en otros lugares del mundo y como siempre en la Historia, hay gente que utiliza la religión para ejercer el Poder y satisfacer una serie de instintos que avergüenzan a la mayoría de los seres humanos.
Volvamos a la historia…
El Gobierno de los EEUU decidió investigar el asesinato. Dicen que por la presión de los familiares de Ella, esa mujer que tuvo tanta mala suerte. Y es por eso que en los últimos meses estos señores de la CIA se habían desplazado a Natitingou y dedicado a entrevistar a mucha gente, reuniendo pistas y pruebas.
No me digas que no suena a una de esas novelas policíacas…
Les llevó meses, lo que no es de extrañar, porque a ver quién es el guapo que se atreve a hablar allí.
Hablar puede volver en tu contra al fetichero, que puede enviar «algún espíritu» contra ti. También puede ser que sencillamente no siempre distingues la realidad de los sucesos mágicos. No es chocar sólo con la negativa y el miedo a hablar, sino con otra forma de ver y de pensar el mundo.
En la última semana, antes de nuestra llegada, habían identificado a uno de los que participaron en el asesinato. Ese mismo día le habían detenido. Era el hombre esposado con el que nos habíamos cruzado en la entrada del hotel.
Ahora les quedaba la tarea de encontrar al resto de compinches que habían participado de ese horrible acto. Y, casi igual de importante para ellos: conseguir que el gobierno de Benin autorizara su extradición a EEUU para juzgarles allí.
Moussa cerró la historia diciendo que en Benin los acusados serían, muy probablemente, juzgados y condenados a muerte con bastante rapidez y pocas garantías. Y, seguramente, en EEUU serían juzgados y condenados a cadena perpetua o a la pena de muerte, pero «con más garantías». También dijo que los yanquis esto lo saben y prefieren sus propios métodos, asegurándose con «su» justicia de que el condenado «paga».
Esto nos lo cuenta alguien que estudió en Cuba y es socialista convencido. Remató con un «los norteamericanos son así. No se olvidan de las cosas. Hasta que no consiguen su objetivo, su venganza, no paran».
Impresionada, no pude evitar observar disimuladamente a ese grupo de americanos concentrados en sus portátiles, en el patio de aquel vetusto hotel de Natitingou, junto a la piscina. Esa noche y la siguiente.
Tampoco pude evitar sentir un escalofrío pensando en cómo había muerto aquella mujer. Esas atrocidades que el ser humano comete contra otros. Nunca lo entenderé y siempre me avergonzarán.
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De una historia truculenta, a un puñado de sonrisas en una tarde cualquiera en Natitingou
Vamos a otra realidad.
Nos fuimos a apurar la tarde en las calles de Natitingou antes de que cayeran las sombras.
El camino del hotel desemboca en la carretera que atraviesa Natitingou, la única cinta de asfalto. Es la arteria principal, la que comunica con el mundo. Como en otras ciudades de Camerún, o del vecino Togo.
Hay chiringuitos donde se asan pedazos de carne, mazorcas de maíz, o se fríen buñuelos de arroz y patata en una sartén llena de dudoso aceite (pero qué ricos están).
Pequeños bocados que se toman a lo largo del día, engañando al estómago o sencillamente satisfaciéndolo cada vez que ruge. Hay mucha gente que come así, picoteando. Fácil y barato.
Llegamos a una de las entradas del mercado. Un recinto con techo en el que se suceden los puestos llenos de mercancías de todo tipo.
Dentro abundan los comestibles en pequeños montones pulcramente ordenados. Muchos en minúsculos paquetes. Raciones individuales, especias para una comida. Aquí se compra al día.
Como dice el amigo Antonio Aguilar de Historias de nuestro planeta, en los mercados de África no sabes a dónde mirar.
El mercado de Natitingou continúa en un recinto más abierto. La lluvia cae, la gente anda apresurada bajo la misma. Compramos una caña de azúcar que nos pelan ahí mismo con un gran machete.
Seguimos dando vueltas hasta que decidimos irnos. Como en otros sitios, hay muchas miradas de recelo y negativas hacia las cámaras de fotos.
Hasta que salimos a unas calles aledañas. Allí hay menos gente, pero nos encontramos con una simpatía abierta de entrada, poco frecuente en este viaje. Casi no esperan a que tú sonrías y saludes primero, lo cual es extraño.
No sé por qué fue. No sé por qué les caímos bien
A cada paso nos parábamos. Una mujer, unas chicas con sus críos, otro grupo de críos jugando por allí. Nos llamaban y decían cosas en su idioma, siempre con sonrisas y gestos de bienvenida. Con tranquilidad, sólo querían saludar. Y yo quería prolongar el rato.
Quería hablar su idioma cuando las sonrisas ya no eran suficientes y a todos nos entraba un ataque de timidez por no saber cómo seguir.
Me pareció que esa parte de la ciudad era más pobre. Algunos niños creo que padecían algo de raquitismo. Quizá era por eso por lo que eran más amables. A pesar de ello no nos pedían nada, insisto en que sólo querían saludar y vernos de cerca.
El que menos tiene, muchas veces menos teme.
Tratar de averiguar por qué surgió la magia esa tarde, en esa calle de barro de Natitingou, es un ejercicio inútil. Guardarlo en la memoria, no.
¿Cuántos de estos lugares anónimos y que se quedan en la memoria te has encontrado por el camino?
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Menudo post! De diez! Y con atisbos de novela negra y todo…
Es verdad, que a veces sale la magia de forma inesperada y da sentido a tu viaje.
ja, ja, muchas gracias Ana!! es que la historia era de novela negra…
Besos!