Abomey, sólo su nombre suena a África ¿verdad? Pues además es el Patrimonio de la Humanidad de Benin más reconocido. Este es el Benin de la tierra roja. Tierra con la que se construyen casas y palacios. Tierra que está presente en el polvo que cubre las plantas hasta que llegue la lluvia, que se pega en las fachadas de las casas, en los objetos, en tu piel. Y por fin lo veía con mis propios ojos.
El Abomey de hoy es el recuerdo del reino que fue
Abomey fue durante 300 años el centro de un poder guerrero. El centro de un reino que fue capaz de controlar dos comercios que marcaron la historia de la humanidad: la esclavitud y el aceite de palma. De la esclavitud ya te imaginas. Del aceite de palma te puedo decir que con él se inició la industria de la cosmética, una de las más importantes a nivel mundial.
Abomey fue declarado Patrimonio de la Humanidad de Benin en 1985, después de que un tornado amenazara los palacios reales de los reyes fon, la etnia mayoritaria de esta región que está a sólo 130 Km de Cotonú (unas cuatro horas de carretera).
Ya habrás entendido que este es un sitio de riqueza histórica como pocos hay en esta región de África.
Qué ver en Abomey, Patrimonio de la Humanidad de Benin
Al principio no entendí muy bien la ciudad porque no era capaz de verla. Calles que en realidad son más carretera que «calle». Casas, edificios bajos y distantes entre sí.
Parece que siempre te estás saliendo, que nunca llegues al centro urbano. Parece que no hay ciudad. Pero la hay.
Muros de tierra roja o pintados con dibujos simbólicos, rituales. Tapias que esconden palacios que a su vez guardan la memoria de unos tiempos no tan distantes.
Leo en la guía Benin de Joan Riera que la ciudad está en un emplazamiento extraño, en una meseta poco favorable para la agricultura y sin agua. De hecho, en el palacio se encontraron muchas jarras para tener reservas de la misma. Parece ser que tenían un buen número de servidores dedicados a rellenarlas cada día. Y tenían que hacer un desplazamiento de diez kilómetros para conseguirla.
Pero la meseta, seguramente fue esto, permitía ver llegar a los enemigos y tener un lugar de defensa mucho mejor que en tierras más bajas.
Los palacios reales de Abomey
Ya lo he dicho antes, el Reino de Dahomey estaba donde estaba. Permanecía donde permanecía, gracias a su poderío militar. Esto lo descubres en la visita a los Palacios Reales de la ciudad.
Se trata de un gran complejo de edificios de tierra roja adornados con relieves pintados de colores que representan los símbolos religiosos que protegen, los vudú, a los que hay que tener en cuenta siempre porque si no se vuelven contra ti. Los relieves también cantan las gestas guerreras de sus reyes y muestran los símbolos de la realeza.
Aquí se desarrollaba la vida palaciega. A diario había recepciones de nobles, vasallos, gentes que pedían consejo o que el rey dirimiera en sus conflictos.
Había personajes de importancia como el ministro que siempre estaba a su lado y se ocupaba de velar por que todo el mundo cumpliera con el protocolo.
Y todo esto me recordó muchísimo a la recepción de nobles que pude presenciar en N’Gaoundère, Camerún. Salvo que allí lo vi con mis propios ojos. La historia en vivo y en directo.
El ejército de Amazonas
También descubres que aquí existió el único ejército de amazonas (mujeres guerreras) del que se tiene constancia histórica. Es decir, documentada por registros oficiales.
Las amazonas de Abomey guardaban celibato. Se consagraban a la guerra y a proteger a su rey. Peleaban más y mejor que ellos. Renunciaban a su condición de «mujer» porque esto significaba debilidad y el deber de someterse a ellos. Ellas, que morían con gusto si no vencían en la batalla porque no eran dignas de guardar a su rey.
