
Parece mentira que aún queden sitios en la sierra de Madrid que no estén llenos de gente, pero así es. Supongo que el truco es elegir zonas más agrestes, con algo de dificultad y donde, incluso, los caminos no son muy evidentes. Es el caso de la ruta que voy a contar en este artículo: la Cascada del Cancho Litero, probablemente la más escondida de la región, que combina un poco de aventurilla y todo ¡Vamos! 😄
Por qué ir a la Cascada del Cancho Litero
La Cascada del Cancho Litero (no confundir con la Cascada de los Litueros de Somosierra) está escondidita en un monte frente a Villavieja del Lozoya, en el Valle del Lozoya. En concreto, en el desfiladero del Cancho Litero (de ahí el nombre de la chorrera, obvio).
Caminar hasta allí implica superar un gran pinar con laderas empinadas y muchos troncos caídos, cruzar un par de arroyos por donde puedas, y andar unos 10 kilómetros si haces la ruta circular. Toda una ocasión para sentirte inmersa en plena naturaleza, con el canto de los pájaros, el rumor de los arroyos y un aire limpio que se agradece muchísimo.

Una ruta que propuse a mis queridos Mario y Loli de Viajando en Furgo y mi amiga Marta Aguilera de La mochila de Mamá ¡Gracias por el gran día que pasamos juntos!
Primero, situémonos: el responsable de esta caída de agua de 10 metros de altura es el Arroyo Collado del Espino. Estamos en los Montes Carpetanos, cerca de los 2.000 metros de altura y frente al Valle del Lozoya. Al otro lado de la montaña está la ahora inalcanzable provincia de Segovia, porque cuando escribo esto hay restricciones de movilidad entre comunidades autónomas en España.
Primera parte de la ruta de la Chorrera del Cancho Litero
Como decía el objetivo era llegar hasta la cascada o chorrera del Cancho Litero, y para ello nos fuimos en coche por la A-1 hasta la salida 76 en dirección a Buitrago del Lozoya, para coger la M-634 hasta el pueblo de Villavieja del Lozoya. Es un viaje de 1 hora desde Madrid.
En Villavieja del Lozoya cruzamos el pueblo siguiendo el curso de la carretera y cogemos la Calle de los Gallegos a la derecha, recién adoquinada por cierto, que seguimos hasta el final. Si te va la marcha puedes dejar el coche en el pueblo y empezar a andar desde allí, pero el camino no es especialmente atractivo y si haces como te digo, te ahorras unos 4 kilómetros de pateo.
Dejando el coche en el (aparente) final de dicha calle cogemos el sendero que sale a la derecha. Enseguida se abre en una pista más ancha y de momento se trata de seguirla.
No tardamos mucho en llegar a un puente que salva las vías de la que fue la línea Madrid-Irún, hoy en desuso, y seguimos por la pista ancha que va en paralelo a dichas vías. En realidad estamos siguiendo el Camino de los Gallegos, continuación de la calle de los Gallegos donde aparcamos. Este camino es el que llega hasta el puerto Linera a 1.831 metros de altitud.


El paisaje es, créeme, más bonito de lo que ves en estas fotos. El día estaba nublado y con mucha calima, y la primavera sólo estaba empezando a manifestarse. No lo aconsejo para el verano porque se debe pasar mucho calor y no hay fuentes.

En esta primera parte dominan las encinas y rebollos jóvenes, en algunas zonas semicubiertos por enredaderas verdes que les dan un aire a bosque encantado. Además es fácil encontrarse con preciosas vacas pastando. Precisamente un poco más adelante pasamos por un depósito de agua y un abrevadero para el ganado, otro punto a tener en cuenta para asegurarte de que vas por el camino correcto 😉



La pista empieza a trazar varias curvas y ya vemos la montaña frente a nosotros. Llena de pinares, luce una herida de roca que es precisamente donde está la Cascada del Cancho Litero. Con unos prismáticos o el teleobjetivo / zoom de la cámara la verás perfectamente desde esta posición.


Un poco más adelante cruzamos dos arroyos. Primero el arroyo de las Cortes y después el arroyo de los Robles. Aún no hay peligro de mojarse los pies porque la pista pasa por encima de ellos. Incluso nos encontramos con un par de coches (a la vuelta había alguno más) que habían llegado hasta allí por la pista, aunque no tenemos claro por dónde empezaron. En cualquier caso creo que merece la pena hacer el camino que seguimos nosotros, ya que volvimos por la otra ladera del monte, conociendo mejor el entorno.
Empieza lo bueno…
A la altura del arroyo de los Robles ya estamos junto a los pinares. Y son alucinantes.
Los pinos silvestres de la Sierra de Guadarrama tienen troncos altísimos. Troncos infinitos porque parece que no tienen ramas hasta la copa. El efecto visual es magnífico.


Continuamos de frente con el pinar a la izquierda hasta llegar a otro arroyo, y antes de la gran curva que hace el camino hacia la izquierda, nosotros entramos en el bosque por un pequeño sendero. Siempre hacia la derecha, intuyendo la dirección.
Primero atravesamos un claro lleno de troncos caídos. Después nos internamos en el pinar salvaje, alucinando con las vistas, hasta que nos topamos con el Arroyo del Collado del Espino que otros llaman “del Cancho Litero” porque atraviesa el desfiladero donde está la cascada. Ya “sólo” nos queda llegar a ella, pero no la ves ni la esperas ver hasta mucho más arriba. En realidad la distancia no es mucha, pero el camino… mejor sigo contando.

