La región del Epiro es tan vasta en sitios que ver, que haría falta dedicarle al menos una semana dejándose llevar por el mapa. Nosotros decidimos pasar un día y medio, bajando de norte a sur por la costa jónica de Grecia, en nuestro camino hacia Delfos. Tuvimos que hacer muchas renuncias, pero al menos ya sé que no me importaría hacer otro viaje con más calma para explorarla en profundidad 😊
La costa jónica de Grecia: una región llena de lugares simbólicos y espectaculares
En cuanto te pones a buscar información de qué ver en la costa jónica de Grecia, enseguida comprendes que necesitarías alrededor de una semana para visitar mucho de lo que hay allí. Te voy a poner algunos ejemplos de qué ver y conocer para que vayas entendiendo por qué:
- El acantilado de Moní Zanlóngou por el que las mujeres de Sóuli se arrojaron para no ser apresadas por las tropas turco-albanesas en 1806.
- La entrada al reino de Hades en Necromanteion de Efyra.
- El lugar donde descansa el corazón del poeta Lord Byron.
- Las salinas pobladas por flamencos al atardecer que hay cerca de Messolongui.
- La producción de una especie de caviar muy apreciado en Grecia, seguramente herencia de la antigüedad.
- Naupacto, la antigua Lepanto.
- Las costas bañadas por el Mar Jónico llenas de acantilados y playas espectaculares.
- Ciudades antiquísimas por las que hoy sólo pasean los lagartos.
- El oráculo de Delfos.
Está claro que la región del Epiro, la costa jónica de Grecia continental, tiene tantos sitios emblemáticos que la cabeza te da vueltas. Como he dicho al principio, tuvimos que tomar decisiones, elegir y renunciar, pero ¿Qué viaje no te obliga a ello en mayor o menor medida?
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Parga, una bella ciudad que se asoma al Mar Jónico
Cuando estábamos en Meteora organizamos un poco el itinerario que seguiríamos hacia la costa jónica. Cambiamos así la primera idea que teníamos de nuestra ruta, que era ir a Delfos directamente por el interior. Este desvío nos llevaría a restar una noche de lo que habíamos pensado para el Peloponeso, pero teníamos curiosidad.
Buscando en el mapa dónde pasar la noche, me llamó la atención Parga. No había oído hablar de este pueblo en mi vida, pero las fotos que encontré en internet prometían un sitio cuanto menos bonito.
Parga es una de las localidades de la costa jónica de Grecia más populares del verano. Es un pueblo blanco cuya arquitectura y calles laberínticas recuerdan a las islas Cícladas, cuenta con dos playas y está rodeada de preciosos acantilados. Adaptándose a la orografía, la mayor parte del pueblo tiene buenas cuestas, excepto las calles junto al paseo marítimo.
En el mes de noviembre Parga está dormida, que no abandonada. Como ya he visto en Menorca o en Naxos, muchos restaurantes y hoteles están cerrados y reina la calma. Las calles están casi vacías. Muy de vez en cuando te encuentras con gente haciendo reformas en los establecimientos que abrirán cuando vuelvan los turistas, alguna tienda pequeña y poco más.
Aunque en google aparecen muchos restaurantes y hoteles como “abiertos”, es falso. Están cerrados. Al anochecer descubriremos que somos una docena de turistas como mucho.
El paseo marítimo de Parga es uno de sus grandes atractivos. Desde allí tienes un pequeño grupo de islotes. En el más grande se ve una ermita blanca con su campanario llamada Capilla de la Virgen de la Asunción, y en uno de los promontorios hay restos de un pequeño castillo. Creo que en verano se puede ir en barco. El conjunto es precioso.
La playa que hay a continuación es relativamente pequeña, pero sus aguas transparentes son hipnóticas. Un poco más allá los acantilados de caliza blanca me recordaron a los de la isla de Gozo. Tan majestuosos como amenazantes, se enrojecen con la puesta de sol.
Cuando está a punto de anochecer hay un poquito más de vida en el paseo marítimo. Los hombres, mayores y jóvenes, se ponen a pescar con caña mientras miran al horizonte enrojecido. Sus siluetas se dibujan entre las sombras crecientes. Por la noche, las luces de Parga se reflejan perfectamente en el agua.
“Sals… Wals… Hals… parece estar diciendo siempre cada ola que rompe en la orilla. Aλς (hals) llamó la lengua griega al mar hace milenios, como tratando de repetir su voz. De ese nombre aprendieron después nuestras lenguas a llamar a la sal” – Palabras del Egeo, Pedro Olalla –
El castillo de Parga
Después de llegar, dejar los bártulos en el hotel y salir a comer, aún teníamos un par de horas de luz antes de la puesta de sol. Decidimos subir al castillo, a ver si estaba abierto.