Este ejército existió hasta 1894, cuando el reino se sometió a los franceses. La última amazona murió en 1979. Da un poco de vértigo pensar en lo cercano de esta fecha ¿no?
La visita a los palacios y la historia de Abomey
Todo empezó con la construcción de un palacio, pero con la llegada de un nuevo rey, se construía uno nuevo. Se llegó a la cifra de doce palacios. Todos con sus muros. Además de un gran foso que rodeaba todo el recinto, aunque hoy es difícil de apreciar.
Sí puedo afirmar que a medida que vas visitando las distintas habitaciones, patios y edificios, mientras escuchas las explicaciones, vas comprendiendo la importancia de este reino. Y es fascinante.
Impresiona ver un trono real aposentado sobre los cráneos de sus enemigos. Las ropas de las amazonas (eran altas y fuertes). Y las armas antiguas con las que guerrearon una y otra vez.
Fruslerías a cambio de seres humanos
Entre las cosas que verás en algunas salas, te encontrarás con las «fruslerías» que estos reyes adquirían gracias al comercio de esclavos. Cañones, fusiles, telas, vajillas de porcelana y cristal, cuentas para collares y adornos.
En estos palacios se iniciaba uno de los recorridos del duro peregrinaje de los seres humanos tratados como objetos.
Te he contado más de las historias de los esclavos en el post de Ouidah.
También impresiona ver la tumba del rey que sólo puedes pisar con tus pies desnudos. Donde aún se realizan rituales vudú que le rinden pleitesía.
Y la tumba de las 41 mujeres (sus esposas) que fueron enterradas vivas en una parcela cercana. Tumba que comunica con la del Rey a través de un túnel. Obviamente, para que el difunto disponga de ellas en la otra vida. Nos cuentan que las mujeres fueron dormidas con una droga antes de sepultarlas ¿Dulcifican la historia para no herir los sentimientos de los blanquitos, o fue así?
Otro dato de interés: los franceses establecieron la residencia del gobernador en el interior del recinto, entre los palacios reales. Ahí dentro, mancillando el terreno sagrado en el que habían vivido un rey tras otro. Hay que tener mala leche. Pero les duró poco porque se tuvieron que ir, expulsados a sangre y fuego.
Los otros palacios y templos de Abomey
Fuera del recinto principal que hoy es museo, hay varios palacios privados a lo largo y ancho de la ciudad. Son localizables por las pinturas que lucen en los muros exteriores y alrededor de la entrada que da paso a un primer patio.
En algunos hay carteles advirtiendo de la prohibición de hacer fotografías y de la disponibilidad de ser visitados. Supongo que así hacen algo de negocio, o tienen un carácter más de museo privado que de residencia.
Estos palacios son los de los descendientes directos de la realeza. Y por cierto, hasta hace poco había dos candidatos que se disputaban el trono. Sí, sí ¡¡la historia aún no ha acabado en Abomey!!
Dicen que se puede visitar a estos nobles, pero hay que solicitarlo según su protocolo y esperar a que te concedan audiencia. Además de dinero, te puede llevar bastante tiempo. Días o incluso alguna semana, así que… otra vez será.
Los templos vudú
Abomey continúa sorprendiendo más allá de sus palacios. También hay templos fon por doquier. Algunos se revisten de pinturas, y todos de símbolos y altares vudús de todo tipo.
Los altares vudú son objetos que representan a sus dioses. Pueden ser desde un montón informe de barro, hasta una sábana vieja y salpicada de sustancias de diferentes procedencias, incluida la sangre de los pollos sacrificados y sus plumas.
De charla con un sacerdote vudú
Después de dar vueltas y vueltas, nos acercamos a un templo. En principio parece una casa con la tapia pintada de figuras simbólicas.
Enseguida sale un hombre de aspecto imponente, vestido únicamente con una tela de cintura para abajo. Tiene un rostro de esos que no se olvidan. Grave, duro, fiero, majestuoso. Y su voz es igual.
