«Rastreando» las escasas noticias que llegan de Malí, donde se viven tiempos convulsos, recuerdo mi paso por Gao, en la boucle du Niger. Allí donde este mítico río hace una amplia curva en medio del desierto.
Gao es un lugar fronterizo, lejano, el último puerto al que llegan mercancías por vía fluvial. El Níger deja de ser navegable precisamente aquí, en el antiguo centro caravanero.
Gao, antigua corte del imperio Songhai, en la boucle du Niger
Un lugar de pasado noble, famoso, poderoso, que extendía su dominio hasta lo que hoy es Argelia, Mauritania. Antes de eso, y de que el gran Tombuctú le arrebatara buena parte de sus territorios, fue el centro de la corte del Imperio Songhai. Un imperio que incluía Malí, Níger, Burkina Faso e incluso zonas de Nigeria.
En el año 2008 ya no era nada de esto. Gao era una ciudad que cobijaba a los «asaltantes del Sáhara», a los traficantes de emigrantes y a los islamistas.
Después todo eso se cristalizó en la revuelta que los tuareg han desarrollado de manera paupérrima desde hace ya varias décadas.
En este año 2012, con el apoyo de los tuareg venidos de Libia que han llegado bien armados (herencia de Gadafi), y encontrándose también con los movimientos islamistas (herencia de Al Qaeda), lo han conseguido. Han tomado la región, han proclamado su independencia, y de momento han proclamado un nuevo Estado -Azawad-. Gao vuelve a ser uno de los centros de «gobierno», junto con Tombuctú.
Los pocos extranjeros que, enamorados de esta tierra y sus gentes, se habían quedado a vivir especialmente en la vecina Tombuctú, han tenido que salir huyendo.
Quién sabe cómo se desarrollará todo esto. Los tuareg no están de acuerdo con muchas de las cosas que hacen los islamistas, como la imposición de la sharía (ley islámica). De hecho, los independentistas tuareg han ayudado a que esos extranjeros salgan -lo han conseguido con casi todos, aunque algunos han sido secuestrados por los islamistas-. Pero hoy leo que se han aliado con el movimiento islamista y de momento es lo que hay.
[Actualización abril 2019] Qué inocentes suenan mis palabras cuando las releo. El terror se instaló en la región. Los islamistas mataron y destruyeron todo lo que pudieron. Las tropas francesas fueron en su ayuda cuando comprendieron que ese descontrol no les conviene. Siguen codiciando minas de gas y quizá petróleo que hay en el desierto. Por si algún día hay que echar mano de ello. Sea como sea, han controlado la región precariamente. Los atentados de los islamistas siguen sucediéndose. Nuestros medios de comunicación no dicen nada, pero allí se sigue sufriendo mucho. Demasiado.
De Tombuctú ya he escrito. Hoy voy a escribir sobre mi experiencia en Gao para el que tenga curiosidad
No sé cuántas horas llevábamos de 4×4 por el Sahel. Superamos un par de pinchazos de rueda y otras averías gracias a la habilidad de nuestros chóferes. Y también superamos un calor mortal como pocas veces he soportado. Allí donde las acacias no ofrecen ninguna sombra, ningún frescor. Vivir el desierto de verdad, me digo, será algo así.
Llegamos a Gao cubiertos de polvo y sudor. Con dos días sin ducha y muy cansados.
Nos da la bienvenida un hotel de rancio abolengo, de la época colonial -1932-. Me atrevería a asegurar que no ha tenido ningún tipo de reforma desde entonces, a juzgar por las paredes de la esquina-ducha de mi habitación.
Se trata del Hotel Atlantide, el único de situación céntrica. Está realmente muy cerca del mercado y el puerto. En la recepción, amplia y con unos sofás enormes de cuero o sky (con el calor que hacía, ay), circulaban los «buscavidas» desde que llegamos. Tratando de hacernos algún recado, vendernos joyería y otras artesanías tuareg, o supuestas antigüedades.
Y… sí, en el bar aparentemente cerrado había cerveza y refrescos fríos. O algo fríos, o muy fríos, todo depende de cuánto lleve funcionando el generador :-)
El puerto de Gao
Después de esa ansiada ducha que nos supo a gloria, incluso allí, salimos a dar una vuelta. Nos dirigimos al puerto de Gao, a ver el Níger, y de paso el escenario de la antaño grandeza de la ciudad.
Esta era nuestra primera visión del río en este viaje. Me sentía un poco emocionada, aunque seguramente mis sentimientos no tenían ni punto de comparación con lo que debieron sentir aquellos europeos que lograron llegar. Muy debilitados por la malaria, remontaban el curso del Níger en busca de la legendaria Tombuctú. De ellos, muy pocos o ninguno alcanzaron Gao.
Observo a los personajes del puerto. A esta hora sólo hay algunas pinazas atracadas en las orillas fangosas y llenas de basura. En pocos minutos mis tobillos acumulan varias picaduras de lo que supongo son pulgas.
En el borde del murete que hace las veces de muelle, hay sentados unos cuantos tuareg. Con sus turbantes y amplias túnicas ¡parecen de película!. En las pinazas pintadas de alegres colores los chicos hacen el tonto ante nuestra cámara :)
Un poquito más allá hay gente bañándose y chavales nadando o jugando con el agua. Las últimas horas del día, que aseguran un tímido frescor, revitalizan la jornada.