Aunque buscamos información del horario del castillo y el precio de las entradas, e incluso preguntamos en el hotel donde nos alojábamos, no conseguimos ningún dato claro. En teoría el castillo está cerrado en los meses de invierno (noviembre a marzo), y si quieres visitarlo tienes que hacer una consulta en la EFA PREVEZAS (un organismo de la región).
Después he encontrado en internet que en septiembre y octubre abre de 8 a 19.30 h o 18.00 h según se van acortando los días, y a partir de noviembre cierra. Parece que la visita es gratuita, pero no he sacado nada en claro sobre el verano, aunque seguramente todo sea mucho más fácil.
Sin embargo, a pesar de ser noviembre, al llegar a la puerta vimos que estaba abierta y decidimos entrar con esa sensación de no saber si estábamos haciendo algo mal. En ese momento no se veía a nadie, aunque un rato después nos siguieron tres o cuatro personas más, también turistas.
El castillo de Parga se ha quedado en mi memoria como lo mejor de la ciudad. Al principio no parecía prometer mucho, pero después llegamos a sentirnos como unos exploradores de los de antes.
Nada más pasar por la puerta y dejar a un lado un tramo de murallas almenadas que se asoman a Parga, el paseo marítimo y las islas, vemos un camino de frente con pinos altísimos que parecen tapar la vista del mar. Varios carteles advierten de que no te acerques al precipicio, y que haces la visita bajo tu propia responsabilidad. A la derecha hay una cafetería que está cerrada en temporada baja.
Centrados en las vistas del mar, las islitas que hay frente a Parga y alguna barca que surca el agua, avanzamos hacia el final, pero resulta que el sendero continúa bordeando la montaña. Y por ahí nos metemos.
Bordeamos toda la montaña y aunque las vistas son espectaculares, del castillo o la ciudadela que hubiera en esa colina parecía haber poco o muy poco. Algunos muros derruidos, una puerta que mira al mar, y ya.
Sin embargo, al deshacer el camino, Santi decidió subir por unas antiguas y maltrechas escaleras de piedra hacia el centro de la colina. Le pregunté si pensaba que habría algo por ahí. Sólo se veían piedras caídas y árboles. Me dijo que iba a ver, y decidí seguirle. Qué buena decisión.
Al cabo de pocos metros se alzaron ante nosotros unas murallas muy grandes. Franqueamos una puerta con forma de arco y entramos en una serie de calles antiguas con edificios que incluso conservan el techo. A un lado está el castillo propiamente dicho. A otro, más murallas defensivas y edificios. Sólo se oye el sonido de los pájaros. El sol va bajando en el horizonte y dota de más sombras y relieves este escenario de película abandonado.
Estamos en una fortaleza veneciana de finales del siglo XVI construida sobre los restos de una fortaleza otomana. Y seguramente construida sobre restos más antiguos, ya que es un buen punto de defensa de la costa.
Los otomanos volvieron más tarde con Alí Pachá y compraron la ciudad a los británicos en 1819. Muchos emigraron a Corfú, y Parga no volvió a manos griegas hasta el año 1913.
Después de dar vueltas a placer, bajamos por una calzada antigua que no habíamos visto al entrar en el recinto, y que está a la derecha, en dirección a la colina. Dicha calzada es en realidad el camino oficial para subir al castillo.
En un par de minutos estábamos de nuevo en la primera parte, justo cuando empezaba la caída del sol. Acodados en las murallas exteriores, contemplamos cómo sus rayos encendían las casas blancas de Parga y los acantilados hasta llegar a un color naranja brillante. Fue precioso.
Epílogo: siendo ya noche cerrada pasamos de nuevo cerca de la puerta del castillo y vimos que seguía abierta. No entiendo que digan que en invierno está cerrado, y que siendo un lugar peligroso se mantenga abierto a esas horas, pero ellos sabrán.
Dónde dormir y comer en Parga
Para dormir en Parga nos decidimos por el Palatino Hotel, uno de los mejor situados en relación al casco viejo, de entre los que había abiertos. Esta fue la noche más cara de todo el viaje. Reservando con un día o dos de antelación la habitación doble con desayuno nos costó 72,30€ ¿Merece la pena? Relativamente. La decoración prometía algo más de lo que en realidad fue, sobre todo si lo comparamos con lo que pagamos en otros lugares. Menos mal que lo compensamos en Delfos.
✍ Aquí puedes encontrar más alojamientos en Parga. Seguro que entre primavera y septiembre-octubre hay muchas más opciones de distintos precios.