Después de que nuestro guía Moussa charle un poco con él, le cuente qué queremos y le tranquilice acerca de nuestras intenciones, pues él no está por la labor de dejarnos que nos acerquemos, accede a contarnos la historia del templo a cambio de 5.000 CFAs.
Sin embargo, nos advierte de que en ese momento se está haciendo una ceremonia de escarificación de un miembro de su comunidad. Por tanto, nos prohíbe el paso al interior. También nos prohíbe que le fotografiemos porque le hemos pillado poco más o menos que en pijama y no quiere ser retratado así. ¡Normal!
Nos regala -porque fue un regalazo- una explicación sobre la religión vudú a partir de los símbolos que hay en el muro exterior, que sí nos permite fotografiar.
Intento atender y demostrar atención, esto es importante para evitar mosqueos. Pero al cabo de poco tiempo no es algo que me resulte forzado, porque es de esas personas que fascinan.
No es tanto por lo que cuenta, como por cómo lo cuenta. Sus aptitudes para la comunicación son innegables. La voz, el tono grave que cambia hacia tonos más altos o más bajos. Siempre con pasión y ayudándose de las manos. Nos atrapa en su relato.
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El hombre que tan bien comunica nos cuenta muchas cosas del vudú
La religión vudú tiene un símbolo con el que representa la unificación de todas las religiones.
Según él todas, al fin y al cabo, hablan de un dios único supremo que protege a las personas. Buen recurso para que los feligreses que se quieran ir al Islam o al Cristianismo, no lo hagan del todo.
También nos cuenta que el vudú hay que hacerlo para buscar y para asegurar el bien. En otras palabras, el vudú es una lucha constante contra el mal.
Terminamos, sin saber muy bien cómo, hablando de la política y de cómo está el mundo. Sí, sí… Moussa, que estudió en Cuba en su juventud, se lanza a una defensa del presidente Sankara. Aquél que fue asesinado a sangre fría en las calles de Ouagadogou y sustituido por los militares (Burkina Faso). Aquél que, como todos los hombres decentes, parece que logró iniciar el camino hacia un país digno y por eso sus alas fueron cortadas antes de tiempo.
Mientras, el hombre del templo fon nos deja claro su rechazo hacia los extremistas que hoy campan por los países vecinos asesinando a sangre fría en nombre de la religión.
A nuestro alrededor, durante la hora larga que estuvimos escuchando a este hombre, los niños del barrio juguetean y llaman nuestra atención constantemente.
Los herreros de Abomey
Antes de encontrarnos con este templo hicimos un alto para ir a visitar a los herreros.
Los herreros son toda una institución en África porque son capaces de manejar el fuego y la forja, de dar vida al metal, de malearlo y darle la forma que quieren. La que se necesita. Armas, campanas con las que hacer música ritual, armaduras para la guerra en su tiempo…
Es un poder que se transmite de padres a hijos y que no se reconoce únicamente como una habilidad manual, sino como un permiso concedido por los dioses a esas familias.
Hoy están un poco de capa caída. Ya no se acude tanto a lo tradicional, y los productos de China son más baratos y accesibles.
Bajo un chamizo para protegerse del sol, un pequeñuelo vestido con harapos trabaja para que las brasas estén siempre en su punto, accionando un gran fuelle
El que supongo es el padre, golpea sin piedad el metal enrojecido contra la piedra. Una y otra vez, buscando y encontrando la forma deseada. El sudor corre por su cara concentrada y parece que no nos presta atención, pero en realidad sí.
Con gusto le damos una propina para que complete su escasa economía. A la vista está que no es solo ropa de trabajo los harapos que lleva.
Alrededor, alguna mujer y varios críos nos observan y se ríen con nosotros. El pequeño del fuelle sufre porque no puede participar, tiene que trabajar. Le hago alguna foto y se la enseño desde la distancia. Es entonces cuando sonríe feliz.