Frente a una casa con pinta de antiguo palacio se venden placas de sal. Esa sal tan apreciada en el desierto (junto con el agua, fuente de vida). Una de las principales mercancías de las caravanas ya en peligro de extinción.
Al fondo, una gran duna: la dune rose, llamada así porque se supone que al atardecer se tiñe de tonos rosados. Por eso la tradición local le dio un significado mágico y allí se van los chamanes a celebrar sus ritos.
Este es, de hecho, uno de los grandes atractivos de Gao y doy fe de que es un lugar mágico. Después os hablo en detalle de este lugar.
Los campos verdes sorprenden aquí, en medio del desierto. En la boucle du Niger el río aporta limos fértiles además del agua básica para la vida, así que hay vegetación y cultivos.
Volvemos por las calles que conducen a nuestro hotel, antes de que se haga de noche. Llenas de puestos con mercancías de todo tipo, nadan entre montones de plásticos y basura inclasificable ya. Todo lo aprovechable se ha aprovechado. Nos intimida un poco, pero sólo un poco.
Las tumbas de los Askia, el pasado Songhai de Gao
Al día siguiente nos encaminamos a las tumbas de los Askia, muy lejos del centro, junto a la gran avenida de los Askia. Parece que esta es la única calle recta.
Aquí está la que quizá sea el primer edificio de arquitectura saheliana. Fue erigida por Es-Saheli, granadino.
Manuel Pimentel cuenta esta historia en un libro precioso del que os dejo el enlace de la reseña que hice para Leeryviajar, El arquitecto de Tombuctú.
Este libro no se había editado cuando visité este lugar, y he de reconocer que no concedí la atención ni la importancia que se merecían al lugar. Estando allí. No sé, me imagino que a todos os ha pasado alguna vez, y son cosas como ésta por las que me convenzo de que es tan importante leer y documentarse sobre los lugares que visitamos. Sólo así los valoraremos mucho mejor, porque se llenarán de significado.
Este es un monumento funerario. Una tumba que se edificó en 1495 para guardar los restos de Mohamed Askia, el fundador de la dinastía de los reyes Songhai. Una tumba que después se convirtió en mezquita.
Dicen que en las calles adyacentes aún viven sus descendientes. Seguramente así sea. Quizá lo sean esos niños que fotografié, de ancha sonrisa. Dónde estarán esos niños y niñas. Espero que estén bien, a pesar de los vaivenes de la historia.
El mercado de Gao
Volvimos al puerto andando por las calles del barrio Songhai y entramos en su mercado cubierto. Allí el pescado es el rey, y el Capitán el más apreciado y popular.
Los colores, la vida, el ritmo africanos vuelven a estar presentes en claro contraste con la calma chicha bajo el sol del exterior.
La verdad es que en Gao hace calor, mucho calor.
La duna rosa de Gao
Esa misma tarde, nos subimos a una pinaza y cruzamos el Níger en busca de la dune rose.
Según nos acercamos, vamos comprendiendo su gran tamaño. Alcanza los 60 m. de altura. Nuestro objetivo es subirla aunque aún son las cuatro y media la tarde y el intenso calor parece que sigue sin dar tregua. Llevamos agua, pero nunca parece suficiente en un lugar así.
Empezamos a subir, cada uno a su ritmo. La arena, de color rojizo, no es muy blanda pero está caliente. Pronto empiezo a «sudar la gota gorda» en sentido literal. Es decir, me convierto en una fuente que expulsa agua sin control. Aun así, procuro beber poco y ahorrar, por si acaso.
Las vistas del delta del Níger son preciosas. Según baja el sol -en verano anochece sobre las seis de la tarde o poco más-, se está mejor.
Nos rodean un montón de niños, seguramente venidos del poblado que hay al otro lado de la duna. Empiezan a pedirnos las botellas de agua vacías y cualquier tontería que asome de nuestros bolsillos.
En un momento dado me quedo sola con ellos. Me siento en el borde de la duna a ver atardecer y al cabo de un rato emprendo el regreso. Los pequeños no dejan de revolotear a mi alrededor y pedirme todo tipo de cosas. No siempre les entiendo, aunque la palabra cadeau -regalo- sí.
Decido ponerme a cantar en voz alta y ellos me imitan. Como si estuviera loca. Al final nos reímos un montón y todos nos tranquilizamos un poco. Yo del agobio que empezaba a tener, y ellos de su «tarea» de sacar lo posible a la blanca que para ellos es rica, muy rica.
La vuelta en pinaza nos regaló una puesta de sol espectacular mientras nos pasábamos el vaso de té verde oscuro, amargo y dulce, mucho más contundente que el que se puede beber en Marruecos. El mejor, en mi humilde opinión.
Y así quedan en mi retina esos chavales, esa arena, ése río, esas luces del atardecer, ése sueño que fue Malí. Que la paz sea con ellos. Que la vida les regale más amor, comprensión, salud y bienestar. In shallah
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Muy buenas, mcuhas gracias Alicia Ortego, por compartir con nosotros esas bellas fotos de Gao.
Hola Amadou! Gracias a ti por tu comentario, es un placer 🙂