Para comer y cenar, te puedo recomendar los siguientes lugares:
🍴 Restaurante Edén: este restaurante está situado en una calle estrecha por detrás del paseo marítimo. Es cocina italiana bastante solvente y de los mejores puntuados en internet. Por cierto, me resultó llamativo ver la cantidad de restaurantes italianos que hay en Parga, algo que me recordó a la costa de Albania.
🍴 Restaurante Ponte: este es uno de los pocos restaurantes del paseo marítimo que están abiertos en invierno. La dueña es muy simpática. Cenamos una pizza, porque también es de cocina italiana. La verdad es que estábamos deseando comer pescado pero no encontramos opciones para ello. Estoy segura, no obstante, de que si vas en primavera o verano la cosa cambia mucho 😅
Aitolikós, la ciudad-isla del caviar griego
Al día siguiente, después de desayunar, emprendemos el camino hacia el sur. Nuestro primer y principal objetivo es Aitolikós o Aitoliko, a dos horas y cuarto de Parga en coche. Como he avanzado al principio, el recorrido por la costa jónica de Grecia es precioso, aunque la carretera no siempre va pegada a ese litoral tortuoso y lleno de accidentes geográficos.
Aitoliko es un pueblo que ocupa toda la superficie de una isla entre dos lagunas. Al norte, la laguna de Aitoliko, y al sur la laguna de Mesolongi. Dos puentes transitables en vehículo conectan la isla con el continente, uno en cada lado.
Las imágenes a vista de dron son espectaculares. Puedes verlas aquí. A vista de peatón no tanto. De hecho hay más edificios modernos que otra cosa, pero no deja de ser un sitio curioso. Sobre todo por su entorno natural.
Las lagunas y parajes que rodean a la ciudad son Parque Nacional, siendo un ecosistema húmedo de gran valor ecológico. Más de 100 especies de peces y casi 300 de aves viven en sus aguas.
Aitoliko fue un bastión de la independencia griega. Sufrieron tres asedios de los turcos, que les superaban largamente en número, y cayó ante sus embates, claro está. Pero aún se recuerda a sus héroes en las calles.
En Aitoliko son famosos por otra cosa. Aquí se pesca el mújol gris o petali, un pescado blanco del que también extraen las huevas o botargas. Y esta es la gran especialidad de la ciudad: el caviar de mújol, que es uno de los pocos productos del mar con denominación de origen protegida (DOP) de Europa.
Decidimos comer en el restaurante Monómatos por sus buenas críticas. Es un restaurante muy local, situado en una calle estrecha del pueblo, y el dueño es amabilísimo. No sabe hablar inglés y resulta que no hay carta, sino que te «canta» los platos.
El hombre, muy resuelto y acostumbrado a esta situación, pidió ayuda a una mujer de la mesa de al lado que nos hizo de traductora. Optamos por la ensalada griega y el pescado típico a la brasa, la botarga. Nuestra vecina, además, nos dio a probar la anguila frita que estaba espectacular.
La mujer de la mesa de al lado entabló conversación con nosotros. En un momento dado, uno de sus acompañantes nos enseñó una foto del móvil en la que salía ella con ¡Ferrán Adriá! No nos llegamos a enterar muy bien, pero creo que eran productores del caviar de Aitoliko y ella debía de moverse por las altas esferas de la cocina.
Pagamos 20€ cada uno. No fue barato precisamente, pero es lo que tiene no poder ver la carta con los precios. Aun así lo recomiendo por la experiencia y tranquilidad del lugar. Desde luego estuvimos muy a gusto.
Las salinas de Mesolongi
Un poco más al sur de Aitoliko comienza la zona de salinas de la laguna, si bien las más grandes están en Mesolongi, a poca distancia igualmente.
Primero nos dirigimos a la iglesia Panagias Finikas, que está en un islote conectada a tierra por una pista recta ganada al agua. Decidimos ir allí porque dicen que Lord Byron iba mucho a Panagias Finikas a contemplar la naturaleza.
Nos encontramos totalmente solos y vimos un grupo de flamencos preciosos que estaban a relativamente pocos metros de nuestra orilla. Las montañas se reflejaban a la perfección en el agua quieta, y es de esos lugares que estoy segura de que regalan grandes atardeceres. Pero teníamos que continuar.
Si yo soy poeta es gracias al aire de Grecia, dijo Lord Byron a su vuelta a Inglaterra, cuando se hizo famoso por los poemas escritos en el Epiro y el Ática. Cuando volvió a Grecia en 1823, lo hizo proclamándose voluntario para luchar contra los turcos, por lo que fue aclamado por la población local. Sin embargo, el domingo de Pascua de 1824 Byron murió presa de unas fiebres en Mesolongi. Su corazón fue enterrado en esta ciudad, bajo la estatua que le recuerda, y sigue siendo un poeta venerado en esta tierra adoptiva. Tanto las calles como algunos niños llevan su nombre.