Permanecemos allí con la calma que una visita así requiere. Media hora, una hora. No lo sé porque no lo medí, pero qué más da.
Las calles de Abomey
Con tanta vuelta buscando algún templo fon en el que poder aprender algo más de la religión vudú, no quedó mucho tiempo para callejear.
Pero después de encargar la cena en el hotel, teniendo un buen rato por delante y con la mejor de las luces, salimos a dar una vuelta por allí. Parecía que estuviéramos, como siempre, en los límites de la ciudad.
Una pista roja conducía hacia el ¿campo? a ambos lados. Alrededor había algunos talleres, «gasolineras» (puestos callejeros donde sirven gasolina para las motos), y poco más.
Los talleres de esa zona estaban dedicados casi en exclusiva a la sastrería, y muriendo la tarde muchos estaban cerrando. Pero nos encontramos con gente muy simpática dispuesta a bromear. A echarse unas risas con nosotras. Querían saber de dónde éramos, saludaban, posaban para mi cámara. Después se divertían muchísimo viendo las fotos en la pantalla.
El mercado de las ánimas
Por la noche, en el mismo recinto del mercado de Abomey, un día por semana, se celebra el mercado de las ánimas. Suena… como suena, sí.
Yo no sabía qué esperar. Por lo visto es un mercado en el que dicen que las ánimas van a comprar. Es decir, los espíritus, las almas de los muertos. Y nos dijeron que no se nos ocurriera llevarnos la cámara porque podíamos provocar algún altercado.
Yo no sabía qué venderían allí, ni siquiera si vendían algo «real». O si lo que vendían eran los espeluznantes fetiches que habíamos visto de pasada. Tampoco si habría luz.
Accedimos al recinto del mercado por una de las entradas laterales (ocupa una superficie cuadrada o rectangular). Todo está oscuro como la boca del lobo. También reina el silencio.
Lo primero que distingo son los armazones de madera de los puestos, vacíos de mercancía y gente. Al fondo se distinguen algunas luces que no son eléctricas. Son pequeñas lámparas de petróleo fabricadas con latas de leche condensada o similar. Avanzamos a trompicones. Utilizamos de vez en cuando la linterna del móvil para no estamparnos entre los objetos que hay tirados por el suelo. No son muchos, pero sí hay algún tablón quizá con algún peligroso clavo…
En aquellos puestos se vende lo mismo que en el mercado diurno: tomates, cebollas, ajos, arroz, pescado ahumado, etc.
Sí, es el mismo mercado, pero iluminado con lamparitas. Creen que así los espíritus se atreven a salir a hacer sus compras. Las mismas que necesitan hacer los vivos.
¿Qué te crees, que ellos no tienen su vida en el más allá?
Hoy en día el mercado ya no es lo que era porque muchos comerciantes no se molestan en abrir por la noche. Digamos que las tradiciones se van diluyendo poco a poco, así que sólo una pequeña zona del mercado diurno está ocupada por el de las ánimas.
El ambiente es interesante. Mucho menos amenazador de lo que prometía y pensé en un principio.
Las mujeres parlotean, los críos circulan entre nuestras piernas, tirándonos de la manga o incluso abrazándose a nosotros. Los mozos piden paso con sus carros y cargas igual que durante el día. Lo diferente es la oscuridad, las lámparas y la extraña quietud que lo envuelve todo.
Al final, como ves, me atreví a hacer furtivamente algunas fotos con el móvil. Discretamente y ayudada por las sombras, tratando de no apuntar a nadie. Por supuesto sin flash.
Si hubiera llevado la cámara podría haber hecho «algo» desde cierta distancia, pero quién se arriesga.
Continuamos dando una vuelta por las calles de alrededor donde también había puestos, música de una tienda que vendía entre otras cosas placas solares, y alegría. Tanto que nos pusimos a bailar al son de aquella música tan divertida y vital. Y las mujeres, niños y niñas de nuestro alrededor, además de los conductores de las moto-taxi… se partían de risa.