Cruzamos el arroyo saltando unas piedras y entonces nos encontramos con que la ladera se vuelve muy empinada. La cantidad de troncos caídos es mucho mayor y tenemos que ir mirando bien por dónde pisamos. Subimos y subimos hasta alcanzar unas estructuras de piedra en ruinas, medio comidas por el musgo, que suponemos eran refugios de pastores o quizá de leñadores. Por allí había algunos carteles indicadores de que estábamos en la ruta… aunque no sabemos si es la correcta. En una ruta estábamos 😅


No es que fuéramos a lo loco. Mario llevaba el mapa en una aplicación y más o menos nos íbamos orientando, pero nos perdimos un poquito, tanto a la ida como a la vuelta. Yo había leído en internet que con seguir en paralelo el curso del arroyo es suficiente, hasta donde te deja la montaña. Luego hay que subir sí o sí.


De repente encontramos el curso de una senda de esas estrechas en las que sólo cabe un pie o dos, que avanza por la ladera llaneando. Nos toca saltar algún que otro tronco bien hermoso y andar atentos para no clavarnos alguna rama rota. Al cabo de un ratito llegamos al final del pinar. En ese punto hay que subir aún más hasta unas peñas que ya son parte de las paredes del Cancho. Desde allí arriba, precisamente, se escucha la cascada. Sólo queda bajar por otro caminito unos metros.


La visión de la cascada del Cancho Litero es bonita. Ahí encajonada, con mucha vegetación alrededor y una poza que seguro que en verano es una delicia para remojar los pies o darte un baño, aunque llevará menos agua.



Segunda parte de la Ruta de la Cascada del Cancho Litero
Después de estar un ratito disfrutando de la visión siempre hipnotizante del agua, y picar algo para reponer fuerzas, toca volver. Para ello hacemos el mismo camino de la ida atravesando de nuevo el pinar hasta las construcciones en ruinas. Desde ese punto nos desviamos hacia la izquierda y en unos metros más nos encontramos fuera del bosque.

La actividad tradicional en estos montes era la de cortar madera y fabricar carbón, además de la agricultura y la ganadería, como en la vecina Sierra del Rincón. El paso por el puerto de Linera, “lugar muy ventoso”, formaba parte de la ruta comercial entre Buitrago del Lozoya y Pedraza (Segovia) en la Edad Media. No quiero imaginar cómo serían esos viajes con las carretas de madera y los burros cargados, subiendo la montaña en los crudos inviernos y los calcinantes veranos.
De repente el mundo cambia radicalmente. Ahora nos rodean dehesas de montaña con grandes piedras graníticas y cercados de piedra para el ganado. Comentamos entre nosotros que nos sentimos aliviados. Los bosques pueden agobiar, sobre todo si son tan accidentados como estos.


Ahora caminamos con el Valle del Lozoya a la vista en una gran panorámica. Seguimos encontrando postes indicadores de las rutas de la zona y el camino se va definiendo cada vez mejor. No hay mucha pérdida.

Después de pasar junto a otro pilón para el ganado llegamos al Quiñón de las Esparteras, que son los arbustos que parecen una escoba y que de hecho se utilizaban para eso, para fabricar escobas. Alrededor hay un prado semicubierto por grandes losas de piedra. En un cartel informativo se explica que el pilón recoge las aguas de las “tollas de sacedillo” (una “tolla” es un manantial de agua que encharca el suelo) para que el ganado pueda beber cuando está suelto por la sierra. Y la zona de las piedras es el «salegar», nombre con el que se denomina al lugar donde se echa sal para el ganado, ya que necesitan un aporte extra de minerales.


Más adelante abundan los muros de piedra y las vacas. Es la zona del Quiñón de la Calleja.
Dicen que las piedras fueron subidas hasta aquí por mil hombres. Ni uno más, ni uno menos.
Por ahí decidimos empezar a bajar hacia el Arroyo de los Robles, pues ya vemos el depósito de agua en la ladera de enfrente, y eso quiere decir que estamos cerca de los coches.

Bajamos, subimos un poco y llegamos a otro puente que cruza las vías. Ahora vemos la boca del túnel del tren, que tiene algo más de 1 kilómetro de largo y creo que se puede recorrer, seguramente con linterna, pero no encontramos ningún acceso a la misma. También leemos que por allí hay restos de fortines de la Guerra Civil aunque no llegamos a verlos. En cualquier caso, estábamos cansados porque llevábamos andados unos 11 kilómetros (la ruta son 10 kilómetros si no te pierdes).

Sin embargo, no me imaginaba yo que aún nos tocaría cruzar el arroyo por un puente de troncos y tablas un tanto maltrecho, pero así fue. Allí se corta el arroyo de los Robles para desviarlo a la reguera madre. Para su mantenimiento se convoca un día al año a los regantes que vienen a retirar la maleza y troncos caídos, a fin de evitar la obstrucción del mismo. También pasamos junto a unas construcciones en ruinas. Son la antigua fragua, la casa de máquinas y un estanque que se utilizaron para construir el túnel del tren.


Por fin salimos a la pista del principio, cruzamos el puente de metal y llegamos a los coches.
Te dejo aquí el mapa con el «track» aproximado que hicimos, por si te sirve:
¡Nos merecemos el rico picnic que degustamos sentados en la hierba y sin nadie alrededor! Porque sí, una de las grandes sorpresas y deleites del día fue hacer esta excursión a la Cascada del Cancho Litero sin encontrarnos con nadie, salvo algunas personas que llegaban a la cascada cuando nosotros ya volvíamos. Un día perfecto ¿a que sí, Mario, Loli y Marta?

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Tú lo has dicho: ¡un día perfecto con una compañía perfecta!
Gracias por darnos a conocer este lugar tan chulo. ¿Cuándo repetimos?
Fue genial, yo también quiero repetir, hay que buscar fecha ya!!! 😄