Otra parada para contemplar las curiosidades de esta zona de la costa jónica de Grecia es la isla Tourlida, que está al sur de la ciudad de Mesolongi. Allí están las salinas más importantes y otra curiosidad de la zona: casas palafito como las que he podido ver en otros lugares del mundo tan distantes como Benin, aunque cada una en su estilo local.
En Tourlida nos pilló el sol más bajo y por tanto los colores y el paisaje empezaban a lucir sus mejores galas. Las gaviotas, garzas y garcetas se buscan la vida entre la tranquilidad de algunos pescadores que emplean hilo, no caña. Me hubiera quedado allí más tiempo, pero también quería ver el atardecer en Naupacto. No se puede tener todo, así que continuamos.
Naupacto o Nafpaktos, el lugar de la batalla de Lepanto
Desde los siglos IV y V a.C. el puerto de Naupacto fue una fuente de prosperidad para los habitantes de esta parte de la costa jónica de Grecia. Sin embargo, fue en la Edad Media cuando los venecianos erigieron las murallas que hoy podemos ver.
En los anales de la Historia, Naupacto es conocida por la Batalla de Lepanto, cuyo desarrollo fue ahí mismo, muy cerca de la entrada al golfo de Corinto.
Era un 7 de octubre de 1571 cuando la flota conformada por buques de Venecia, España y los Estados Pontificios (la Liga Santa) se enfrentaron a los otomanos. Trataban de poner fin a la amenaza que suponía la flota turca que asediaba sus costas una y otra vez.
La estrategia, el viento a favor y el doble o triple de combatientes listos para la batalla inclinaron la balanza a favor de la liga cristiana.
✍ Te recomiendo que leas este relato de National Geographic.
Entre los soldados estaba Miguel de Cervantes, quien resultó herido de una mano. Dicha mano le quedó inútil y por eso fue apodado “el manco de Lepanto”, aunque no se la tuvieron que cortar, como parece indicar tal apodo. Hoy se le recuerda allí mismo, un dato que desconocía por completo.
Más allá de lo simbólico del lugar Naupacto es una ciudad muy agradable, y el atardecer desde las murallas que parecen estar a punto de cerrar el puerto es digno de ver. Las calles de lo que fue la ciudadela están, eso sí, llenas de restaurantes y reclamos para el turismo, pero bien vale un paseo.
Otras posibles paradas para un recorrido por la costa jónica de Grecia
Si dispones de más tiempo, aunque sean un par de días más, te sugiero los siguientes lugares:
- Playas de la costa jónica de Grecia: entre Parga y Delfos la costa es abrupta, pero va dejando lugar a playas preciosas. Conducir por ella no es fácil y te va a llevar tiempo, con numerosos desvíos, pero si has decidido pasar algunos días en ella, no debería ser mucho problema. Estudia bien el mapa, hay muchos lugares que visitar así como opciones de alojamiento.
- Préveza: si conduces desde Parga hacia el sur (o subes desde el sur en dirección a Parga), puedes parar en el Golfo de Arta. Préveza está en la entrada de dicho golfo y tiene pinta de ser una ciudad muy bonita con grandes playas.
- Isla de Leucade o Lefkada: esta isla está conectada con el continente por un puente, así que no tienes que coger un ferry. Tiene acantilados y playas espectaculares entre otros lugares de interés. Estuvimos dándole vueltas porque queríamos incorporarla a nuestro día bajando a Delfos, pero al final nos hubiera costado un par de horas más de conducción y no la habríamos visto en condiciones. Te animo a que la visites, mejor pasando una noche en ella, y te recomiendo la guía del blog Una idea, un viaje donde encontrarás más información.
- Galaxidi: entre Naupacto y Delfos está Galaxidi, en la orilla del mar. Se trata de una ciudad con grandes mansiones del siglo XIX. Está presidida por la iglesia Agios Nikolaos de cúpulas rojas. Se ve que es un conjunto precioso y por tanto desvío más que agradable.
Finalizamos esta vuelta por la costa jónica de Grecia llegando a Delfos tras una hora y media de conducción desde Naupacto. Ya era noche cerrada y este trayecto se hace un poco largo. La carretera está llena de curvas, tiene muy poca iluminación… pero la luna llena enrojecida, reflejándose en el agua, nos acompañó todo el rato. Al día siguiente pasaríamos la mañana visitando las ruinas del mayor oráculo de la Grecia Antigua y su museo, pero esta ya es otra historia 😉
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