El mercado de fetiches
Como en otras ciudades de Benin y Togo, en Abomey cuentan con su mercado de fetiches. Yo recordaba el mercado de Lomé, y más o menos sabía qué podía esperar, pero desde ya te advierto que esta visita puede ser muy desagradable. Te hará falta una buena dosis de interés por sus creencias, porque el paseo puede ser como entrar a la cámara de los horrores.
Yo he conocido este mercado en mi segunda visita a Abomey, en marzo de 2023. Era media mañana y hacía un calor terrible. Gran parte de los puestos del mercado estaban cerrados y vacíos, pero algunos sí estaban abiertos.
Nada más acercarnos salieron varios tipos con cara de enfado para preguntarnos qué hacíamos allí.
El vudú es una cosa muy seria en este país, y no les gustan nada los curiosos. Menos si son blancos, porque saben perfectamente que no nos gusta ver lo que hacen con los animales.
Logramos tranquilizarles, decirles que tenemos interés en conocer sus creencias y el mundo de los fetiches, y que nos iremos enseguida. Les preguntamos si podemos hacer fotos y nos autorizan a hacerlas en un solo puesto. El resto, sólo mirar (y comprar, si queremos), pero nada más.
Paseamos entre los puestos llenos de cestos a rebosar de cadáveres, huesos y pieles. El olor a muerte y putrefacción es terrible. Hay de todo. Cabezas de monos de distintas especies, de león, alimañas, camaleones, serpientes de distintos tipos, escorpiones, pájaros…
La gente acude a estos mercados en busca de un fetiche para proteger su casa, familia, o para ofrecérselo a los espíritus cuando quieren hacerles una consulta. Según lo que quieras hacer con él, los sacerdotes del mercado te indican cuál debes comprar.
En resumen, Abomey es un imprescindible en tu viaje, no sólo para disfrutar del Patrimonio de la Humanidad de Benin, sino también para conocer a sus habitantes y codearte con las ánimas en el mercado nocturno, si sigue abierto 😉
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Después de leer tu artículo no puedo evitar pararme a reflexionar un poco sobre qué es importante y qué no … Ver la ilusión en las caras de esos niños debió ser algo increible! Es realmente formidable tu pasión para con el pueblo africano, yo aún no lo conozco, pero gracias a tus relatos consigo verlo más cercano. :)
Un abrazote!! Eli
Eli!! Muchas gracias, me hace mucha ilusión que comentes por aquí, y gracias por ver y entender mi pasión por los pueblos africanos. De verdad que el día que te arranques y vayas a alguno de estos países, lo entenderás y compartirás, estoy segura ? besos!
Mira, el post me ha encantado, pero me estoy partiendo de risa y verás lo que pasa: estoy en mi portátil, inmersa en la lectura, y haciendo poco a poco scroll, cuando llego a la parte del señor vestido con una tela de cintura para abajo, con ese rostro tan duro e interesante, y voy bajando poco a poco la imagen con el ratón con ánimo de descubrir tan impactante imagen… when de repente me veo la foto de la niña despatarrada sonriendo!!!! Jajajajaja, se me han saltado hasta las lágrimas!
jajajajaaja!!!! yo no me di cuenta hasta que le di una última lectura antes de publicar y… ¡me pasó lo mismo que a ti!! pero decidí dejarlo, un puntito de humor no viene mal ;P
Sí, yo viví un tiempo en Benin (o Dahomey), en Cotonou. Un país curioso.
Un día escribiré sobre Cotonou, aunque mi paso por allí fue fugaz, nada que ver con tu experiencia :)
Gracias por tu comentario Jorge!
Saludos
Muchas gracias por compartir Ali. Con tus experiencias haces nos ver partes del mundo que no conoceríamos de otra manera.
Muchas gracias Álvaro!!