
Imagina un escenario en el que las formas parecen llamar a los sueños. Imagina un escenario en el que las sombras se confunden con lo real. Un lugar que quizá roce la perfección estética. Un lugar que puede volver loco a un fotógrafo. De fantasía, onírico, inmenso y a la vez pequeño. Ése es Deadvlei, tantas veces soñado, tantas veces atisbado en fotografías de otros.
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Llegar al Deadvlei, el Valle de la muerte namibio, no es difícil
A unos kilómetros de la Duna 45, siguiendo la pista, un pequeño parking en medio de la arena indica la obligación de pararse.
El que disponga de un coche 4×4 puede continuar por su cuenta hasta ése lugar real e irreal a la vez. El resto, a buscarse la vida. Caminar bajo el sol no es lo más aconsejable, je, je, ya que hay un buen trecho -creo que unos 6 km-, pero resulta que el Parque cuenta con vehículos para aquellos que no tengan el propio.
A nosotros nos tocó (es algo que decide el personal de allí) un tractor con un gran remolque tuneado. Con varias filas de asientos, parece un trenecito de parque de atracciones. Un poco gracioso, un poco «rompedor de magias», pero es lo que hay.
Mientras esperábamos, sorpresivamente aparecieron dos chacales del desierto en el parking. Con bastante familiaridad empezaron a merodear a nuestro alrededor. Está prohibido darles de comer, y probablemente es lo que estaban buscando, y probablemente sea porque alguien ha roto antes esa regla. Gente que confunde las churras con las merinas, qué le vamos a hacer. No lo hagas tú también, por favor.
Nos pusimos en marcha y esa especie de gran oruga empezó a moverse por una pista de arena. Las dunas se sucedían a ambos lados, gallardas, preciosas, de distintas tonalidades, y vegetación, más de la que cabría esperar.
Algunos springboks se refugian en la sombra de los pocos árboles que hay por aquí, por allí. Nunca me cansaré de verlos. Preciosa compañía en todo nuestro recorrido por el desierto del Namib. También, de vez en cuando, algún ave. No dejar de ser extraño verlas por aquí.
Y llegamos al final del recorrido. Ante nosotros no se ve nada de particular, el mismo paisaje que un par de kilómetros atrás, y sin embargo allí detrás está nuestro destino.
Unos 20 minutos te lleva andar de nuevo por la cresta de pequeñas dunas, y ya rodeando algún vlei seco.
Qué son los vlei
Los vlei son lagos. En contra de lo que yo me imaginaba o había leído por ahí, no son lechos salinos, sino que es terreno arcilloso. Incluso lo probé y efectivamente no se distinguía ningún sabor salino.
Por la falta de agua, sus lechos se cuartean formando módulos cuasi-octogonales, y su mejor expresión está en el Deadvlei que por fin, después de un último repecho, se abría ante nuestros ojos.
El Deadvlei no impresiona a primera vista. Tan grande y lejano parece
Mi primera impresión fue casi de decepción, hasta el punto de que no realicé foto alguna…
Y es que nuestra vista nos engaña una y otra vez a falta de referencias «realistas»
Parecía un oválo minúsculo, con ramitas oscuras plantadas y repartidas por toda su superficie. Alguna que otra «hormiguilla» danzaba por allí. Fijando la vista, me di cuenta de que eran personas. ¿Sería posible tamaña ilusión? ¿tanta distancia había? No la había. En breves minutos la imagen se amplió, como por arte de magia.
Supongo que la culpa de esta sensación la tiene las dunas inmensas de color naranja intenso que lo rodean. Altísimas, mucho más que la duna 45.
Y había gente trepando hasta arriba. Uf! yo no me animé porque estaba ansiosa por bajar a ése pozo fantástico. Ojalá hubiera dispuesto de todo el día, aunque el sol -ya caía a pico- y el fuerte viento que aumentaban la sensación de sequedad típica del desierto, no invitaban a ello.
El bosquecillo de Deadvlei está formado por acacias de unos 900 años de antigüedad
No están petrificados, aún falta mucho y eso en caso de que pueda suceder, ya que no están enterrados. Son sólo árboles secos, pero viejísimos. Se advierte en cuanto te acercas a uno y lo tocas, no vaya a ser un espejismo 🙂
¿Por qué existen estos lagos, aquí, entre las arenas?
Según me contaron, el río Sossusvlei pasaba por aquí, pero hace miles de años cambió su curso por unos grandes terremotos. Movimientos tectónicos del continente que variaron para siempre la faz de este paisaje. Allí quedaron, misteriosamente diría yo, estos árboles. Erguidos en buena parte, perfectamente conservados por la sequedad del desierto, y siempre bajo la amenaza de un alud de arena.
Me interné en el Deadvlei o Valle de la Muerte namibio (traducción libre, je, je… en realidad sería: «Lago de la muerte») queriendo abarcar todos sus detalles. Cada una de las sorpresas que me podía deparar. Madera retorcida, sombras, paredes de arena.
Azul, naranja, beige y gris -a veces negro, según donde tengas el sol-. No hace falta más para creer que estás dentro de un cuadro de Dalí.
Voy con la cabeza despejada, sólo llena por el paisaje. Un escarabajo anda infatigable por el mosaico arcilloso del suelo, difícil de seguir con la cámara.
¿Qué ocurrirá si llueve aquí? ¿habrá ocurrido alguna vez en estos 900 años? ¿Cómo sería esto antes, cuando el río pasaba por aquí? ¿Cómo sería pasar aquí una noche? (está prohibidísimo, hay que salir del parque antes de la puesta de sol).
Seguramente sería fascinante. Se me ponen los pelillos de punta sólo de pensar en el techo estrellado entre esas dunas. O en una noche iluminada por la luna llena. Quizá observando el tranquilo paso de un Órix, o de un chacal, o incluso de una hiena.
Las imágenes, creo, hablan por sí solas y es realmente difícil transmitir la sensación de estar en el centro de este paisaje totalmente fantástico, escenario de películas donde precisamente los sueños son los protagonistas.
Salir de allí cuesta, y no me refiero al esfuerzo físico. Atrás queda un sueño que empezó con el amanecer en lo alto de la Duna 45. Sólo llevábamos unas 7 u 8 horas de día y ahora tocaba levantar el campamento para ir a un nuevo lugar.
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Cómo mola ese contraste del color del 'lago de la muerte' con el naranja de esas imponentes dunas, ¡menudas fotos más chulas! Parece mentira que en esos terrenos tan secos haya vida y se vean chacales, springboks, aves e incluso pequeños roedores…nunca lo hubiera dicho.
No soy muy de secano, pero admito que tengo ganas de pisar arena de desierto, y si es en dunas cuyas paredes permanecen inmaculadas y casi vírgenes, mejor que mejor, caminar por esas crestas de arena fino tiene que ser la caña.
SaludoX!
Gracias Loni!! es la caña, y no tiene que ver con el "secano"… el desierto es diferente, único, pero… qué te voy a contar yo, que estoy enamorada de él!! 🙂 La verdad es que hay que probarlo, y como tantas otras cosas, puede producirte rechazo o imán total, pero estar en estos paisajes ya es una pasada a pesar de las molestias del clima, si te gustan los horizontes abiertos… 😉
Un abrazo!
Alicia
Joder tia que gracia tienes para plasmar en un papel lo que ven tus ojos.
Felicidades y un abrazo.
Gracias!!! Me alegro de que te guste!! Un abrazo
Alicia